La Revelación de Dios al hombre

Por Claudio Auteri Ternullo @micedvalencia
¿Por qué una revelación?Hemos visto cómo el hombre en su propio ser, sin conocer la Biblia, puede razonar y llegar a la certidumbre de que existe un Ser supremo, el Creador de todo el universo, y de que él es santo, bueno y Todopoderoso. “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Romanos 1:20). Esto hemos probado por medio de los varios argumentos teológicos que nos han conducido hasta este punto.Sin embargo, estos argumentos no satisfacen ni apagan la sed del alma. Queremos no sólo saber que existe un Dios sino también conocerle. En las palabras de San Agustín: “Tú nos has hecho para ti mismo, y nuestro corazón no tiene sosiego hasta que descanse en ti.”La imagen de Dios en el hombre le hace capaz de conocer a Dios, pero ¿cómo puede hallar a su Creador? “¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!” ha sido el clamor amargo del alma sedienta que tiene que responder “¡No!” a la pregunta: “¿Descubrirás tú los secretos de Dios?” (Job 11:7). Cuán amargamente se queja Job de la imposibilidad de alcanzar a Dios, y de la falta de un Mediador. “No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre nosotros dos” (Job 9:33). Este anhelo santo no sólo deseaba una revelación de Dios, sino una revelación por encarnación, y eso es lo que Dios otorgó a sus criaturas por medio de su Hijo unigénito Jesucristo.Es verdad que no hay experiencia de Dios sin una revelación de él. El Creador mismo tiene que extender su mano de amor hacia la criatura, él mismo tiene que hacer posible el contacto. El pecado ha hecho una separación entre Dios y el hombre; pero de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito para ser la escalera que uniera a la tierra con el cielo (Juan 1:51; Génesis 28:12).Dios quiere que sus criaturas le conozcan (Oseas 6:6). En este asunto él ha tomado la iniciativa, y se ha revelado a los hombres. “Y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11:27; véase también Salmo 27:8). Podemos notar aquí algunas de las voces que le proclaman: (1) La voz de la creación. Toda la naturaleza nos habla de su Creador (Salmo 19:1–4; Isaías 40:26). (2) La voz de la conciencia (Romanos 1:19). Este instructor interior siempre nos amonesta de la existencia de Dios. (3) La voz de la historia (Job 32:7). Nunca ha habido nación sin alguna idea de un Ser Supremo. (4) La voz de la filosofía. Los hombres de despejada inteligencia en todas las edades han buscado a Dios en sus razonamientos, y muchos de los filósofos más grandes y los más eruditos han sido devotos adoradores de él, porque le encontraron en su Hijo, Jesucristo. (5) La voz del Salvador (Juan 14:5–10). El no sólo nos enseñó la existencia de Dios, sino que la reveló en su propia vida, mediante palabras y hechos.La revelación es la comunicación directa de la voluntad de Dios al hombre. Podemos tener por la naturaleza misma un cierto conocimiento de un Ser supremo (Romanos 1:19, 20), pero eso se llama más bien inducción (razonando de las partes al todo, o al conjunto). Las Santas Escrituras reclaman ser el conjunto de la verdad que Dios ha dado al hombre milagrosamente. Veremos cómo se prueba esto.Podemos pues definir la revelación como una comunicación sobrenatural de Dios al hombre. Dos métodos son posibles: (1) Revelación inmediata, cuando Dios habla a un individuo; y (2) Revelación escrita.Se objeta al primer método, diciendo que:(a)Se entremete con el libre albedrío del hombre, porque algunos tendrían que recibirla por fuerza.(b)Tiene que ser repetida a cada uno.(c)Abre el camino para la contradicción e impostura.La revelación escrita tiene estas ventajas:(a)Es más clara y abierta.(b)Es más certera.(c)Es más permanente.De modo que se ve que la importancia del asunto demanda una relevación escrita.Podemos notar varios métodos que Dios usó para revelar su voluntad fuera de la revelación escrita:(1)Señales, como la vara de Moisés (Exodo 4:1–5).(2)Símbolos, como la columna da nube y fuego (Exodo 13:21, 22; Números 9:15–23).(3)Sueños como los de José (Génesis 37:5–11).(4)Comunicaciones cara a cara (Números 12:8).(5)Los Urim y Tumim, probablemente dos piedras que cambiaban de color cuando Dios revelaba su voluntad, aprobando o desaprobando (Exodo 28:30; Números 27:21).(6)Suertes (Jonás 1:7).(7)Visiones (Isaías 6:1).(8)Milagros (2 Reyes 4:35).(9)Profecías (2 Reyes 7:1).(10)Encarnación (Juan 1:14; Hebreos 1:1, 2).(11)Contestación a la oración (Isaías 38:5).(12)Acontecimientos providenciales (2 Reyes 8:3–6).(13)Su voz en el corazón (Isaías 28:22, 23; 30:21).No conocemos a Dios como es en sí mismo, sino solamente en su acción y efecto en nosotros (Romanos 11:33–36). Es su iniciativa lo que hace posible nuestra respuesta a él. Le amamos porque él nos amó primero (1 Juan 4:19). Nuestra fe misma es don de él (Efesios 2:8; Mateo 16:17). Cuando dice: “El que tiene oído, oiga”, es una demanda dirigida a nuestro libre albedrío, a nuestra voluntad, por la gracia infinita de Dios.La fe es la base de todo descubrimiento y de todo progreso en el conocimiento de Dios. Cristóbal Colón creyó que existía un mundo al occidente, y su fe le hizo paciente para aguantar, esperar y perseverar. Nuestras convicciones fundamentales (por ejemplo, la fe que existimos o que el mundo en derredor nuestro es una realidad y no meramente un sueño) dependen de nuestras experiencias. Podemos defender estas convicciones por medio de argumentos, pero la base es siempre la experiencia misma. Por tanto, no tengamos vergüenza en nuestra predicación de apelar a la experiencia nuestra ni a la de otros. Es un argumento que nunca puede ser contradicho.Notemos ahora unos resultados de la revelación de Dios a sus criaturas:(1)Confianza (Salmo 9:10).(2)Vida (Juan 17:3).(3)Amor (Juan 17:25, 26).(4)Poder (Daniel 11:32).(5)Gracia (1 Pedro 1:2, 3). Esta incluye todas las bendiciones de la vida cristiana.
La actitud de Dios hacia sus criaturas anhelosas de conocerle se puede comprender por las palabras de Exodo 2:23–25; 3:7, 8. El las ve hundidas en el fango del pecado y clamando por rescate, y contesta: “He oído su clamor … y he descendido para librarlos.” El hombre pecador puede quedarse indiferente al clamor de sus semejantes, pero Dios nunca. La revelación es su respuesta (Isaías 49:15; Salmo 18:4–19). El deseo de Dios de revelarse a sus criaturas se cumplirá plenamente en el milenio, cuando la tierra estará llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar (Salmo 72:19; Habacuc 2:14).