El mundo de los negocios es el mundo del dinero, y donde está el dinero, hay que aprender a bailar con lobos (otros dirían nadar con tiburones). Y cuando digo negocios, me refiero a donde se mueven ciertas cifras, y no a pequeños números.
Woody Allen afirmaba que "el hombre explota al hombre aunque a veces sucede lo contrario". Suele ser bastante cierto. Cuando alguién se ve en una posición de superioridad respecto a otro que está en inferioridad, suele aprovecharse de él (otra cosa es que lo haga con más o menos sutileza).
Recuerdo una vez, en el programa norteamericano The Apprentice, dirigido por Donald Trump (os dejo uno de los capítulos: Parte 1/3, Parte 2/3, Parte 3/3), que una de las jóvenes aspirantes a dirigir uno de sus proyectos inmobiliarios, en la sala de juntas, mientras comentaban cómo se había desarrollado la jornada del día explicaba:
– A mí nunca me han engañado.
Donald Trump intervino inmediatamente y dijo:
– No digas tonterías, a mí me han engañado muchas veces.
Todo esto lo cuento hoy porque en el libro de El gran empujón, de Félix Pérez-Orive (también tiene Un adiós a la empresa: aprendiendo a hacer negocios y Proyecto Yo: cómo ser Director General de su propia vida), en el capítulo 11, Bailando con lobos, el primer epígrafe se titula: Aprender a que no le engañen. Allí dice:
"Me comentaba un empresario que como había decidido no jubilarse (ni vender su empresa ni que la administrase un tercero), le preocupaba su mujer el día que él faltase. Concluía que tan complicado para ella sería seguir con la empresa como venderla, y al término de la reflexión me preguntaba qué tipo de ciencia necesitaba para manejarse sola. Le respondí que era quizá un poco tarde para que se pusiera a estudiar y que, además, las escuelas de negocio no enseñaban esas cosas. Lo que su mujer, y tanta gente que se relaciona de una manera u otra con los negocios, debería aprender como mínimo era a que no la engañasen.
- ¿Y cómo se logra eso?, me preguntó el empresario.
"La respuesta es exponiéndote a coscorrones benignos. Le pregunté si su mujer trabajaba y me dijo que mucho, ya que eran familia numerosa, pero ahora decía que quería poner una tienda de antigüedades con una amiga. Ahí, le dije, sobre todo si monta la tienda sola, tu mujer aprenderá rápido a que no la engañen. Tratará con gentes muy variadas que a su vez estarán haciendo negocios. Y sabrá distinguir unas de otras, lo cual es un pequeño doctorado. Dos años después y tras pequeñas vicisitudes, su mujer no sabía mucho más de negocios, pero había aprendido a que no la engañasen. A partir de ahora tal vez no pudiera decidir qué le convendría hacer a la muerte del marido, pero sí sabría distinguir entre asesores y depredadores".
Creo que Pérez-Orive, que ha pegado algunos tiros, lo resume muy bien. Es fundamental aprender a que no le engañen, y básicamente, en los negocios, uno aprende gracias a alguien que te va allanando el camino (suele ocurrir en las empresas familiares con padres e hijos) e indicando por donde vienen los peligros; o dos, exponiéndote a la realidad, sufrir los engaños y aprender para la próxima. Cuando a uno se la han jugado varias veces, sabe por donde vienen los peligros y en la medida de lo posible se anticipa.
Muchos peligros proceden de: adelantar dinero sin estar cubierto, no controlar bien el juego de porcentajes, no poner límites a quien tiene firma en la sociedad, en firmar cosas sin tenerlas bien estudiadas y analizadas... (casi todo tiene que ver con temas jurídicos y de exceso de confianza...)... Y presta atención a tu feeling, a tu intuición... Si algo no te huele bien, probablemente no lo sea, por tanto, mejor esperar. Aún así, uno nunca está a salvo. Por eso, no se trata de que no te engañen, sino de que te engañen lo menos posible.
Si consigues que no te engañen, tienes mucho avanzado. Luego las cosas saldrán mejor o peor, pero con las espaldas cubiertas. Pero si te engañan, por mucho talento que haya, uno se puede quedar a dos velas y sufrir, no sólo un impacto económico sino emocional.
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