La recuperación de Lasánides (y 2)

Publicado el 03 mayo 2024 por Fotograrteblog @fotograrte

Después del frugal desayuno y antes de iniciar sus labores de estudio en la torre, Frey Kaistos decidió que iría a ver cómo estaban los convalecientes. Sin que su ausencia se hiciera notar de forma generalizada, porque había intentado (y logrado) pasar desapercibido, salió al patio central y miró hacia el cielo: los dos soles compartían el firmamento hoy con alguna nube poco importante.

Ya lo había pensado antes: el día era precioso pero las imágenes de la noche le impedían disfrutar de lo que veía. Si algo le había quedado claro después de aquel desayuno era que tanto frey Rilaus como frey Sabelior incansablemente intentaban expulsarle del ámbito de confianza del Abad, y claramente le habían hecho saber que tenían planes para más adelante. Estaba claro que el Abad no estaba muy de acuerdo con esos planes, aunque se había limitado a ignorarles y a hablar de otras cuestiones mucho más prosaicas como el precio del trigo o la necesidad de que llegasen pronto los nuevos hermanos, una vez que hubieran terminado sus estudios reglados.

A Frey Kaistos, esas peleas siempre le habían aburrido: él estaba interesado en sus libros y sus experimentos. Las peleas para ver quién sucedía al Abad a largo plazo y quién influía más en él ahora no eran interesantes para él. Sabía perfectamente que, cualquiera que fuese el grado de poder que se les permitiera tener a esos dos en el futuro, una de las primeras cosas que iban a desaparecer era su habitación de experimentos en la torre y la posibilidad de seguir investigando, pero aún así continuaba sin estar interesado en esos jueguecitos.

Además, tenía muy claro que, si llegaba a darse cualquiera de dichas situaciones (tendría que rezar más aún para que no se produjeran...): no tenía ninguna gana de seguir allí. Si algo le había enseñado su ya bastante dilatada existencia era que no había nada peor, en la vida normal, que continuar en un sitio en el que algunos no se cansaban de recordarle que no era bienvenido allí.

Sin darse cuenta, había llegado a la puerta por la que se accedía al pequeño departamento de Lasánides. Miró hacia arriba y vio que los pequeños seres enanoides estaban más que enfadados. A su lado, el magnífico perro negro le contemplaba con tranquilidad, como si todo lo que hubiera pasado hubiera sido de lo más normal.

Abrió la puerta y entró. Lasánides se había quedado dormido de nuevo: ni siquiera los ruidos de los dos enanos habían conseguido despertarle. Decidió que tenía que entregar a aquellos dos seres a la unidad del monje vigilante. Le caía bien Frey Tinodar: era serio y leal y pocas veces le había visto perder la calma. Seguramente él sabría qué hacer con ellos.

- Frey - Lasánides se había despertado y se había incorporado.

- ¿Cómo te encuentras?

- Bastante mejor. Quieres sacar de aquí a esos dos ¿verdad? - dijo apuntando a donde se encontraban.

El monje asintió. 

- Ya me ocupo yo que en estas cosas tengo experiencia.

Estaba prácticamente vestido: se puso unas gruesas botas de cuero que se abrochaban a los lados. A continuación, cogió una de las cadenas que colgaban de la pared y se encaminó al balcón. Desató primero a uno que intentó morderle pero no lo consiguió porque convenientemente se había puesto unos gruesos guantes de cuero. Le ató a un extremo de la cadena y después repitió la operación con el otro atándolo al otro extremo de aquella. Para terminar, se puso a cada uno debajo de cada brazo y dijo sonriendo:

- Ya estamos preparados.

- Debemos llevarlos a Frey Tinodar: el sabrá qué hacer con ellos.

