La red maldita

Publicado el 13 abril 2019 por Carlosgu82

El mundo de la informática, tan asidua como el pan nuestro de cada día en los tiempos que corren, es como una gran chistera de donde de forma frecuente nos dedicamos a intentar hacer magia y sacar inmensidad de conejos y palomas. Esta historia de ficción está dedicada a uno de sus mejores ilusionistas: mi amigo Dani.

LA RED MALDITA

Eran las ocho y media de la mañana cuando llegué a la oficina; muerta de sueño, la inyección de cafeína que me había tomado en casa aún no surtía efecto. La verdad, teniendo en cuenta el sueño atrasado que acumulaba, éstos tardarían horas en llegar. Así que, como si de un robot se tratara, encendí el ordenador y, cuando la pantalla me lo solicitó, escribí mi contraseña. El mensaje que apareció era de lo más extraño y pensé: ­—Hala, ya estamos otra vez—. Un cuadro situado en mitad del monitor, con letras y símbolos que no lograba descifrar. No quise tocar nada, a ver si resultaba que por hacerme la valiente comenzaba una cuenta atrás y salíamos volando por los aires. Me acordé del archiconocido consejo de prácticamente todos los informáticos, a los cuales en ese sentido podríamos aplicar lo del “nueve de cada diez dentistas…” Pues, lo mismo, nueve de cada diez informáticos me diría: reinicia.  Pero era un mensaje demasiado extraño para arriesgarme y, además, no era mi ordenador, era mi herramienta laboral. Quizás, si del mío se tratara, hubiera seguido tal recurrente consejo, apretado a lo bestia el botón de la torre o, incluso, quién sabe, tirado el equipo al suelo y animándome a emular a Messi dándole patadas.

—¿Alguna de vosotras sabe idiomas, chicas? —pregunté a mis compañeras—. A ver, en concreto: ruso, chino, o tal vez árabe…— ¡Ostras! ¡Con qué idioma estaba escrito esto!—Tengo un problema.

Mis compañeras me miraron con semblante interrogativo, así que les expliqué qué sucedía. Marina me dijo que ella lo único que sabía era inglés y algunas nociones de francés, pero no para lanzar cohetes. Le pedí si podía acercarse; recordando que, en caso de que aquel galimatías fuera árabe, el francés se le parecía en algo. Aunque, la verdad, no lo tenía muy claro.

Se puso a mi espalda y miró, al igual que yo antes, el monitor. Estuvo unos minutos callada, que a mí se me hicieron interminables, y, por fin, rompió su silencio:

—Lo siento, Estela, yo tampoco entiendo nada. —Mi gozo en un pozo—. Pero lo que sí veo son unos símbolos que no admiten discusión ninguna en cuanto a su interpretación, —Marina me dijo estas últimas palabras con una cara de pánico imposible de describir y me asusté. La verdad es que yo no había visto nada raro: códigos ininteligibles, nada más. —, hay dibujos de esqueletos y guadañas.

No pude evitarlo, aquello fue superior a mis fuerzas, y comencé a reírme como una posesa. Desde luego, Marina cuando quería tenía un sentido del humor… ¿Tal vez se debía a sus raíces andaluzas? Aunque, siendo sincera, su rostro lleno de pavor creo que no admitía broma alguna. Visto lo visto, tanto ella como yo tomamos la decisión de forma unánime de marcar la extensión de los técnicos cuanto antes.

—Esto tiene toda la pinta de ser un virus. —Marina me dijo aquello mientras se colocaba bien el pañuelo que llevaba esa mañana alrededor del cuello—. O, peor aún, y esperemos que no sea así, un hacker. Y teniendo en cuenta los símbolos, un hacker muy peligroso.

Un virus no dejaba de ser también muy peligros, pensé. Sin pérdida de tiempo, descolgué el auricular del teléfono y marqué la extensión de informática. Esperé un tono, dos, tres…No, sí, ahora solo faltaba que nadie respondiera. Pero, falsa alarma, después del quinto tono, oí la voz de Dani.

