‘La ruta’

Publicado el 11 febrero 2015 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda

Durante los primeros veinticinco años de este siglo Marruecos no fue más que un campo de batalla, un burdel y una taberna inmensos. Regreso a ‘La ruta’ veinte años después. Vuelvo a escuchar la voz serena de Arturo Barea, a disfrutar su prosa ágil y sólo en apariencia sencilla. Retorno a una guerra terrible y olvidada que acabó con la España de la Restauración y llevó directamente a la dictadura de Primo de Rivera.

Leí ‘La ruta’ hace veinte años, con Imán de Sender, ‘El blocao’ de Díaz Fernández y el ‘Diario de una bandera’ de Franco. Diferentes y complementarios, los tres primeros relatos – narraciones de escritores que fueron sargentos en aquel conflicto – mostraban la crueldad de la guerra de Marruecos, un conflicto colonial que desangró a España durante casi dos décadas, una guerra de pobres librada por soldados analfabetos y hambrientos que debían llevar la civilización a las míseras aldeas del Rif calzados con alpargatas. Los ricos libraban a sus hijos del deber con la Patria a golpe de talonario.

En la mentira de la verdad estaba el relato del héroe, la impostura inverosímil de ‘Diario de una bandera. Para los que no buscaban la gloria que perseguía Franco, África, aquella pequeña franja de terreno del norte de Marruecos remedo del imperio perdido, era un inmenso negocio. “Casi todos los oficiales que vienen aquí vienen a hacerse ricos”, le dice el sargento Córcoles al recién llegado sargento Barea.  Roban los oficiales, los suboficiales, los sargentos… roban muchos de los que pueden y mucho más de lo que pueden. Roban del presupuesto de las obras que realizan, pero también de la comida y el equipo de los soldados.

El chupén de Marruecos se mantuvo durante años, incluso después de que el desastre de Annual desvelase que el tinglado no solo era un pozo sin fondo para las arcas del Estado sino una sangría insostenible de hombres. Donde muchos buscaban dinero, otros perseguían la gloria… y los ascensos. Nosotros somos los salvadores de Melilla – decían. Y era verdad. Pero de ser un héroe de esta clase a ser un rebelde – y un fascista -, no hay más que un paso. Barea, que no oculta su repugnancia a la Legión, piensa en Franco, que saldrá de la guerra con estrellas de general y capa de caudillo.

Porque cuando escribe ‘La ruta’ (1943), la segunda parte de la trilogía de ‘La forja de un rebelde’, las bombas nazis incendian Londres y Franco, aliado informal de Hitler, firma sentencias de muerte cada tarde. Barea nunca volverá de su exilio inglés y durante décadas sufrirá el desprecio y el olvido. Como contará en ‘La llama’, la última entrega de sus memorias, ha perdido la guerra y un país. No es una anécdota que leamos su gran obra traducida del inglés. El original se perdió en el exilio.

Hijo de una lavandera del Manzanares, huérfano muy joven, autodidacta ejemplar, Arturo Barea fue un testigo excepcional de la España de principios del siglo XX. De ‘La forja de un rebelde‘, ‘La forja’ – la primera de la trilogía – es el relato más atractivo, quizá también el más logrado. Pero no hay retrato mejor de la corrupción en el Protectorado Español de Marruecos que ‘La ruta’. Para ilustrarlo, he seleccionado este fragmento en el que a través de varios diálogos – técnica que utiliza con acierto una y otra vez – Barea muestra cómo los mandos de la compañía de ingenieros en la que estaba destinado convirtieron la construcción de una carretera en una ruta de corrupción.

Arturo Barea retratado por David Levine

CUADERNO DE ROBOS (XVIII)

“Diez minutos después me llamaba el capitán:

  • A sus órdenes mi capitán.
  • Baje la cortina de la tienda y siéntese un poco.- Se me quedó mirando con cada uno de sus dos ojos alternativamente -. Supongo que se ha puesto usted de acuerdo con Pepe (el contratista civil).
  • Me ha hablado algo. Pero en realidad no lo he entendido. Además, como usted sabe, yo no conozco nada aún.
  • Bien, bien. Le ha llamado por eso. Le voy a explicar cómo están las cosas. Usted sabrá que el Estado español realiza todas sus obras por uno de dos procedimientos: por contrata o por gestión directa (…) esta carretera no podría hacerse por contrata, a través de un territorio que es territorio enemigo. Así que se hace por gestión directa; nosotros pagamos los jornales y compramos los materiales. Trazamos el proyecto y llevamos a cabo las obras totalmente. Para esto está la Comandancia de Obras de Tetuán, que se encarga de la parte técnica y administrativa. Cada uno tiene su jornal: los soldados ganan 2,50 pesetas, usted seis, nosotros los oficiales doce. Este es un gran beneficio para todos. A los soldados se les da 1,50 en dinero y el resto se les mejora en comida. Así, no hace falta robarles nada en el rancho ni en la ropa. Y lo demás es sencillo (…) Le voy a hablar claro, para que nos entendamos bien: la compañía tiene un fondo particular, que se nutre de las economías que se realizan sobre lo presupuestado. Así, tenemos ciento once hombres, pero no todos trabajan; unos están enfermos, otros con permiso, otros tienen un destino, etc. Pero como el presupuesto son ciento once, los jornales son, naturalmente, ciento once. Pero como el que no trabaja no cobra, el sobrante de jornales pasa a la caja de la compañía. Con los moros es igual: el presupuesto son cuatrocientos, pero nunca se les puede tener completos; en realidad, son unos trescientos cincuenta. Pero como tienen que ser cuatrocientos, se agregan cincuenta nombres árabes y en paz. ¿Quién va a venir a contarlos?

(…)

  • Bueno. Ahora el capitán me ha explicado todo el mecanismo de los jornales y del señor Pepe, peo no me ha ofrecido nada y parece que todo es para él.

Córcoles volvió a tomar la palabra:

  • El capitán, naturalmente, no te va a ofrecer nada. Pero es muy sencillo: los jornales nunca pueden ser cuatrocientos moros y ciento once soldados. La cifra es incompleta siempre para no Lamar la atención. Nosotros, por ejemplo, nos reservamos diez jornales de los moros, que son diez duros diarios para los cinco (sargentos). Lo mismo pasa con la piedra y la tierra del señor Pepe. Aquí es donde está nuestra ganancia.
  • ¿Y el teniente y el alférez?
  • El teniente es millonario y no sabe de esto ni jota. Figúrate. Es un hombre que deja su paga a beneficio de la comida de los soldados. El alférez tiene parte en los nuestro y también con el capitán. Es un águila.
  • ¿Así que el capitán se guarda para él las economías de la compañía?
  • No seas idiota. Las economías de la compañía es lo que se puede ahorrar del presupuesto militar de la compañía. Lo de las obras se lo reparten entre él y los de la comandancia de Tetuán.
  • Entonces, ¿el comandante está también en el lío?
  • Pues, hombre, si no estuviera, no podríamos hacer nada. No seas idiota.

Nos quedamos todos en silencio. Por lo visto era un idiota perfecto. Las cartas estaban desparramadas sobre la mesa. Comencé a recogerlas mecánicamente.

  • A mí esto me parece un robo.
  • Lo es – afirmó Córcoles -, un robo al Estado.
  • Y si no me da la gana robar, ¿qué pasa?

(…)

  • Mira: robar es quitar el dinero a alguien. Pero esto no es robar. ¿Quién es el Estado? Si robamos a alguien, es al Estado, y bastante nos roba él a nosotros. ¿Tú crees que un sargento, con noventa pesetas al mes, puede vivir? Y aún aquí, en África, con ciento cuarenta por estar en campaña, ¿se puede vivir? Tienes derecho a casarte. Cásate con veintiocho duros al mes y verás… – Se quedó mirando a lo lejos y luego siguió en voz muy baja -: Acércate. Aparte de todo esto, hay otra cosa. Esto es como si una máquina te coge de la mano; después va el brazo y luego todo el cuerpo. Y no puedes escapar. Si no te prestas a robar para otros y para ti, te quitarán la plaza, te trasladarán después, te mandarán a donde revientes de hambre y corras el riesgo de un tiro a cada momento. Si se te ocurre hablar o protestar, hay medios más sencillos: te quitarán los galones de sargento por cualquier falta corregida y aumentada y hasta… – bajó mucho más la voz – un accidente puede ocurrirle a cualquiera (…) ¿Tú no has oído decir que cuando entramos en el cuartel hay un clavo en la puerta donde tenemos que colgar lo que llevamos de hombres? Luego – dijo pensativo -, cuando salimos, el que puede, recoge lo que queda”.

Suboficiales y sargentos de Caballería. Las cruces indican que murieron en combate

La forja de un rebelde‘. Arturo Barea. RBA. Barcelona, 2014. 1.152 páginas, 32 euros.

Pd.: Que Arturo Barea siga aún sin calle en Madrid es sencillamente un escándalo. Carlos Revilla Madrigal ha abierto esta petición en Change.org para intentar remediarlo. Os invito a firmar.