Salieron de allí con los perros y prácticamente sin hablar llegaron a la parte posterior del complejo. Ciertos monjes, veteranos de las guerras del Imperio, recalaban en los monasterios una vez que, bien por edad, bien por las heridas sufridas o bien por el cansancio acumulado después de tantos años en el frente, habían decidido volver a una vida pacífica. Se les posibilitaba incorporarse a esos grupos que mantenían el orden dentro de estos complejos, ayudaban en las cuadras y defendían a sus integrantes en desplazamientos o incluso si se producía un ataque dentro o fuera de sus paredes exteriores.

Cuando llegaron, Frey Tinodar no estaba: aún estaba en la reunión de la Junta. Pero sí estaba el portero, Jaryon, y había dos veteranos de guardia, al lado de los cuales Lasánides no parecía grande. Se decía que Tunadros no se encontraba muy bien.

- Parece que no está muy estable -dijo, mientras se tocaba la sien derecha-, el enfermero que lo atendía ha requerido la asistencia de dos hermanos para que lo sujeten mientras lo atan. Les preocupa que pueda acabar rompiendo la pared.

Miró a Lasánides.

- Celebro que te puedas levantar. Imagino que esos son los que han intentado envenenarte... - Lasánides asintió mientras los dos seres intentaban escupir e insultar pero no podían porque les habían tapado la boca.

Entre los dos hermanos, cogieron a los enanoides y los llevaron a uno de los cubículos que se usaban de cárcel improvisada. Claro, nunca habían tenido allí encerrado a nadie parecido a los que les habían llevado pero tal y como  les iban a sujetar iban a tener muy difícil escaparse. Como mucho, había habido algún ratero que, durante las oraciones, había intentado robar las monedas de alguna señora que no estaba controlando sus pertenencias o bien alguno que había intentando montar bulla dentro del complejo y, mientras se calmaba, lo habían metido allí.

Frey Kaistos, mientras, se sentó en un taburete: se sentía abrumado por las noticias del hermano Tunadros. Al fin y al cabo, rompió el huevo porque él se lo pidió. Sólo entonces notó ese toque familiar en un hombro, pero no podía decir nada porque nadie sabía que Awlin estaba allí y aún menos que podía comunicarse con él. Por el momento, así debía seguir siendo, hasta que se supiera con seguridad qué estaba pasando.

La puerta se abrió de nuevo y un hermano pequeño, de no más de 20 años, regordete y con las mejillas muy coloradas entró y dijo jadeando:

- Frey Kaistos, el Abad os requiere para que os presentéis de inmediato en la Sala de los Pactos.

- Ahora mismo - dijo el aludido -. Vendré después -dijo mirando al hermano Jaryon-. Tengo que hablar con esos individuos

- No sé yo si van a hablar...

- Sí, conmigo hablarán -estaba seguro de que Alwin iba a colaborar-.

- Te estaremos esperando.

Salió entonces de allí e instintivamente, el perro negro, Uzo, se levantó y le siguió. El otro, del mismo tamaño pero de un color marrón oscuro, llamado Uzi, se quedó allí inmóvil. 

Avanzaron deprisa. Llegaron a la portada, adornada con virtuosismo expresivo para ayudar a los monjes a reflexionar sobre los misterios de su religión. En otro momento, hubiera obligado al perro a quedarse fuera, pero ahora consideró mucho mejor para todos que el gigante le acompañase. 

Subieron la espaciosa escalera, con una barandilla hecha de encaje en piedra y llegaron al primer piso. Torcieron a la derecha: el patio interior llenaba de luz los pasillos del edificio, sacando todos los colores de la policromía de las pinturas y esculturas. Aunque había reparado en ello, el monje estaba más pendiente de que a Alwin no se le había ocurrido nada mejor que acompañarle a la Sala. En donde estaban, no podía dirigirse a él, pero sí dijo en voz alta:

- Vamos a entrar en una sala donde todo el mundo es muy serio y no parece que les gusten mucho las bromas. Quien entre, tiene que permanecer quieto y en silencio sin tocar nada. ¿Estamos?