—¿Sí? —Dani contestó con lo que a mí me pareció voz de sueño—. ¿Qué pasa? Es que no me dejáis ni llegar, aún llevo la cazadora puesta.

—Buenos días, eh…—Le dije con voz guasona—Pues, mira, mejor, así no tendrás que ponértela de nuevo. Porque Laura está de vacaciones si no me equivoco, ¿verdad?

—Así es, vuelve pasado mañana. Cualquier problema, Estela, sabes que tienes que llamar a Madrid. Yo ya no soy el técnico.

—Joder, Dani, ¿tú crees que te molestaría si no fuera importante?

—¿Me vas a hacer responder a esa pregunta? Porque saldrías perdiendo.

—¿Qué sucede? —Marina quiso saber el transcurso de la conversación—¿Puede venir o no? ¡Dani! —dijo chillando, para que éste pudiera oírla—, ¡esto es muy serio!

Se cortó la comunicación y, al cabo de cinco minutos, no sé si movido por la obligación o la curiosidad de saber qué diantres sucedía, Dani hizo acto de presencia. No, fuera bromas, mi compañero era de esos que podía quejarse manifestando que unas labores no eran de su competencia, pero al final era de esos: “si tú me dices ven, lo dejo todo”. Vale, igual he exagerado un poco…

—A ver, ¿dónde está el fuego? —Mientras se quitaba la cazadora, yo me levanté del asiento para cedérselo y le hice señas con la cabeza hacia el monitor.

—Aparece un mensaje muy extraño —Le respondió, Marina—. Pero muy extraño. Extraño y, como decirte…

—Será mejor que lo veas tú mismo —dije, echando un capote.

Dani se sentó frente a la pantalla del ordenador y, tanto Marina como yo, muertas por la curiosidad, nos situamos detrás de él. Lo que sucedió a partir de ese momento sí que fue fantasmal. El mensaje cifrado desapareció y, de golpe y porrazo, apareció un rostro que ocupó toda la pantalla. Un rostro desfigurado, sin ojos, lleno de cicatrices por toda la cara, una cara que parecía recién sacada de una de las mejores novelas de Stephen King. Nos quedamos mudos.

—Mira qué bien…—Se oyó una voz que parecía venir del más allá. Pero no, venía de mi ordenador—. Pero si ya tenemos aquí a mi amigo…¿Le apetece jugar conmigo, Sr. Navarro? Seguro que sí…jajaja. —Su risa retumbó en toda la oficina, haciendo temblar hasta los cristales de la puerta y las ventanas—. Anda, ahora que lo pienso, no le queda más remedio que participar en este juego…—Ahora, su carcajada, sonó aún más fuerte. Me dirigí a la puerta con la intención de pedir ayuda, pero, se quedó en eso: en intención. Al poner la mano en el picaporte, una gran sacudida de electricidad me invadió por todo el cuerpo y caí de bruces al suelo.

—¿Estáis bien? —Quiso saber, Dani.

—Sí, sí, tranquilo. Ha sido solo el susto.

—¡No me hagas perder el tiempo! —Gritó la voz—. Si no te importa, he decidido tutearte. Como puedes ver, esto no es ningún juego. Es algo muy serio, y de ti depende que vaya como la seda. El futuro de muchas personas está en tus manos…No pongas esa cara, deberías sentirte orgulloso.

—Esto tiene que ser una broma —Dani levantó la vista y nos miró—, no hay otra explicación posible.

—Pues si el calambrazo y el golpe que me he dado es una broma, menuda gracia.

—A ver, ¿y qué pasa si no colaboro? —Definitivamente, Dani no había dicho eso. ¿O sí lo había dicho?

—¿De verdad quieres comprobarlo? —Habló lo que, alguna vez, había sido mi ordenador—. ¿Seguro que quieres arriesgarte a poner en juego vidas humanas? ¿De personas que, me consta, aprecias?

