Las propuestas que le ganaron mayores simpatías entre el electorado fueron la de echar a "la casta" (como bautizó a toda la clase política tradicional, tanto la centroizquierda peronista como los macristas neoliberales ortodoxos), "dinamitar" el Banco Central y dolarizar la economía, acabar con la inflación y desregular todos los sectores, en particular en lo referente a importaciones y exportaciones. Lejos de sacar a la casta, la sumó a su plataforma, hasta el punto de que su gabinete es un déjà vu de la administración de Mauricio Macri (2015-2019) y depende del macrismo para impulsar cualquier medida que requiera aprobación legislativa. También integró al peronismo de derecha, la más histórica de las "castas".
En vez de cumplir el sueño de las clases medias de dolarizar al país, devaluó el peso en 118 por ciento, con lo que hoy el dólar se ha vuelto prácticamente inalcanzable para quienes buscan esta moneda como medio de ahorro, inversión, para protegerse de los choques inflacionarios o sencillamente para viajar, una verdadera obsesión nacional. En un discurso que calca el de todos sus antecesores neoliberales, aseguró que la entrada en una hiperinflación de 3 mil por ciento anual (antes del domingo rondaba 160 por ciento) era un ajuste necesario y temporal. El hecho es que los precios aumentan cada hora, con lo que el costo de los alimentos se ha duplicado o triplicado, y el transporte público (al que se retiraron los subsidios) se ha vuelto impagable para la clase trabajadora. A partir del 1º de enero las estrecheces se convertirán en catástrofes con la entrada en vigor del tarifazo, es decir, el retiro de apoyos gubernamentales en servicios básicos como agua, electricidad y gas. La desregulación se ha cumplido a medias, para desgracia de las mayorías. Por ejemplo, se eliminó la contención en los precios de los alquileres y se decretó su dolarización, por lo que los inquilinos deberán afrontar incrementos exponenciales en una moneda inaccesible.
En unas horas, millones de argentinos han pasado del delirio de odio contra el kirchnerismo, inducido por los grandes medios de comunicación, a la pesadilla neoliberal, con una inflación de un orden de magnitud superior a la que ya padecían, y despojados de todos los apoyos estatales que les permitían capear la situación. Anticipando el malestar social que levantarán todos estos embates contra los trabajadores, el presidente que cierra todas sus declaraciones al grito de "¡viva la libertad, carajo!" publicó un "protocolo" digno de las dictaduras a las que es abiertamente afecto, en el cual se criminaliza toda forma de protesta y se lanzan amenazas a las que sólo cabe el adjetivo de fascistas, como la de identificar a todos los participantes en las manifestaciones, así como sus vehículos. El único bien que podría obtenerse de esta tragedia es que sirva como recordatorio de lo que significa el programa neoliberal para los electorados de la región y del mundo que se ven atraídos por el discurso antiestatista de individualismo salvaje.