Descartes sostenía que para que podamos declarar "verdadera" a una idea es suficiente que ésta aparezca ante nuestro "entendimiento" (facultad de captar ideas "intelectuales", es decir, "conceptos") como una idea "clara y distinta". Un ejemplo: la idea –el concepto- de triángulo es verdadera porque, por un lado, nosotros vemos con nuestro entendimiento, con "claridad", que se refiere a un polígono de tres lados, y además también vemos que esa idea no se puede confundir con la idea de cuadrado o rectángulo (se trata de una idea "distinta", diferenciable de otras con las que podría ser confundida si no la captamos bien).
¿Niega o discute esto Spinoza? Realmente no. Únicamente entiende que en lo que propone Descartes asoma un peculiar peligro que puede tener desastrosas consecuencias, sobre todo cuando no se trate ya de ejemplos tan exactos como los que nos aporta la geometría. ¿De qué peligro hablamos? De este: si sólo consideramos a lo "claro y lo distinto" como la única y exclusiva característica de la idea verdadera, se corre el serio riesgo de que la verdad íntegra dependa de lo que eventualmente "vemos" o "no vemos" con nuestro entendimiento, algo que fácilmente puede dar pie a que se introduzca un elemento o factor, por llamarlo así, de "arbitrariedad subjetiva": ¿es el triángulo un polígono de tres lados porque mi entendimiento lo ve con claridad y distinción así o es al contrario? Este es el tipo de cuestión al que intenta responder Spinoza introduciendo un matiz decisivo en lo que sostenía Descartes.
Con el fin de evitar esta posible confusión Spinoza añade lo siguiente a lo que afirmaba Descartes: la "idea adecuada" es una "idea verdadera" (clara y distinta para el entendimiento que la concibe) en la que, además, resulta perfectamente patente su estricta validez, esto es, su plena "adecuación" a lo que a través de ella es concebido en cada ocasión. Volvamos al ejemplo anterior: la idea de triángulo es una idea verdadera (clara y distinta para el que la concibe) y, más aún, una idea adecuada porque pertenece a la pura y estricta "esencia" de un triángulo: tener tres ángulos y sólo tres (no cinco o siete). Spinoza resalta y recalca que la, por decirlo así, "cara objetiva" del fenómeno es la principal (en el caso de los triángulos tener tres lados), y su "cara subjetiva" (presentárseme eso mismo "clara y distintamente") es algo derivado y secundario, subordinado. Se trata de un matiz o un añadido a lo que señalaba Descartes que pretende evitar una pendiente que a juicio de Spinoza tendría numerosas consecuencias indeseadas.