Cuando llegó la ruina todos nos quedamos perplejos. La realidad había experimentado un vuelco que nos dejó conmocionados ante todo lo que habíamos perdido. La pérdida nos sumió en una gran tristeza. Cada uno de nosotros iniciamos un duelo, un viaje interior para reorganizar lo poco que habíamos podido rescatar de nuestras vidas.
Algunos regresaron pronto de ese viaje. Descubrieron que después de la ruina venía una nueva realidad. Un nuevo espacio donde prosperar y seguir viviendo con haciendo un único esfuerzo: el de adaptarse. Por ello comenzaron a explorar el nuevo escenario, a descubrir dónde se encontraban sus riquezas y sus oportunidades, y a abandonar aquellas herramientas y creencias que ya no les servían en este nuevo mundo porque habían dejado de funcionar.
Otros se encuentran avanzando hoy en su proceso de duelo. Están haciendo verdaderos logros para dejar atrás el pasado e iniciar nuevos proyectos y aventuras. Saben que existe vida después de la ruina pero necesitan más tiempo para prepararse. Pronto iniciarán el vuelo.
Sin embargo hay quienes se han quedado atrapados en su duelo. Viven en un pasado repleto de días de gloria y abundancia y esperan a que las cosas vuelvan a ser como fueron. No les interesa conocer el nuevo escenario pues albergan la esperanza de volver a vivir en un mundo que ya ha dejado de existir. Una vida que nunca regresará.
Cuando los veo pienso que nuestra preocupación no debería girar en torno a la ruina, sino sobre la actitud que tenemos hacia ella. La vida está llena de tormentas y tempestades. Somos nosotros quienes debemos adaptarnos a ellas y no al revés.