La reina amada, Luisa de Mecklemburgo-Strelitz (1776-1810)

Por Sandra @sandraferrerv
La vida de la reina de Prusia, Luisa de Mecklemburgo fue breve pero dejó una profunda impronta en el corazón de su familia, de su reino y de muchos lugares europeos. Luisa de Mecklemburgo fue una mujer bondadosa, entregada a los más necesitados, con un corazón fuerte y una destacada determinación, carácter que fue de gran ayuda para su esposo, el siempre dubitativo Federico Guillermo III de Prusia. La reina Luisa fue madre de un rey, un emperador y una zarina; fue una asesora política de su país en la sombra y llegó a medirse ante la entonces principal amenaza de Europa, Napoleón Bonaparte. 

La princesa huérfana Luisa Augusta Guillermina Amalia de Mecklemburgo-Strelitz nació el 10 de marzo de 1776 en el Electorado de Brunswick-Lüneburg, en Hannover. Luisa era hija del príncipe alemán Carlos II de Mecklemburgo-Strelitz y la landgravina Federica de Hesse-Darmstadt. La infancia de Luisa transcurrió alejada de la corte, pues cuando nació, su padre aún no se había convertido en duque, hecho que sucedería en 1794 a la muerte de su hermano. Luisa era la cuarta de seis hijos, que fueron educados por una gobernanta llamada Fräulein von Wolzogen. Los años felices se vieron truncados cuando Luisa tenía apenas seis años y su madre fallecía a causa del enésimo parto. Aquel hecho marcó para siempre el carácter de Luisa que, desde entonces, se volcaría en realizar obras de caridad destinadas a los más necesitados, sobre todo a los niños huérfanos. Tras la muerte de su esposa, Carlos II y sus hijos dejaron la residencia familiar de Leineschloss y se mudaron al castillo de Herrenhausen, conocido entonces como el pequeño Versalles. El padre de Luisa se volvió a casar dos años después de enviudar con su cuñada Carlota con la que tuvo un hijo. Luisa pronto tomó cariño a su nueva madrastra por lo que su desaparición un año después, volvió a sumir a la niña y a toda la familia en una profunda tristeza.

Carlos II trasladó entonces a sus hijos a Darmstadt donde los pequeños quedaron a cargo de su suegra. En su nuevo hogar, Luisa y sus hermanos tuvieron una existencia tranquila y sencilla. En aquel tiempo la pequeña Luisa se volcó en las obras de caridad en las que se excedía hasta el punto de ser reprendida por su abuela por donar demasiado dinero a los más necesitados. Luisa recibió una buena educación. Aprendió francés, inglés, historia, literatura y música.  Doble alianza

Luisa con su
esposo Federico Guillermo III

En 1793, la abuela de Luisa se la llevó junto a su hermana Federica a Fráncfort en una visita a su sobrino el rey Federico Guillermo II de Prusia. Aquella visita fue una excusa perfecta para su tío, el duque de Mecklemburgo, quien pensaba en alguna de sus sobrinas para estrechar lazos con la casa real de Prusia. La jugada salió perfecta cuando no sólo el príncipe heredero prusiano, Federico Guillermo se fijó en Luisa, sino que Federica fue pretendida por su hermano, el príncipe Luis Carlos.  Pocas semanas después de aquel primer encuentro, el 24 de abril de 1793, Luisa y Federico Guillermo se casaban en Darmstadt. Dos días después lo hacían sendos hermanos, Federica y Luis Carlos. Reina de Prusia Luisa tenía entonces diecisiete años y su esposo veintitrés y congeniaron desde el primer momento. Desde entonces hasta el fallecimiento prematuro de Luisa, la pareja real se entendió a la perfección y actuaron juntos en todo momento. 

Luisa con uno de sus hijos

La nueva princesa de Prusia se ganó rápidamente el cariño de sus nuevos compatriotas gracias a su espontaneidad, generosidad y cercanía con la gente. Luisa y Federico Guillermo se instalaron en el palacio de Paretz, cerca de Postdam, alejados de la corte donde intentaron mantener una vida más o menos tranquila antes de su ascensión al trono prusiano. La feliz pareja llegó a tener nueve hijos, entre los que se encontraría el futuro rey de Prusia, Federico Guillermo IV, el primer káiser alemán Guillermo I y la zarina Carlota.  El 16 de noviembre de 1797 fallecía Federico Guillermo II de Prusia y el esposo de Luisa se convertía en rey y ella en reina consorte. La nueva reina no permaneció al margen del gobierno sino que continuó trabajando al lado de su marido, el rey Federico Guillermo III al que asesoró y ayudó en la política de su país en todo momento.  En aquellos años Europa luchaba contra las continuas invasiones de Napoleón Bonaparte quien ocupaba Berlín el 27 de octubre de 1806 obligando a la familia real a huir de la capital. La guerra contra Francia terminó con la Paz de Tilsit el 9 de julio de 1807. Aquel tratado firmaba la derrota prusiana quien perdió en la contienda buena parte de su territorio. 

Encuentro de Luisa con Napoleón en Tilsit

En las conversaciones previas a la firma del tratado con Napoleón, la reina Luisa no dudó en presentarse ante el entonces emperador Bonaparte con el que intentó negociar una paz honrosa para su país. A pesar de que Luisa no consiguió doblegar a Napoleón, quien además intentó verter sobre ella distintas calumnias para destruir su reputación, la reina de Prusia salió fortalecida de Tilsit por su determinación y su gran demostración de amor a su patria.  Los reyes de Prusia vivieron lejos de Berlín, a la que volvieron tres años después. La invasión napoleónica afectó profundamente a Luisa quien se sumió en una profunda tristeza a pesar de que siguió trabajando para el gobierno de Prusia y preparando a su hijo como futuro rey.  El 19 de julio de 1810, en una visita al ducado de su padre en Hohenzieritz, Mecklemburgo-Strelitz, fallecía de manera prematura a los 34 años de edad. Las causas de la muerte no quedaron claras por lo que sus amados súbditos culparon a la ocupación francesa de la desaparición de su reina.  Enterrada en los jardines del Palacio de Charlottenburg, la reina Luisa de Mecklemburgo se convirtió en todo un símbolo para sus súbditos. La figura de la reina se convirtió en referente de los ideales femeninos más conservadores llegando a inspirar la creación de la organización de mujeres conservadoras alemanas Luisenbund o Liga de la reina Luisa y el Tercer Reigh utilizó su memoria para representar en su propaganda política su estereotipo de mujer.