Siguió andando y sintió que Awlin ya no estaba cerca. Conociéndole seguro que iba a entrar en la Sala por otro lugar. Cuando llegó a la imponente puerta de madera que se abría en chaflán en la siguiente esquina, se paró y cerró los ojos antes de llamar a la puerta con el simple llamador que contrastaba tanto con el resto del entorno. Parecía mentira que se fijase ahora en esas nimiedades, pensó mientras la puerta se abría y entraba en aquella Sala amplia, cubierta de estanterías con paliondrados (1) clasificados por temas que era la biblioteca "noble". 

Pasó y vio que los miembros estaban sentados en sillas de respaldo alto en la mesa que había sobre una tarima que se usaba normalmente para cuestiones de enseñanza y otras actividades. No había silla para él. Entre estantería y estantería se abría un ventanal, así que la sala estaba llena de luz. Olía a tinta vieja y a paliondrado usado debido a la gran concentración de azúcar que tenía la planta, por lo que desprendía un olor característico.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que ni Alwin ni Uzo habían pasado la puerta. Miró hacia la ventana mientras escuchaba al Abad decir:

- Le damos la bienvenida a esta Junta. Tengo que advertirle que entre nosotros se encuentra una figura muy relevante: el chambelán imperial Astano, uno de los diez que gobiernan el palacio imperial, como sabes. Él también está interesado en lo que nos tiene que decir, Frey Kaistos.

Sólo entonces se dio cuenta de que había un hombre allí que no conocía de nada: alto, fornido, con expresión altanera y prepotente, le miraba como se mira a un insecto en la pared. Tenía grandes bigotes, poblada barba, llevaba una especie de gorro color verde oscuro, color del que también era la práctica totalidad del resto de su ropa. Estaba sentado, así que no podía ver si llevaba armas o no, algo fundamental en la situación en la que se encontraban. Aún así, no tenía ninguna duda de que llevaba armas, en plural. Tampoco dudaba de que las sabía usar con destreza y las usaría sin ningún tipo de restricción llegado el caso.

El chambelán comenzó entonces a hablar con una voz desagradable:

- Parece que habéis tenido una noche un poco desagradable...

El monje sonrió:

- Imagino que habéis visto por vos mismo lo que los demás hemos visto: la piel de serpiente, el huevo, los seres medio enanos que casi matan al guardián nocturno...

Vio entonces la sonrisa hiératica: aquel recordatorio le había molestado.

- Usted es un hombre de ciencia, me han dicho.

- Sí, eso soy, pero la ciencia se basa en la prueba y error, en la crítica constante a lo que ya se ha establecido porque puede haber una nueva teoría que explique mejor la realidad, por lo que es evidente que habrá que adoptarla, sabiendo que va a seguir siendo objeto de crítica, hasta tanto no se descubra algún problema con ella.

- Entiendo. - el chambelán había comprendido que el monje nunca se plegaría. Fue entonces cuando, como quién no quiere la cosa, el Abad interrumpió.

- Hemos puesto por escrito todo lo que nos ha contado antes, pero nos gustaría que comprobase que todo lo que se señala es correcto. Entendemos que su redacción es muy clara y que deja poco margen para las dudas. Una vez que nos diga si está de acuerdo o no y en caso de que no, qué es incorrecto, lo firma y nos lo entrega antes de salir de la Sala.

Iba a tener que corregir aquella redacción (bastante mal hecha por cierto), que le acababan de entregar, de pie, porque allí no había sillas aquel día. Sólo entonces se fijó: en un lenguaje extraño, se le indicaba que, en cuanto terminase, se dirigiese a sus pequeñas habitaciones en el torre, que después iría a hablar con él.

La letra era del Abad.

