La Reina del Sur, de Arturo Pérez-Reverte

Publicado el 22 marzo 2010 por Flenning

Teresa Mendoza no es una sociópata como Lisbeth Salander; sin embargo, pese a que no sabe matar ni es rencorosa, sí es capaz de aprender lo que haya que aprenderse, si en eso le va la vida. Nomás la fastidias un tantito y te quiebra. A la chingadera con los cabrones que se la juegan torcida. Pues qué lástima que te hayas jodido, pendejo, códigos son códigos y ahí te van los míos…

Es difícil imaginar las transformaciones que hubo entre la Teresa inocente y chavita de ojos confiados que canjeaba dólares en las esquinas de Culiacán, Sinaloa, y la Teresa Reina del Sur que navega entre las rachas de mar bravo desde Marruecos hasta Finisterre. La recta que separa ambas Teresas está quebrada, fragmentada, llena de alter ego, transformación, caos, y paradoja.


«... qué pasa cuando nada esperas, y cada aparente derrota te empuja hacia arriba mientras aguardas, despierta al amanecer, el momento en que la vida rectifique su error y golpee de veras, para siempre. La Verdadera Situación. Un día empiezas a creer que tal vez ese momento no llegue nunca, y al siguiente intuyes que la trampa es precisamente ésa: creer que nunca llegará. Así mueres de antemano durante horas, y durante días, y durante años. Mueres larga, serenamente, sin gritos y sin sangre. Mueres más cuanto más piensas y más vives […]»

Digo transformación, porque cuando La Situación –un celular que suena mientras se ducha, un güerito que sonríe padrísimo, una ranchera desafinada- promueve a Teresa al siguiente nivel del juego, ella forma la crisálida de la cual nacerá otra Teresa. Y así, Situación tras Situación, se consumen las Teresas del juego.

Digo caos, porque en su vida no hay relación proporcionada entre la causa y el efecto. El simple aleteo de una mariposa o de un Cesna en Sinaloa puede producir un tsunami de la chingada en la mafia rusa.

En este proceso, ella no parece ser la suma de las que fue. Sale de su capullo con un nuevo alter ego y deseando olvidar su pasado: Nomás muérete, si es que aún no te has muerto. Hasta aquí has llegado, chaparra, desde ahora sigo yo. Ya nos vemos. ¿Cuándo se acaba esta transformación?

Órale, compadre, quiubo. ¿Cómo que cuándo se acaba? ¿Qué pinche pregunta es esa? No mames pues. La neta es que se acaba cuando se acaba la baraja, o cuando yo digo que se acaba, cabrón. Se acaba cuando miras pa’ atrás y solo ves el reguero de muertos y nadie te espera ni tantito. Si aún te quedan naipes en la baraja toca jugarlas nomás, pero si la vas a fregar ahorita más te vale que tengas los zapatos puestos, güey, ni modo de morirte en medias. Si es que esta vida estaba acabada nomás antes de empezar el corrido. Pa’ qué me dices que no, si sí.

Es cierto lo que me dice Teresa. Para ella, su vida es como la de los habitantes de Comala, en Pedro Páramo, con la diferencia que ella vive y cree estar muerta.


«... Teresa se levantó entre los destellos de la puerta y la luz rojiza de las velas-... Lo que estoy es muerta. Su Teresita Mendoza murió hace doce años, y vine a enterrarla […]»
«... Ojalá pudieran verla esos perros antes de que les abrasemos la madre, o viceversa. Pues a lo mejor me río de puro miedo a morirme, dijo ella. O de miedo a que me duela mientras me muero. Y el otro asintió otra vez y dijo: pos fíjese que como todos, patrona, o qué pensó. Pero eso del picarrón lleva su tiempito. Y mientras nos morimos o no, igual ahí nomás se mueren otros […]»

Desde la perspectiva del El gran juego, Teresa ha incorporado la sensación de estar muerta como una estrategia salvadora. Ella no teme morir porque se considera muerta. Morir le vale madres, y a partir de ahí todo es ganancia, no puede haber nada peor. Para ella el único camino posible es el de escapar hacia adelante. Vivir sin miedo otorga libertad, y eso representa una ventaja en el contexto de la partida, porque si el fin de la partida es la muerte y no hay temor a la muerte, entonces no hay temor a la derrota.

En la bolsa de Teresa no hay Ego, ni Rencor, y eso es objetivamente bueno, porque esos señores son enemigos consumados del Amor y de la Felicidad; sin embargo, otra vez en el contexto de El gran juego, Teresa no es feliz.




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Teresa y el miedo
«... Yo soy la otra morra que tú no conoces. La que me mira, o ésa a la que miro; ya no estoy segura ni de mí. La única certeza es que soy cobarde, sin nada de lo que hay que tener. Fíjate: tanto miedo tengo, tan débil me siento, tan indecisa, que gasto mis energías y mi voluntad, las quemo todas hasta el último gramo, en ocultarlo. No puedes imaginar el esfuerzo […]»
Teresa y las reglas del juego
«… Ese güey hace su trabajo como nosotros el nuestro, dijo. Son las reglas, y si un día se va a la chingada en una persecución o se lo friegan bien fregado en una playa, será cosa suya. A veces se gana y a veces se pierde. Pero a quien le toque un pelo de la ropa estando fuera de servicio, haré que le arranquen la piel a tiras. ¿Lo tienen claro? Y lo tuvieron […]»

¿Por qué Teresa no es feliz? ¿Acaso ella es un personaje mal hecho o hecho a contracorriente del Mistral Mediterráneo? No lo sé. Yo creo que se parece a muchas mujeres reales, incluso algunos creen que Teresa Mendoza, la Reina del Sur, es en realidad Sandra Ávila Beltrán, la Reina del Pacífico. Este es un mito en el cual, esta vez, prefiero no creer.

De todos modos, por mucho que se parezcan, ya sabemos que esto de los laberintos no es tan sencillo como se lee, y que una cosa son los caminos y otra cosa son los caminantes. Quiero decir que el hecho de que Teresa y Sandra hayan hecho el mismo camino no las lleva al mismo destino. Quizás no baste con ser un buen jugador para ser feliz, quizás la muerte no es, en realidad, el destino del caminante, sino solo una encrucijada más del laberinto, quizás ganar no es lo que parece o lo que uno cree que parece.

Creo que Teresa no es una heroína, al menos no en el sentido que decidimos darle a esa palabra en este espacio; sí puedo decir que es una jugadora digna, en el sentido lúdico. Uno siempre quiere encontrar jugadores que dignifiquen la partida.

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