Como las brujas, como los herejes, como la Doncella de Orleans. La religión a la hoguera. Por doctrinaria, por impositiva, por reaccionaria, por falsa, por hipócrita, por regresiva, por coartar la libertad y agredir la privacidad. Al fuego. Que no queden ni las cenizas. Y cuando el fuego dibuje sus perfiles, veremos las sombras sinuosas de las catedrales y de las ermitas románicas y del arte cisterciense, y los Pantocrátor y las vidrieras góticas y los monasterios y el Santo Grial,y las Madonnas de Rafael y Michel Ángelo y la Anunciación de Leonardo y el Cristo de Velázquez y las Purísimas de Goya y la Sagrada Familia de Gaudí. Y escucharemos de fondo El Mesías de Hendel o el Ave María de Schubert o de Gounod y las voces de los monjes entonando los cantos gregorianos y leeremos, entre llamas, La Divina Comedia, Los Milagros de Nuestra Señora, La vida es sueño o a San Juan de la Cruz.
Y juntamente con la religión, quemaremos otras brujas como la mitología o la cultura clásica o la filosofía, la física o las matemáticas, porque tan herejes son Dafne y Apolo como los serafines y los querubines, y tan doctrinarios Heráclito y Parménides como Santo Tomás o San Agustín, y tan revolucionario el clerical Copérnico como el agnóstico Hawkings, y tan regresivos Scotto y Ockam, franciscanos y padres del nominalismo actual, como Witgensttein. Y tan ideológico es el laicismo puro como el anticlericalismo, que no purificaremos en el ritual catártico de la hoguera.
El laicismo puro y el anticlericalismo sobrevivirán a esta purga inquisitorial. Y juntamente con ellos, rescataremos de la hoguera a Marx, al Che, a Stalin, a Freud y a otros no cristianos, que son los únicos que han aportado alguna cosa a la libertad y los derechos humanos, a la política y al progreso social y económico. Los primeros en proclamar la dignidad del ser humano. Los únicos que han implantado la libertad en la sociedad de consumo y han conseguido desterrar del mundo el sufrimiento, la enfermedad, la muerte y la injusticia. Y reconstruiremos un mundo a caballo entre el mundo feliz de Huxley y Matrix.
Por eso, cuando nuestros sucesores vean en alguna pantalla la imagen de un Cristo yacente, un voz en off les dirá que era un activista de Greenpeace y cuando pregunten quién era San Pablo, la misma voz dirá que un traidor a la causa sionista. Después, apagados todos los fuegos, disipadas todas las sombras y quemados todas las brujas y herejes de la cultura occidental, miraré a mi alrededor y como Quevedo, no hallaré cosa en que poner los ojos que no sea recuerdo de la muerte.