Por todo esto, estudios como los del profesor Rodríguez Becerra son muy importantes, porque nos ofrecen una visión de nuestra realidad cotidiana realizada desde una perspectiva muy reflexiva y teniendo muy en cuenta la evolución histórica de este territorio, muy marcada por las condiciones en las que se realizó la reconquista cristiana y por la convivencia durante siglos con los musulmanes, cuyo Reino de Granada fue el último en caer, a finales del siglo XV. En cualquier caso es fundamental separar la teología de la religión cristiana institucionalizada de las auténticas creencias populares que, partiendo de aquella, crea su propia mitología, poblada de seres sobrenaturales, poderes curativos, milagros y magia. Solo hay que comparar la asistencia a misa con la asistencia a eventos como la Semana Santa o distintas romerías, así como el verdadero sentido que la gente da a ciertos sacramentos, como bodas, bautizos y comuniones. En esto último es en lo que se debe profundizar, estudiando los orígenes auténticos de dichas creencias y su evolución en el tiempo:
"Los andaluces viven intensamente la religión aunque no participan de todos los principios de la Iglesia, ni siguen sus rituales, y desde luego no parecen dispuestos a ayudarla en sus necesidades. La distinción y contraposición entre religión devocional - propia de las gentes cercanas a la Iglesia - y la religión tradicional, versión esta última en la que se sitúan la inmensa mayoría de los andaluces, parece pertinente. Esta postura puede ejemplificarse con la escasa asistencia a la misa dominical o en la reducida aportación que hacen mediante el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas. (...) Existe todavía un fuerte rechazo del ejercicio del poder y de dominio sobre los hombres llanos que pagaban los diezmos, las penas impuestas por los tribunales eclesiásticos y agachaban la cabeza ante los eclesiásticos por temor al poder real que tenían o podían llegar a ejercer."
La religión de los andaluces parte de una carta que Gerald Brenan envió al famoso antropólogo Julio Caro Baroja, instándole a investigar la devoción que generan a su alrededor las ermitas y santuarios presentes en prácticamente todos los pueblos del territorio, algo poco tenido en cuenta a la hora de comprender las verdaderas creencias de unos habitantes cuyas vidas fueron durante siglos subordinadas a un control social del comportamiento a través de las autoridades eclesiásticas, con fuerte presencia del temible Tribunal de la Inquisición, garante de la pureza de la fe y fiscalizador de las conductas al respecto. La asistencia a misa estaba fuertemente controlada, así como los pecados de la gente, a través de la institución de la confesión. El aflojamiento de esta presión coercitiva al perder la Iglesia gran parte de su poder, ha hecho que las creencias populares puedan seguir sus propios derroteros, llegándose al punto de que la devoción a ciertas imágenes supera con creces a la de Dios Padre, quizá un concepto demasiado metafísico para que llegue al pueblo.
La fiesta se configura así en la gran ocasión de rendir culto a la Virgen o Cristo a la que se reza todo el año, un momento de gran emoción para mucha gente, que vive como una especie de éxtasis la cercanía física de la imagen, como si su poder benéfico de otorgar milagros se incrementara en esas ocasiones especiales. Siendo objetivos y para restar componente sobrenatural a estos intensos sentimientos, resultan ser muy parecidos a los que viven los aficionados de un equipo de fútbol ante una gran victoria de su club: un partido importante también se vive como una fiesta de devoción, cuyos momentos de éxtasis y estallido son los goles del propio equipo, mateniéndose el culto durante todo el año, de una forma particular, pero con elementos propios de la fe religiosa en muchos casos.
También resulta muy útil saber que las devociones a ciertos santuarios tienen periodos de esplendor, para luego declinar, cuando la gente estima que no se producen suficientes milagros en ellos. A principios del siglo XVII el más popular era el de la Virgen de Gracia, en Carmona, para pasar luego las preferencias al de la Virgen de Consolación de Carmona. Ambos están olvidados hoy a favor del Rocío y la Virgen de la Cabeza y quien sabe si serán capaces de mantener su estatus en el futuro o tendrán que pasar el testigo a otros. Hay muchos otros casos parecidos, como el que refleja Federico de Olóriz, eminente médico granadino del siglo XIX, en sus impresiones de un viaje por la Alpujarra:
"La virgen de las Zorreras en Ferreirola (Granada), hace unos diez o doce años se apareció a tres pastorcillos; hubo devociones por entonces, pero hoy está casi olvidada."
Poseer un santuario de estas características es objeto de deseo para muchos pueblos, y no solo por los beneficios espirituales, sino también por los económicos, y el proceso para conseguir su fama suele ser parecido: el hallazgo milagroso de una talla presuntamente antigua o la aparición de la Virgen a alguien humilde expresando su deseo de que se construya una ermita en el lugar. Es importante que el elemento mágico y milagroso esté presente desde el principio y que la localidad cobre renombre gracias a estos hechos y la fama se mantenga gracias a los milagros que concede la imagen a quienes la visitan. El famoso salto de la reja que se produce todos los años en Almonte, en cierto modo representa el derecho de propiedad sobre la imagen que ejercen los jóvenes de la localidad, impidiéndose la participación en este acto a foráneos, que, si se atrevieran a acercarse, serían repelidos violentamente por los almonteños.
La religión de los andaluces constituye un libro muy necesario en una tierra como esta, en la que establecer un discurso racional y un análisis objetivo de las costumbres resulta en muchas ocasiones una tarea muy complicada, ya sea porque cualquier cuestionamiento religioso puede ser recibido con hostilidad por el devoto, ya sea porque el análisis objetivo de la propia realidad y el descubrimiento de sus fuentes, de la auténtica historia de la misma, puede entrar en controversia con las leyendas y relatos fantásticos aceptados como válidos por el creyente.