—¡Está bien! ¿Qué tengo que hacer?

—Buen muchacho… ¿Lo ves como no es tan difícil? —Me pregunté por qué ese ser diabólico había elegido mi ordenador. Si, por lo que deducía, quería divertirse con Dani, lo más lógico era escoger el suyo. Luego recordé que era uno de los mejores informáticos de la ciudad y la respuesta vino a mí ipso facto. Quizás por ello, alguien le estaba poniendo a prueba. ¿Movido por la envidia?—. No perdamos más tiempo, entonces, y atento a todo lo que vaya apareciendo. Te propondré una serie de acertijos que tú tendrás que ir descifrando. Solo te daré dos oportunidades para responder cada uno de ellos. ¿Estás preparado? Ah, importante, dile a “tus amiguitas” que se mantengan como estatuas si no quieren que me cabree.

Nos miró con aire suplicante y, sin mediar palabra, tanto Marina como yo le dijimos que estuviera tranquilo: no pensábamos mover ni un músculo y nos mantendríamos más calladas que Belinda.

Unos segundos después, la pantalla se volvió gris y apareció la primera adivinanza a la que Dani se debía enfrentar: ¿lo conseguiría?

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—Bueno, esta es la primera adivinanza. Al ser el principio, he sido bueno, ¿no te parece? Recuerda, dos opciones de respuesta. Tienes dos minutos antes de pasar a la siguiente. ¡Ya!

Abajo, en la parte inferior derecha y a modo de reloj, apareció el símbolo de la muerte moviendo una guadaña hacia arriba y hacia abajo. Contemplé el cuadro que se veía en pantalla: ¿bueno? Lo de ese ser espeluznante era humor negro; aunque, claro, no podía ser otra cosa. Porque yo, no entendía absolutamente nada. Miré a Marina y ella, claro está, tampoco. Pasó un minuto, indicado por la guadaña de los segundos, y Dani escribió:

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Accionó el enter y nos mantuvimos a la espera de acontecimientos. Nada, no sucedió nada. Nos miramos; Dani nos hizo señas con la mano, indicándonos que fuéramos pacientes. Claro, pensé, como si eso fuera fácil. La pantalla seguía igual, el tiempo se había paralizado, pero, a los pocos segundos, vimos que desde el monitor aparecían unas manos aplaudiendo.

—Muy bien…Sabía que no me defraudarías al principio —Sonó la voz—. Me hubiera cabreado mucho, la verdad. Pasemos al siguiente acertijo. Piensa que de cada vez se complica más, pero confío en tu inteligencia…Jaja jaja —Comenzaba a odiar esa tenebrosa carcajada—. Otro cuadro apareció en pantalla.

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El mortífero reloj, como lo bauticé dada su forma, volvió a ponerse en funcionamiento y Dani miró fijamente la pantalla. Marina y yo teníamos la boca sellada, como si nos hubieran colocado un precinto en los labios. Pero, de repente, el silencio que ambientaba la oficina se rompió y se oyeron unas voces que provenían del pasillo: Elena.

—¡Estela! ¡Marina! ¿Estáis ahí? No sé qué pasa, no puedo abrir la puerta. ¿Pasa algo?  —Naturalmente, no respondimos. Nuestro secuestrador cibernético nos tenía a merced de su voluntad. Pero, Elena, siguió insistiendo —. ¿Pero queréis hacer el favor de dejarme entrar?

Oímos unos golpes y un grito desgarrador de Elena; luego, otra vez reinó el silencio.

—Hala. A grandes males, grandes remedios. —Pobre, Elena, pensé. ¿Qué le habrá hecho este animal?—. Espero, Dani, que esta inoportuna interrupción no te haya distraído.  Veo que has perdido la voz. Así me gusta, eso significa que estás concentrado.