Mientras, en el otro lado del vasto territorio del Imperio, en la isla de Tandras, un joven arquero caía víctima de una flecha. No era una gran herida, pero le había traspasado el brazo izquierdo. Era evidente que alguien les estaba atacando pero él podía hacer poco: no podía tirar más flechas y, siendo zurdo, no podía usar la espada. Más que luchar que ya no podía, lo que tenía que hacer era informar del ataque desde el mar que estaban sufriendo. Pero para ello, debía llegar sin ser visto por los mandos militares al lugar donde se guardaban los búhos mensajeros, porque ninguno le había dado esa orden. 

Se arrastró por el suelo, de forma que no obstruyera la visión a ninguno de los arqueros y llegó a una de las escaleras de caracol que bajaban de la torre y las almenas. Una vez dentro, se irguió y comenzó a bajarlas cuando un estruendo espantoso le hizo mirar hacia atrás. Dio igual porque las escaleras eran demasiado estrechas, pero al irse acercando, entendió lo que pasaba: las piedras de la parte alta de la torre rodaban escaleras abajo. 

Corrió aún más deprisa, llegando en algún momento a trastabillar aunque nunca se cayó, todo ello a pesar de estar herido. Cuando llegó abajo, vio que la situación era aún más delicada: pudo constatar que parte del muro estaba resquebrajándose. Ahora llegar a los búhos era más necesario que nunca: se arrancó la flecha y se cubrió la herida con un trozo de tela que cortó de su túnica. Después, corrió como alma en pena por los pasillos: toda rapidez era poca.

La imagen está tomada de aquí.

(1) una materia parecida al papel que se hace estirando las hojas de una planta, llamada paliondro. Palabra y planta inventadas, evidentemente.

_____

 The recovery of Lassanides (and 2):

After the frugal breakfast and before beginning his study work in the tower, Fra' Kaistos decided that he would go and check on the convalescents. Without his absence being noticed in a generalized way, because he had tried (and succeeded) to go unnoticed, he went out into the central courtyard and looked up at the sky: the two suns shared the firmament today with some unimportant cloud.

He had thought about it before: the day was beautiful, but the images of the night prevented him from enjoying what he saw. If there was one thing that had become clear to him after that breakfast, it was that both Fra' Rilaus and Fra' Sabelior were tirelessly trying to drive him out of the Abbot's sphere of trust, and had clearly let him know that they had plans for the future. It was clear too that the Abbot did not agree with these plans, although he had simply ignored them and talked about other much more prosaic issues such as the price of wheat or the need for the new brothers to arrive soon, once they had finished their formal studies. Fra' Kaistos had never been interested in these fights. In fact, they had always bored him: his books and his experiments were much more fruitful. The fights to see who would succeed the Abbot in the long run and who would influence him  now were really tedious because no one knew what the future would bring to any of them. Certainly, he knew perfectly well that, whatever degree of power these two were allowed to have in the future, one of the first things they would order was the  ending of his experiments' room in the tower and the possibility of further research. Anyway, he was still not interested in those little games. In addition, it was very clear to him that, if any of these situations were to occur (he would pray more but, maybe, Heaven wanted that to happen...), he had no desire to continue there. If his already long life had taught him anything, it was that there was nothing worse, in normal life, than to continue in a place where some were never tired of reminding others that they were not welcome there.
Without realizing it, he had reached the door that led to Lasanides' small apartment. He looked up and saw that the little dwarf beings were more than angry. Beside him, the magnificent black dog looked at him calmly, as if everything that had happened had been most normal.
He opened the door and walked in. Lasanides had fallen asleep again: not even the noises of the two dwarves had been able to wake him. He decided that he had to hand those two beings over to the vigilant monk's unit. He liked Fra' Tinodar: he was serious and loyal, and had seldom seen him lose his cool. Surely he would know what to do with them.  - Fra' - Lassanides had finally woken up and sat up.  - How are you?  - Much better. You want to get those two out of here, right? - he said, pointing to where they were.  The monk nodded.  - I'll take care of it, I have experience in these things.  He was practically fully dressed: he put on thick leather boots that were buttoned at the sides. Then he grabbed one of the chains hanging from the wall and walked to the balcony. He first unleashed one who tried to bite him but failed because he had conveniently put on thick leather gloves. He tied him to one end of the chain and then repeated the operation with the other by tying him to the other end of the chain. To conclude, he put each one under each arm and said with a smile:
- "We're ready".  - "We must take them to Fra' Tinodar: he will know what to do with them."  They left the department with the dogs and practically without speaking they reached the back of the complex. Certain monks, veterans of the wars of the Empire, came to the monasteries once they had decided to return to a peaceful life, either because of age, or because of the wounds they had suffered or because of the fatigue accumulated after so many years at the front. It was possible for them to join those groups that maintained order within these complexes, helped in the stables and defended their members on the move or even if there was an attack inside or outside their outer walls.  When they arrived, Fra' Tinodar was not there: he was still at the Board meeting. But they saw the doorman, Jaryon, was there and also there were two veterans on duty, beside whom Lassanides didn't look big. They were speaking about Tunadros: he was not feeling very well.
"He doesn't seem to be very stable," he said, touching his right temple, "the nurse who was treating him has required the assistance of two brothers to hold him while they tie him up. They're worried that it might end up breaking the wall".  He looked at Lasanides.  -"I'm glad you're up. I imagine those are the ones who tried to poison you..." Lassanides nodded as the two beings tried to spit and insult but couldn't because they had covered their mouths.

