La revolución conservadora, 3

Publicado el 14 agosto 2010 por Manuhermon @manuhermon
Reaganomics’
Keynes dedica las líneas finales de su Teoría general a señalar la importancia de las ideas: Las ideas de los economistas y de los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree. En realidad el mundo está gobernado por poco más que esto. Los hombres prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influjo intelectual, generalmente son esclavos de algún economista difunto. Los maniáticos de la autoridad, que oyen voces en el aire, destilan su frenesí inspirados en algún mal escritor académico de algunos años atrás. Estoy seguro de que el poder de los intereses creados se exagera mucho comparado con la intrusión general de las ideas. No, por cierto, de forma inmediata, sino después de un intervalo (...) Pero tarde o temprano, son las ideas y no los intereses creados las que representan los peligros, tanto para mal como para bien.
Y no le falta razón, porque es difícil comprender el eco suscitado por la llamada revolución conservadora sin tener en cuenta las ideas que llevaron a Reagan a la Casa Blanca y el papel que jugaron en el programa del Partido Republicano, y convertirlas en hegemónicas, hasta el punto de ser consideradas por amigos e incluso por adversarios como las únicamente válidas para percibir a los seres humanos y al mundo tal como son y las únicas capaces de gobernarlos con algún sentido. Ya hemos señalado que las medidas económicas adoptadas por los gobiernos de Reagan (reaganomics) procedían de la reinterpretación de la teoría económica clásica efectuada por discípulos de Von Mises y de Frederick Hayek, como Milton Friedman, asesor de Reagan y de otros gobiernos, y otros profesores de la Universidad de Chicago, que proporcionaron una serie de argumentos basados, en apariencia, en criterios científicos, que, en el caso de Friedman, resultaban, según Krugman (2007, 133), resbaladizos y rayaban en la deshonestidad académica.
Efectivamente, el interés objetivamente neutral de la ciencia por conocer había quedado sepultado por el interés determinados economistas de poner sus conocimientos al servicio del capital y del poder político. Con lo cual la ciencia económica deja de ser ciencia para ser apología, como Marx ya lo advertía en uno de los prólogos de El Capital: La economía política, cuando es burguesa, es decir, cuando ve en el orden capitalista no una fase históricamente transitoria de desarrollo, sino una forma absoluta y definitiva de la producción social, sólo puede mantener su rango de ciencia mientras la lucha de clases permanece latente o se trasluce en manifestaciones aisladas (…) La burguesía había conquistado el poder político en Francia e Inglaterra. A partir de este momento, la lucha de clases comienza a revestir, práctica y teóricamente, formas cada vez más acusadas y más amenazadoras. Había sonado la campana funeral de la ciencia económica burguesa. Ya no se trataba de si tal o cual teorema era verdadero o no verdadero, sino de si resultaba beneficioso o perjudicial, cómodo o molesto, de si infringía o no las ordenanzas de policía. Los investigadores desinteresados fueron sustituidos por espadachines a sueldo y los estudios científicos e imparciales dejaron el puesto a la conciencia turbia y a las perversas intenciones de la apologética.

Reaparecía, pues, una ideología fuerte disfrazada con criterios objetivamente neutrales en el campo económico, ante los cuales la política, como lucha por el poder y como gobierno de las personas y orientación de la sociedad en función de un determinado proyecto, desaparecía y daba la impresión de que todo lo gobernaría la economía, o mejor dicho, el mercado, que se exalta como la expresión social más auténtica, puesto que reparte las cosas según la oferta y la demanda. Al tiempo, la sociedad, confundida cada vez más con el mercado, se muestra más autónoma respecto a las instancias políticas, a los gobiernos y los parlamentos. Parece que hay menos gobierno y, como se dirá luego, más gobernanza, que es el término puesto en circulación para designar nuevas formas de regulación legal y de gestión administrativa surgidas en el marco de la globalización neoliberal, que reducen las funciones de las instituciones democráticas.
Como sugería el Memorandum de Powell , el contenido de esta ideología fue difundido a través de una poderosa red de medios, en forma de cuidadas disertaciones académicas, de planes de estudio, de informes, seminarios y conferencias en facultades de economía y ciencias empresariales, institutos de estudios, escuelas de dirección y de negocios, jornadas, cursos especializados, masters y publicaciones de circulación restringida. Otra buena porción sería divulgada por las páginas de opinión y suplementos económicos y financieros de la gran prensa, los diarios considerados serios y las revistas del ramo; desde programas de emisoras de radio y televisión, por medio de debates, tertulias y entrevistas donde los santones del neoliberalismo exponían sus verdades al público interesado. Finalmente, folletos y prensa barata, películas, telefilmes y series televisivas dirigidas a las grandes audiencias, junto con anuncios publicitarios, completaron el esfuerzo para adoctrinar a la población en los sofismas de la revolución conservadora, aunque sus autores carecieran de tales propósitos.
Esta diversificada y machacona propaganda, que desgranó en cascada desde el discurso elaborado hasta tópicos groseros y las más socorridas muletillas, iría impregnando la sociedad hasta conseguir que apareciesen como lo más natural y espontáneo ideas que desacreditaban la planificación, la regulación, la intervención estatal, la administración pública y cualquier alusión a una distribución más equitativa de la riqueza, y ensalzaban el individualismo más agudo, el rápido éxito personal medido en cuotas de poder y niveles de renta, y la competencia entre empresas, instituciones e individuos.
El espejo viviente de lo que se podía conseguir con esta filosofía de la vida fue la emergencia de los nuevos ricos, la muestra ostentosa del poder adquisitivo y la impúdica exhibición de la riqueza recién adquirida por yuppis, brokers y altos ejecutivos.