Revista Arte

La reinvención del Arte se basará en el realismo de la vida, de la más normal y pasajera.

Por Artepoesia
La reinvención del Arte se basará en el realismo de la vida, de la más normal y pasajera. La reinvención del Arte se basará en el realismo de la vida, de la más normal y pasajera. La reinvención del Arte se basará en el realismo de la vida, de la más normal y pasajera. La reinvención del Arte se basará en el realismo de la vida, de la más normal y pasajera. La reinvención del Arte se basará en el realismo de la vida, de la más normal y pasajera. La reinvención del Arte se basará en el realismo de la vida, de la más normal y pasajera. La reinvención del Arte se basará en el realismo de la vida, de la más normal y pasajera. La reinvención del Arte se basará en el realismo de la vida, de la más normal y pasajera. La reinvención del Arte se basará en el realismo de la vida, de la más normal y pasajera. La reinvención del Arte se basará en el realismo de la vida, de la más normal y pasajera. La reinvención del Arte se basará en el realismo de la vida, de la más normal y pasajera.
Cuando el romántico, y el realista, y el casi impresionista también, pintor francés Camille Corot (1796-1875) crease en Italia en 1843 su lienzo Marietta, no pudo por entonces sospechar lo que su gesto artístico supondría ya en la historia del Arte. Corot sería un precursor de otras tendencias, como lo fuera luego el Impresionismo, que se inspiró en él para convencerse ya de que la luz y el instante podían ser elementos esenciales en una creación artística. Pero entonces, en 1843, crearía un desnudo de mujer como las clásicas odaliscas o heroínas de antaño, pero, ahora, tan solo de una simple y vulgar prostituta de Roma. Y no sólo eso sino que su dibujo por entonces no fue ya ni tan elaborado, ni tan decorado, ni tan arrebatador sensualmente, como lo habían sido antes. No, ahora sólo era la simple imagen desnuda de una mujer romana tendida en un catre. Nada más. Y nada menos...
Corot será el primero que desarrollará eso que, tiempo después, se dará en llamar Modernismo. El escritor y poeta francés Charles Baudelaire (1821-1867) lo entendió también. En 1863, veinte años después de que Corot pintase su Odalisca romana, Baudelaire escribió su ensayo El pintor de la vida moderna. Con él quiso reflejar el ofuscado poeta francés la experiencia fluctuante y efímera de la vida moderna, y de la responsabilidad que tendría el Arte de captar ahora esa nueva experiencia. Así empezó la Modernidad. La definió entonces diciendo que era lo transitorio, lo contingente, lo fugitivo, que era la mitad del Arte, cuya otra mitad era lo eterno o lo más inmutable -representado sobre todo por el Arte más clásico-, pero que el Modernismo debía así incorporar ya lo no eterno, lo más vulgar, lo pasajero.
Sin embargo, habría motivos ya para conseguirlo; y Corot fue el primero que comprendió que lo contingente del Arte no podría ser tan elaborado además, no podría ser tan perfilado como lo había sido ya con los académicos rasgos excelsos de la Pintura más consagrada. Así nació el Modernismo, aunque tímidamente, ya desde entonces. Pero, aún tendrían que pasar más años, muchos, hasta llegar al Arte más moderno. La actriz de teatro Sara Bernhard (1844-1823) comprendió la primera, desde que empezara a declamar sus papeles dramáticos en los teatros de Europa, que la naturalidad de la vida normal debía sustituir claramente el histrionismo rígido y alejado de las actuaciones clásicas de antes. Y así lo hizo, y así triunfaría en todas las ocasiones que su arte le permitió hacerlo. Con ella comenzaría ya el nuevo teatro y las nuevas formas de interpretarlo.