En efecto, no articulaba palabra; solo miraba la pantalla, contemplando el acertijo y buscando, imagino, una posible solución que fuera la correcta. De repente, escribió:

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Volvió a enviar la respuesta y nos quedamos de nuevo esperando. Me pregunté de cuántos acertijos constaba esa broma de mal gusto; “la voz” no había manifestado nada al respecto. También me puse a pensar en sus amenazas y me dije: ¿y si todo esto no era más que un farol? ¿Y si se estaba riendo a costa de nuestro miedo? Bueno, Marina y yo estábamos presas del pavor. Creo que, Dani, aunque estuviera asustado, no podía permitirse esos lujos.

Las manos aplaudiendo volvieron a aparecer y, de nuevo, la sensación de alivio nos embargó. Sin mediar palabra, apareció la tercera incógnita a despejar. ¡Madre mía!, pensé cuando la vi, ¡menudo trabalenguas!

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Esos símbolos imaginé que serían una especie de códigos utilizados en la jerga informática. No desde luego a nivel usuario, claro está. Yo uso el ordenador con bastante frecuencia y no sabía qué podía significar todo aquello. Las ecuaciones que iban apareciendo y a las que Dani debía enfrentarse eran de cada vez más difíciles y, por si eso no bastara, más largas. Por fortuna, no tuvo percances en ninguna; hasta que llegó la séptima adivinanza, que tuvo que dar una segunda respuesta. El modo de decir que la primera opción fue un error, no lo olvidaríamos nunca y, supimos a ciencia cierta, por si nos quedaban dudas, que aquello iba muy en serio. Después de que Dani escribiera lo que le pareció era la respuesta, y, después de permanecer en vilo unos segundos, aparecieron unas manos que salieron del monitor y lo agarraron por el cuello con la intención de estrangularle. Cuando Marina se acercó, las manos volvieron a su lugar, y Dani tosió varias veces.

—Bueno…Supongo que te habrás dado cuenta que te has equivocado…—Me juré a mí misma que si algún día, aunque fuera lejano, podía saber quién era el asqueroso que estaba detrás de  esto, lo mataría. ¡Vamos si lo mataría! ¡Menudos sudores nos estaba haciendo pasar a todos!—.  Venga, no te sulfures, que tienes otra oportunidad. Eso sí, no la desperdicies, eres muy joven para morir, ¿no crees?

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Eso fue lo que Dani escribió. La verdad es que yo no capté ninguna diferencia con lo la respuesta que había dado antes y pensé si aquello no era una especie de signos de rabia por verse superado por alguien que demostraba ser de superior inteligencia.

Esta vez, sí, era correcto, y volvió a embargarnos la tranquilidad. La pantalla se tornó blanca, esperamos un buen rato y así se quedó un buen rato. ¿Y ahora qué pasaba? La tensión se palpaba en el ambiente y cualquiera diría que ese maléfico ser que nos tenía ahí encerrados como rehenes lo sabía. No tuvimos que esperar más, el color blanco se volvió púrpura, y apareció un nuevo galimatías. El más largo hasta el momento y, también, el que nos produjo el mayor pavor: en éste, además de los números y símbolos que habían ido saliendo en los demás acertijos, vimos unos esqueletos que se balanceaban.

—Aquí tienes, este es el último, a ver si consigues dar con él. —Si lo consigue le hago un monumento, me dije. Y de los más grandes—. Para que te des cuenta que no soy tan perverso, en lugar de dos minutos, te daré cinco.

El reloj volvió a ponerse en marcha, esta vez por última vez, y Marina y yo nos mantuvimos a la espera, pendientes de lo que Dani iba a hacer a partir de ese momento.

De repente, mientras veíamos como Dani miraba fijamente la pantalla con la mano puesta en la barbilla, meditando la respuesta que nos podía librar de ese monstruo, la puerta se abrió y, tanto Marina como yo, nos vimos empujadas hacia el exterior. Bien, más que empujadas, salimos de allí en volandas.