The two brothers took the dwarfs to one of the cubicles that were used as a makeshift prison. Of course, they had never had anyone locked up there like those they had now, but as they were going to be restrained, they were going to have a very difficult time escaping. At they most, there had been some petty thief who, during the prayers, had tried to steal the coins of some lady who was not controlling her belongings or someone who had tried to make a fuss inside the compound and, while he was calming down, they had put the troublemaker there.

Fra' Kaistos, meanwhile, sat down on a stool, overwhelmed by the news of Brother Tunadros. After all, he broke the egg because he asked him to. Only then did he notice that familiar touch on a shoulder, but he couldn't say anything because no one knew Awlin was there, let alone that he could communicate with him. For the time being, it should remain that way, until it was known for sure what was going on. 

The door opened again, and a little brother, no more than 20 years old, chubby and with very red cheeks, came in and said, panting:

- Fra' Kaistos, the Abbot requires you to report immediately to the Hall of Covenants. 

 - "I'm going right now," he said, while he stood up. "I'll come later," he said, looking at Brother Jaryon. "I have to talk to those individuals

 - I don't know if they're going to talk... - said one of the veterans. 

- "Yes, they'll talk to me," he was sure Awlin was going to help. 

- We will be waiting for you.

Then he left and instinctively the black dog, Uzo, got up and followed him. The other, the same size but dark brown in color, named Uzi, stood there motionless. 

They moved quickly. They came to the cover, adorned with expressive virtuosity to help the monks reflect on the mysteries of their religion. At another time he would have forced the dog to stay outside, but now he thought it much better for everyone that the giant accompanied him. 

They climbed the spacious staircase, with a railing made of lace in stone, and reached the first floor. They turned to the right: the inner courtyard filled the corridors of the building with light, bringing out all the colors of the polychromy of the paintings and sculptures. Though he had noticed this, the monk was more aware that Alwin had thought of nothing better than to accompany him to the Hall. 

Where they were, he could not address the entity (no one was aware of its presence, except the eccentric monk). But he did say aloud:

- We're going into a room where everyone is very serious and doesn't seem to like jokes very much. Whoever enters, has to remain still and silent without touching anything. Deal? 

He kept walking and felt that Awlin was no longer around. Knowing him, the monk was sure that the entity was going to enter the room from another place. When he reached the imposing wooden door that opened on the chamfer at the next corner, he stopped and closed his eyes before knocking on the door with the simple knocker that contrasted so much with the rest of the surroundings. It seemed unbelievable that he should now pay attention to such trifles, he thought as the door opened and he entered that large room, covered with shelves with paliondrados (1) classified by subject, which was the "noble" library.