El realismo en el Arte tiene, básicamente, dos formas de entenderse. Una, como la descripción natural de la vida más normal y vulgar de los hombres. El Barroco fue el primero que ya lo hizo. Otra, como el verismo más fiel a las cosas de la naturaleza, es decir, a pintar las cosas como son realmente, no sólo por sus detalles sino por su realidad más cercana a la visión exacta y general de las cosas y de su propio reflejo ante los ojos. Y aquí el color tendría mucho que decir, porque las cosas no son tan contrastadas en la vida real como los pintores del Barroco las pintasen, por ejemplo, con esos colores exagerados y no conformes. Pero, también la perfección real del cuerpo de las personas, la proporción exacta, el reflejo real que de la luz natural sus cuerpos emitan, y la verdad más sincera que de sus propias imágenes pueda obtenerse ya la misma verdad que, de estar dentro de la escena retratada, el propio receptor así la viera.
El creador francés Aimé-Nicolas Morot (1850-1913) fue un ejemplo del más sublime verismo en el Arte académico y realista de finales del siglo XIX. Un dibujante extraordinario, un recreador de la verdad en todas sus facetas artísticas. Sin embargo, su modernismo para entonces no fue tal, no cumplía el sentido existencialista del hombre moderno que hablaba Baudelaire. Sus obras son representaciones de gestas históricas y legendarias, de esas de las que siempre se habrían ya representado en el Arte. ¿Qué otro interés podría tener descubrir entonces el perfecto perfil anatómico de un vulgar personaje? Es por lo que estos pintores, tan escrupulosamente realistas, crearon obras de seres reconocidos -Herodías o el Buen Samaritano-, y no de representaciones genéricas y banales. 
Tuvo que llegar la posmodernidad, algo impreciso, pero que ahora asesinaba por la espalda a la modernidad de antes, a la que Oscar Wilde o Baudelaire, por ejemplo, habrían jurado que nunca algo así pudiera morir, para crear ahora las cosas de otra forma. Pero tendría ahora tan solo una de las dos cosas que el escritor decadentista francés ya hubiese augurado, la fugacidad de la vida, reflejo de la existencia efímera de los seres sometidos a su influencia. Así llegaría el hiperrealismo, el realismo más fotográfico o el superrealismo. La verosimilitud de la escena retratada se ha conseguido ya extraordinariamente, como en el caso del pintor chileno Claudio Bravo (1936-2011) y su Venus de 1979. A diferencia de Corot, el creador chileno nos sorprende, ¿es una fotografía o no lo que vemos?
Aquí, el Arte trastocará claramente aquel sentido de modernidad, y su postmodernidad -la del pintor- le llevará en este caso a sublimar lo eterno del Arte en una ahora eternidad nada gloriosa, ni idealizada ni reflejada en ningún alarde más allá de la fidelidad exacta de la imagen. Sin embargo, la pintora brasileña actual Marta Penter (Porto Alegre, 1957) sí conseguirá la otra mitad efímera del Arte, esa que nos describirá a nosotros, a los seres desconocidos, en su mundo conocido. Es la necesidad del ser humano ya de verse, de reflejarse de cualquiera de las posibles maneras naturales que la vida actual ya le obligue. Con belleza, con sensualidad, con originalidad. Con las sutiles formas de los detalles naturalistas del Barroco, pero sin los colores grandilocuentes o realistas o exactos de la vida. 
(Imagen reproducida -sin color- de un óleo del pintor Aimé-Nicolas Morot, Herodías, 1880, Francia; Óleo de Aimé-Nicolas Morot, El Buen samaritano, 1880, Museo de Bellas Artes de París; Cuadro de Camille Corot, Marietta, Odalisca romana, 1843, Museo de Bellas Artes de París; Obra del pintor superrealista Claudio Bravo, Venus, 1979; Óleo del pintor modernista y orientalista francés Georges Clairin, Retrato de Sara Bernhardt, 1871, Francia; Detalle azulado de una imagen fotográfica de Sara Bernhardt, del fotógrafo Felix Tournachon, conocido como Nadar, 1865, París; Imagen fotográfica original de Felix Tournachon, 1865, Retrato de Sara Bernhardt; Cuadro hiperrealista de la pintora Marta Penter, Pintura realista en óleo, 2009; Imagen fotográfica de la pintora Marta Penter creando su obra, 2009; Óleo barroco del pintor español Juan Bautista Maíno, Adoración de los pastores, 1614, Museo del Prado; Detalle de la misma obra de Maíno, con los reflejos realistas del barroco en una imagen.)

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