La respuesta austrohúngara

Publicado el 02 septiembre 2015 por Vigilis @vigilis
En la célebre fábula, el escorpión no podía remediar clavar su aguijón al zorro o rana o señora mayor —según la versión— que amablemente lo llevaba en la grupa para cruzar el río. Igual que el escorpión no puede evitar actuar como un escorpión, el austrohúngaro ibérico no puede evitar actuar como un austrohúngaro ibérico. Y por autrohúngaro ibérico me refiero a ese ejército de abogados del estado, mapaches de subdirección, Oompa-Loompas con grapadora y enteradillos de los negociados del estado, que gastan pasillo de ministerio desde tiempos de Isabel II. A día de hoy, esa masa informe que conocemos por Pepé.

Interior del cerebro de Mariano Rajoy. Dramatización.

El partido de los pensionistas por antonomasia, actúa como era de esperar. Un chasco se habrán llevado los que pensaban que iban a ver a mi paisano Mariano subido a unas cajas de Pepsi en medio de la Gran Vía proclamando la toma del Palacio de Invierno. Nanay de la China. La triste, gris, aburrida y prosaica burocracia es la herramienta preferida de los obsolescentes turnistas. Hasta para tratar el peliagudo asunto del golpe de estado a cámara lenta que pretenden dar los cleptócratas catalanes, nuestros austrohúngaros recurren al manido procedimiento administrativo.
Asi las cosas, en el atardecer de la legislatura actual el PP decide dotar al Tribunal Constitucional de las atribuciones de un tribunal. El hasta ahora órgano consultivo se parecía más a una braga en manos del gobierno que a otra cosa y ahora lo ascienden a braga mojada con la que golpear la cara al que se porte mal. La reforma que aprobará el gobierno dotará al TC de la potestad punitiva contra quienes osen incumplir sus sentencias —que ahora sí serán sentencias—, en cristiano: podrá multar y/o inhabilitar a los cargos públicos y empleados públicos que vayan contra la Constitución.

«Y entonces le dije: "yo eso no lo toco si antes no te duchas"».

Es evidente que esta reforma ad hoc tiene en su punto de mira a esos palurdos que después de saquear las arcas públicas durante treinta años se han encontrado —crisis mediante— con un ambiente menos propicio al fraude fiscal y una menor tolerancia ante la corrupción política. En su huída hacia adelante, los palurdos cleptócratas (¡cómo me gusta la palabra «palurdo»!) han sacado el tema de la mística y la magia a la palestra política y nos vienen con un imaginativo cuento de identidades étnicas, derechos históricos e historias de persecución a ver si suena la campana y se pueden librar de responder ante la justicia. He ahí todo el misterio de los golpistas.
Podemos enzarzarnos en legalismos y tecnicismos que quedan lejos del argumento de barra de bar —síntoma de la madurez política de un país—, ¿acaso no había antes de esta propuesta mecanismos legales para evitar golpes de estado en España? ¿No aumenta esto el poder del gobierno de turno contra quienes quieren reformar la Constitución y carecen de apoyos suficientes? ¿Mejora esta reforma el cumplimiento de los preceptos constitucionales o instrumentaliza la Constitución en manos de quienes tienen una visión conservadora de la misma? Estos son temas para juristas, retruécanos que exigen cierto nivel de especialización en asuntos de Derecho Constitucional. Ciertamente existe un amplio espacio de debate en cuanto a las consideraciones políticas de la reforma: ¿se trata de una propuesta electoralista? Y aquí la respuesta que encuentro es sí y no. Una respuesta de Schrödinger que en un país como el nuestro cuarteado por trincheras no gusta a nadie. ¡Qué le vamos a hacer!

«Verá señoría, todo empezó como una broma que se nos fue de las manos».

Por un lado es evidente que existe electoralismo por parte del partido en el gobierno. Que hayan llevado a su candidato a las elecciones catalanas al Congreso para presentar la propuesta, y que éste, con su estilo de portero de discoteca, diga "la broma se ha acabado" ante una prensa ávida por frasecitas que quepan en un tuit es de un electoralismo que apesta.
Pero por otro lado, ante las encuestas que desde hace la tira de meses nos proponen un congreso sin mayorías, y con las elecciones a la vuelta de la esquina, se puede entender que tardaremos años en tener una mayoría suficiente para llevar a cabo este tipo de reformas. Todos los sondeos coinciden en apuntar que tras las próximas elecciones España será gobernada por un plato de sopa, tres mapaches y una bombilla fundida porque simplemente nos va la marcha. Se acabaron las apisonadoras políticas. Ni PP ni PSOE suman —es evidente que un turnista no hace esto sin el asenso al menos implícito del otro turnista— como para reformar en la proxima legislatura nada con más enjundia que el logotipo de TVE. Pero ya habrá tiempo para hablar de lo que nos espera y de nuestras ganas de trolear la política votando muchas cosas diferentes al mismo tiempo.
Aquí de lo que se trata es de poner un freno no a los corruptos que dominan la escena mediática catalana, sino de ponérselo al director de colegio público catalán y al agente de la Guardia Urbana de Barcelona que son los que en última instancia se van a jugar el plato de lentejas de sus hijos. Porque se habla mucho del futuro judicial de los organizadores del golpe de estado, pero muy poco de lo que les espera a los colaboradores necesarios. En el instante procesal en que un empleado público actúe con deslealtad hacia el estado que guarda los derechos civiles de todos los españoles, ese señor se verá de patitas en la calle y puede que con una multa más bella que la Niké de Samotracia. Ouch, eso duele.

¡Esto no va a pasar! !Es imposible! ¡Que estamos en Uropa! Serbia, 1992. Mil novecientos noventa y dos, chaval. Serbia está a tres horitas de avión.

Dudo mucho que alguien espere que un secuaz del clan de los Pujol venda su colección de coches deportivos que tanto le costó robar para pagar las multas de los miles de empleados públicos que pueden caer en fraude de ley si siguen riéndole las gracias a los golpistas que no dejan de gritar que un señor de Albacete es distinto a un señor de Reus.
Sólo hay una cosa en esta vida peor que ser un palurdo: ser el que hace caso al palurdo.