Revista Arte

La recompensa más brillante de los dioses a la más grandiosa generosidad

Por Artepoesia

La recompensa más brillante de los dioses a la más grandiosa generosidad.La recompensa más brillante de los dioses a la más grandiosa generosidad.
La recompensa más brillante de los dioses a la más grandiosa generosidad.La recompensa más brillante de los dioses a la más grandiosa generosidad.
La recompensa más brillante de los dioses a la más grandiosa generosidad.
Cuenta la leyenda que Quirón fue un centauro, mitad hombre, mitad caballo, que, a diferencia de sus hermanos, poseía una sabiduría que le permitía curar, aconsejar, enseñar y consolar a los demás. Para ser el monstruo que su madre rechazase, había conseguido una excelencia impropia de sus orígenes brutales e incultos. Quirón llegó a ser médico, músico, filósofo, y acabó dominando el arte de la guerra y de la caza. De este modo creció su fama, y así terminó siendo el maestro y el preceptor de muchos grandes héroes. Aquiles fue uno de ellos, también Orfeo, Jasón, Ulises y Teseo disfrutaron de sus sabias enseñanzas en arte, caza, moral, música y medicina. 
El centauro Quirón, como hijo del todopoderoso dios Cronos, era un ser inmortal. Así que, sus enseñanzas a los demás debían ser una inevitable forma de justificar toda esa sabiduría que, sin parar, crecía y crecía con los años. Debía él, por tanto, necesitar transmitir con ellas la insoportable conciencia de la vida. Pero, una vez, cuando uno de sus alumnos, el poderoso Heracles, sin querer -accidentalmente-, le hirió con una flecha envenenada, comprendió Quirón el verdadero valor del sufrimiento. Este veneno era la propia sangre emponzoñada de la Hidra, por tanto sin antídoto y fatal. Ésta era una serpiente vil y asesina de muchas cabezas, y a la que el propio Heracles llegó a matar en uno de sus encomendados trabajos para liberarse. 
La herida de Quirón era nefasta, letal, pero como no podía morirse -era inmortal-, padeció así el más duro de los tormentos. Ni siquiera su sabiduría le ayudó, ni pudo curarse, ni pudo calmarse, ni pudo esperar nada. Su dolor era permanente, imposible padecer a un mortal, ya que éste, sin duda, habría acabado con aquél al finalizar su vida. No pudo más Quirón, entonces, que sublimar su propia sabiduría. Comprendió que la única forma de superar su sufrimiento era dejar de ser inmortal
La poderosa venganza de Zeus, cuando Prometeo robó y entregó el fuego a los Hombres, fue despiadada. A parte de castigar a la Humanidad con los males de Pandora, ordenó a Hefesto -Vulcano- que encadenara a Prometeo y lo depositara, así, en unos altos riscos del Cáucaso. Allí enviaría, además, todos los días, a un águila para que le devorase, poco a poco, las entrañas. El destino de Prometeo estaba ya designado, y su muerte era sólo cuestión de tiempo. Entonces Zeus echó una maldición al titán amigo de los Hombres: su tortura duraría hasta que alguien consintiera sufrir en su lugar, padecer así, como él, pero libre y voluntariamente. 
Heracles avisó a Quirón de la decisión de Zeus. El sabio centauro lo vió claro, se cambiaría, decidido,  por Prometeo, cediéndole a éste su propia e insensible inmortalidad. De este modo Quirón pudo escapar de su eterno sufrimiento. Dió un último suspiro y, por fin, descansó. A cambio, los dioses premiaron al Centauro situándolo entre los cielos, en una de las constelaciones que lleva su nombre. También así, gracias a su decidida generosidad, consiguió permanecer, para siempre del todo, inmortal, brillante y poderoso.
(Fotografía de las estrellas Omega Centauri, de la constelación Centauro, Observatorio Sur Europeo, 2008; Óleo del pintor irlandés James Barry, 1741-1806, La educación de Aquiles por Quirón, 1772; Cuadro del pintor barroco holandés, Dirck van Baburen, 1595-1624, Vulcano encadenando a Prometeo, 1623; Grabado con la imagen del Centauro Quirón cambiando su inmortalidad con Prometeo; Óleo del pintor alemán Chistian Griepenkerl, 1839-1912, Prometeo, siglo XIX.)


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