por Edgar Gonzalez (@edgarg)
España es un país fascinante, siempre lo ha sido para mí. Sus contradicciones y singularidades me atraen especialmente.
Por detrás de Carlos Slim, Bill Gates, Warren Buffet y Bernard Arnault, Amancio Ortega —el maverick de la moda mundial— es el quinto hombre más rico del mundo según la recién publicada lista de billonarios de la revista Forbes, que enumera las fortunas mundiales superiores a 1000 millones de dólares. Enhorabuena al señor Ortega y a sus exitosos modelitos (financieros y de pasarela). Pero esto no es una gran sorpresa.
Este año forman la lista mil doscientas y pico personas, incluidos 14 españoles, con crisis y todo. Lo curioso es que modelitos, alimentos, bancos y hoteles aparte (cinco), las casi dos terceras partes (nueve) pertenecen a empresas relacionadas con las infraestructuras: constructoras (Fadesa, ACS, Sacyr y FCC), inmobiliarias (Astroc) y mineras (AcelorMittal y Glencore).
En fin, dada la «juerga» de la que venimos saliendo, esto tampoco es ninguna sorpresa. Y es que en España tenemos cierta afición a apoyar proyectos que no van a ninguna parte salvo a enriquecer las arcas de algunos personajes. Pero dejemos aeropuertos que no funcionan, faraónicas ciudades de cultura vacías y trenes que no tienen viajeros y simplemente miremos un poco hacia atrás.
Me explico. Pongamos como ejemplo la histórica «afición» a la obra hidráulica en el territorio español: España es el país número uno en presas construidas por millón de habitantes y por kilómetro cuadrado en el mundo[1]. Es bien conocida la inclinación que tenía el caudillo por crear presas y pantanos, pero no fue exclusiva de Franco. Esta tendencia ya viene de antes: a partir de finales del siglo XIX ha habido una devoción por las infraestructuras del agua: con el regeneracionismo de Joaquín Costa —independientemente del color del bando que hubiera en el poder—, el lobby de las infraestructuras detrás, y el beneplácito y la euforia hidráulica de una población siempre pendiente de la próxima sequía.
En España la idea de progreso se basaba en los sembradíos de regadío como la viña y la huerta —las producciones agrícolas más rentables—, que exigía la acumulación de agua. En 1901 la agricultura suponía el 46 % del PIB. El agua almacenada se destina en un gran porcentaje (70 %) a esos plantíos, que hoy en día apenas representan, junto con la ganadería y la pesca, un 2,5 % del PIB[2] . Los únicos proyectos hidráulicos rentables han sido los destinados a la producción eléctrica.
Los nombres detrás de las grandes constructoras sobrevivientes a la burbuja inmobiliaria están directamente ligados a la afición infraestructural de este país. Si ya nos avisaron de que este año habría sequía, que nos fuéramos preparando; se habla de nuevo de empezar a construir plantas desalinizadoras con un elevadísimo coste energético o incluso de ¡traer agua en barco desde Francia! Así que el próximo año habrá que revisar la lista de Forbes para ver si aparecen el tío del barco o el de las máquinas desalinizadoras.
¡Y es que el agua de este país es muy rica!
Agradecimiento a Carolina González-Vives. Edgar González es redactor jefe de www.edgargonzalez.com
Este artículo ha sido adaptado en base al original publicado en www.edgargonzalez.com
Revisión y corrección de estilo del texto a cargo de Natalia P. Bermejo
[1]ARROJO AGUDO, Pedro (2004): El agua en España: Propuesta de futuroEdiciones del Oriente y del Mediterráneo. [2] Ídem.