—Lo siento mucho, criaturitas… —Habló la tenebrosa voz—, pero llegados a este punto, esto es cosa de dos. —Me pregunté que cuando había sido de alguien más, aunque me abstuve de hacer comentario alguno, no fuera que saliéramos perjudicados.

La puerta se cerró, con un golpe seco, y nos miramos sin saber qué hacer. Nos sentíamos impotentes; yo, al menos, me hubiera gustado ayudar, ¿pero cómo? Mis pensamientos se vieron interrumpidos por el grito de Marina, un grito de auténtica película de terror. Me di la vuelta y pude ver qué era lo que motivaba el pavor de mi amiga y compañera: Elena. Allí estaba, en el suelo, en mitad del pasillo. Su cuerpo estaba rodeado de un gran charco de sangre y en su cabeza podía verse un gran corte en la frente. Me levanté corriendo, pero Marina me agarró fuertemente de la mano.

—¿Se puede saber adónde vas? —Me dijo con voz suplicante— ¡Ni se te ocurra dejarme sola!

—Está bien, acompáñame. Total, por ella ya nada podemos hacer. —Señalé a Elena—. Vamos a ver las otras oficinas, si se encuentran bien. ¿Preparada para lo que nos podamos encontrar?

—¿Y tú? —Me preguntó con aires de preocupación.

—Para estas cosas no se está nunca preparado.

Nos encaminamos al despacho contiguo y, lo que vimos allí nos dejó absolutamente heladas. Y no es para menos, nuestras compañeras estaban sentadas, con la mirada perdida, convertidas en frías estatuas de hielo. Desde luego, era dantesco. Salimos, y nos dirigimos a las oficinas de los jefes, las dos puertas estaban cerradas. Tocamos con los nudillos y les llamamos con insistencia, pero no respondía nadie. Recordé que en la oficina donde trabajaban Reyes y Nuri, las figuras de hielo, existía una copia de las llaves del despacho de los superiores y fuimos a buscarla. Mientras nos dirigíamos hacia allí, me pregunté cuánto tiempo había pasado, recordando que el maligno le había dado cinco minutos a Dani. Se dice que el tiempo es relativo, dependiendo del lugar dónde te encuentras. Pues os puedo asegurar una cosa: es verdad, porque tanto a Marina como a mí se nos estaba haciendo eterno.

Con la llave en mano, nos encaminamos a la oficina de los jefes. Nos miramos, en plan: ¿abres tú o abro yo? Claro está, que, ninguna de las dos se atrevía a dar el paso. Cualquiera, vamos, después de todo lo visto hasta el momento. Y, para colmo, no sabíamos nada de lo que estaba sucediendo tres puertas más a la derecha.

—Venga, abriré yo. —dijo, Marina, mientras con una mano ponía la llave en la cerradura y con la otra agarraba fuerte la mía hasta hacerme daño. —. Lo siento, ¿te he hecho daño?

—No te preocupes —respondí.

Narrar lo que nos encontramos al cruzar el umbral de la puerta es arto difícil, pero lo intentaré aunque sea una estampa de lo más: espeluznante, sangrienta, dantesca…y todos los sinónimos que podáis encontrar, pese a que os aseguro que la Real Academia no tiene suficientes. En la mesa de nuestros jefes vimos esparcidos fragmentos de sus dedos,  de los brazos, piernas…todo su cuerpo eran piezas de puzle. Lo único que estaba completo eran sus cabezas, situadas encima de una silla, en las cuales pudimos ver unos ojos impregnados de terror.

Salimos de allí como alma que lleva al diablo. Desde luego, el demonio virtual nos tenía dominadas en estos momentos y no podíamos hacer nada. Al parecer, solo había una persona que podía poner remedio a toda esta situación, y, por desgracia, no sabíamos nada de él. Bueno, pensé, más bien no empeorarla, porque pensando tanto en mis compañeras, como en mis superiores, ya nada podría salvarlos.

