La reina loca, Luisa Isabel de Orleans (1709-1742)

Por Sandra @sandraferrerv
Luisa Isabel de Orleans vivió muy poco tiempo en la corte española, pero el suficiente para que el pueblo la recordara como la reina loca. Su locura estaba muy alejada de la que en otro tiempo se le atribuyera a otra reina, Juana I, quien se suponía loca pero de amor. Luisa Isabel de Orleans escandalizó a todos con su actitud extravagante y en absoluto digna de una reina. Corría por los pasillos en paños menores, eructaba y se ventoseaba sin ningún tipo de pudor y comía de manera desordenada en los lugares más insospechados. Por poner sólo algún ejemplo. No es de extrañar que cuando su marido falleció repentinamente, Felipe V, de nuevo en el trono, y su esposa Isabel de Farnesio, se afanaran en mandarla de vuelta a su Francia natal.

Luisa Isabel de Orleans nació en el palacio de Versalles el 9 de diciembre de 1709. Era una de las siete hijas de Felipe II de Orleans, sobrino de Luis XIV, y Francisca María de Borbón, hija ilegítima del rey Sol y una de sus amantes, Madame de Montespan. El nacimiento de Luisa Isabel no fue en absoluto celebrado, pues sus padres esperaban que, tras la llegada de varias niñas, el nuevo vástago fuera un niño. De hecho, recibió tan mal la noticia del nacimiento de la pequeña que ni tan siquiera se dignaron a darle un nombre por lo que durante su infancia se la conoció como Mademoiselle de Montpensier. 

La pequeña no sólo no fue bautizada con ningún nombre sino que sus padres descuidaron su educación y fue llevada a un convento desde bien pequeña junto a una de sus hermanas. Cuando volvió a la corte, pues fue expulsada del centro religioso por su mala conducta, Madame de Montpensier creció totalmente descontrolada.  En 1721, cuando se pactó su enlace con Luis de España, tenía doce años. Fue entonces cuando se cayó en la cuenta de que Mademoiselle de Montpensier no estaba bautizada, ni había recibido la primera comunión, sacramentos que se le otorgaron deprisa y corriendo.
Cuando llegó a Madrid, las extravagancias de la francesa fueron reídas por la corte y su propio marido. Risas que pronto mudaron en gestos de asombro para terminar escandalizando a todo el que se cruzaba en su camino.
Luisa Isabel se presentaba ante la corte vestida de mala manera, sucia y oliendo mal. Debajo de sus roñosos atuendos no llevaba ropa interior, hecho que constataban quienes la veían levantarse las faldas sin ningún tipo de recato. Esto en el mejor de los casos, pues en otras ocasiones vestía camisones transparentes con los que corría por los pasillos de palacio y trepaba a los árboles de los jardines. A todo esto se sumaban conductas desafortunadas como eructar y ventosearse en público ante la mirada atónita de la aristocracia. A la hora de comer, se negaba a sentarse a la mesa mientras se escondía en cualquier rincón para engullir cantidades exageradas de dulces o rábanos. Por si no fuera poco, a veces le daban arrebatos de limpieza y utilizaba sus propios vestidos como trapos para acicalar muebles y suelos de palacio. No es de extrañar que fuera apodada como "La reina loca". Así actuaba aquella joven que el 15 de enero de 1724 se convertía en reina de España cuando Felipe V abdicaba en favor de su hijo primogénito Luis. Este, desesperado ante la conducta inverosímil de su esposa, llegó a encerrarla en sus aposentos días enteros sin ningún tipo de resultado positivo en su conducta. Solamente cambió de manera inexplicable cuando Luis I contrajo una viruela que lo llevaría a la tumba. Durante los últimos días de la vida del monarca, Luisa Isabel se mantuvo a su lado cuidando de su esposo con gran abnegación. El 31 de agosto fallecía el rey de España y su padre Felipe V volvía a asumir el poder. La reina viuda era enviada pocos meses después a París. Luisa Isabel de Orleans pasó el resto de sus días intentando enmendar su carácter pasado llevando una vida tranquila en Vincennes y el palacio de Luxemburgo donde fallecía a causa de una hidropesía a los 32 años de edad el 16 de junio de 1742. La corte española guardó tres meses de luto. 
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Locos de la historia, Alejandra Vallejo-Nájera