He went into the room and saw that the members were sitting in high-backed chairs at the table on a platform normally used for teaching and similar activities. There was no chair for him. Between every two shelves, there was a window, so the room was full of light. It smelled of old ink and used paliondrado (1) due to the high concentration of sugar in the plant, so it gave off a characteristic smell. 

That's when he realized that neither Alwin nor Uzo had made it through the door. He looked out the window as he listened to the Abbot say:

- We welcome you to this Board. I have to warn you that among us is a very important figure: the imperial chamberlain Astano, one of the ten who rule the imperial palace, as you know. He's also interested in what you are going to tell us, Fra'.

Only then did he realize that there was a man there whom he did not know at all: tall, stocky, with a haughty and arrogant expression, he looked at him as one looks at an insect on the wall. He had large moustaches, a bushy beard, and wore a kind of dark green cap, the color of which was also practically all the rest of his clothes. He was sitting, so he couldn't see if he was carrying weapons or not, which was critical in the situation they were in. Still, he had no doubt that he was carrying weapons, plural. Nor did he doubt that he knew how to use them skillfully and would use them without any restrictions if necessary.

The chamberlain then began to speak in an unpleasant voice: 

- Looks like you've had a bit of an unpleasant night... 

The monk smiled: 

 - I imagine you've seen for yourself what the rest of us have seen: the snakeskin, the egg, the half-dwarf beings that almost killed the night watchman... 

Then he saw the cold smile: the reminder of what had happened had bothered him. 

- "You are a man of science, I have been told

- Yes, I am, but science is based on trial and error, on constant criticism of what has already been established because there may be a new theory that explains the reality that surrounds us, so it is clear that it will have to be adopted, knowing that it will continue to be the object of criticism, until some problem is discovered with it and another theory is presented as the one who is more correct.

-I understand. - The chamberlain had understood that the monk would never bow down. Fra' Kaistos understood both Fra' Rilaus and Fra' Sabelior should be happy and will certainly seize the opportunity.

It was then that, as if unwilling, the Abbot interrupted. 

- We have written down everything you have told us before, but we would like you to check that everything you say is correct. We understand that its wording is very clear and that it leaves little room for doubt. Once you tell us whether or not you agree and if not, what is incorrect, you sign it and give it to us before you leave the room.

He was going to have to correct that wording (quite badly done, by the way, that handwriting was unknown to him), which had just been handed to him, standing, because there were no chairs there that day. 

Only then did he notice: in a strange language, he was told to go to his place in the tower as soon as he had finished, and then the writer would come and talk to him. That handwriting was the Abbot's. 

Meanwhile, on the other side of the Empire's vast territory, on the island of Tandras, a young archer fell victim to an arrow. It wasn't a big wound, but it had pierced his left arm. It was obvious that someone was attacking them, but there was little he could do: he could not shoot any more arrows and, being left-handed, he could not use the sword. Rather than fighting, which he could no longer do, what he had to do was report the attack from the sea they were suffering. But to do this, he had to arrive unseen by the military commanders at the place where the messenger owls were kept, because none of them had given him that order.

He crawled along the floor so as not to obstruct the vision of any of the archers, and came to one of the spiral staircases leading down from the tower and battlements. Once inside, he straightened up and began to go down the stairs when a frightful roar made him look back. He didn't see anything, because the stairs were too narrow, but as the noise got closer, he understood what was happening: the stones at the top of the tower were rolling down the stairs. 

He ran even faster, at one point stumbling but never fell, despite being injured. When he reached the bottom, he saw that the situation was even more delicate: he could see that part of the wall was cracking. Now reaching the owls was more necessary than ever: he tore off the arrow and covered the wound with a piece of cloth he cut from his tunic. Then he ran like a banshee through the corridors: all speed was too little.

(1) A paper-like material made by stretching the leaves of a plant, called paliondro. Invented word and plant, of course.


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