Llegamos caminando a la puerta de nuestra oficina, sin saber qué hacer, ¿y si me arriesgaba y llamaba a Dani a ver qué pasaba? Sí, ese capullo nos dijo que nos mantuviéramos bien calladas pero, ¡es que estábamos muertas de los nervios! Marina, viendo mis intenciones, me dijo que me abstuviera de hacer nada. Por desgracia, para bien o para mal, estábamos a su merced.

Tenía razón y, sin poder evitarlo, rompí a llorar con ganas. Lloré tanto que estoy segura que con mis lágrimas se habría terminado la sequía de al menos tres meses. Marina explotó también en llanto, nos abrazamos y nos sentamos en el suelo, en medio del pasillo. En cuestión de segundos se oyeron unos ruidos extraños, el suelo y las paredes comenzaron a temblar, y nos agarramos mucho más fuerte. ¿Es que no había suficiente que ahora también se añadía un terremoto?

Todo comenzó a girar, como si estuviéramos montadas en un tío vivo, para después, con una gran sacudida, volver a su estado normal.  Intuí que aquello podría significar que Dani había respondido al acertijo y que esas eran las consecuencias: no lo ha logrado, pensé. Y también pensé que, seguramente, había corrido la misma suerte que los demás: Dani estaba muerto,  por lo que a Marina y a mí no nos quedaba mucho tiempo.

Seguíamos abrazadas, temblorosas, y no oímos los pasos que se acercaban a nosotras. Así que, cuando una mano nos tocó en los hombros, pegamos un chillido que bien podía pasar a la posteridad del susto que nos llevamos. Pero, al ver de quién provenía, el susto se convirtió en… ¡Era él, era Dani! A Marina le faltó tiempo para lanzarse a sus brazos, y a mí también.

—¡No sabes la inmensa alegría que nos da verte! —Marina no paraba de tocarle, como si comprobara que estuviera entero—. ¿Estás bien? ¿Pero qué demonios ha pasado allí dentro? Bueno, aquí no quieras saberlo, Dani, es demasiado escabroso.

—Tranquilas, yo estoy bien. ¿No habréis, ni por un momento, desconfiando de mí, verdad?

—¡Por supuesto que no! —respondí—. Quién no era de fiar es ese ser nauseabundo. Y, por sus sangrientas acciones, a la vista está.

—Perdona, Estela, no te comprendo.

Cuando tanto Marina como yo íbamos a contarle a Dani lo que había pasado con nuestras compañeras, así como con nuestros superiores, oímos la voz de Elena que nos llamaba. Miramos a Dani fijamente, en busca de alguna explicación, pero solo obtuvimos una sonrisa como respuesta. Nos encaminamos al resto de oficinas, Reyes y Nuri estaban trabajando como siempre, absortas con sus expedientes y los jefes andaban atareados también en lo suyo. Allí, pese a haberlo visto y haberlo vivido, no había pasado nada.

Tres semanas después de lo sucedido, que ninguno de los tres contamos a nadie puesto que no queríamos nos tomaran por orates y nos encerraran tirando la llave a miles de metros de profundidad, fui a ver a Dani. Una cosa me rondaba la cabeza, y tenía que disipar mis dudas, satisfacer mi curiosidad: ¿cuál fue la respuesta al último acertijo?, ¿cómo había logrado salvarnos?

—Pues aunque parezca mentira, —Dani hablaba mientras sus dedos tecleaban a velocidad de crucero—, la respuesta al último acertijo era la más fácil de todas. Y eso que, para hacerme perder los nervios, me dijo que era el más complicado y que me daba más tiempo para resolverlo. Para que veas.

—¿Y qué respondiste? —Quise saber—. Seguro que la combinación de símbolos fue la más larga de todas.

—Te equivocas, Estela. —Levantó la vista y me miró—. Simplemente, me limité a reiniciar el ordenador.

FIN