No fue la primera vez que Tuzzio tuvo que ponerse a prueba y superar una situación límite. En 2005 explotó el conflicto que involucró a su mujer y su ex compañero y amigo Ameli, que no sólo lo devastó a nivel profesional sino también a nivel personal. En cada cancha se cansaron de dedicarle distintas afrentas y burlas, incluso rivales, como Barijho, cuando jugaba para Banfield. Hasta banderas exclusivas para él aparecían en los estadios. No soportó seguir tan apuntado y como objetivo de cada hinchada, por lo que se fue una temporada al Mallorca, para oxigenarse del escarnio público.
Cuando se desvinculó de River en 2009, casi señalado como un convicto, pensó en hasta en retirarse del fútbol. “No voy a estar en un lugar donde no me quieren. No me siento culpable. Yo soy un poco más responsable que el resto, por ser el capitán y uno de los referentes”, fue su reflexión de salida. Como jugador libre, arregló su arribo en Independiente, cuando era mirado con desconfianza.
En el Rojo, las cosas no empezaron de la mejor manera, en el que fue el último de los tantos ciclos que condujo Pepé Santoro. Pero desde que llegó Gallego, Tuzzio volvió a crecer, otra vez se transformó en un defensor de jerarquía. “Independiente me hizo revivir como jugador y como persona, me hizo sentir que servía, que podía seguir jugando”. Con Mohamed, terminó por coronarse dueño de la defensa y hasta como volante central, cumpliendo con éxito y garantías de sobra.
A los 36 años, cuando hace un par lo daban por terminado, demostró que él no era el eje del mal en River, que sigue con la mayoría de los mismos descalabros que habían cuando él estaba. Además de ser pilar, no le tembló el pulso cuando tuvo que ir a definir la serie de penales ante Goiás. “Tener revancha a esta edad está muy bueno”, expresó, ya como campeón de la Sudamericana. Nadie mejor que él puede saberlo.