Esperar un cambio del exterior como podría ser la mejora de las condiciones materiales es una insensatez, el espíritu no se transforma con pan o trabajo, tiene que haber un estado de introspección que modifique el pensamiento y por lo tanto la conducta individual, de manera que se pueda dar una nuevo tipo de relaciones basadas en la fraternidad y la solidaridad.
El refrán que define al hombre mediocre y a la sociedad actual es el: "más vale malo conocido que bueno por conocer". La conformidad responde a la comodidad en la sociedad del consumo y el estado del bienestar.
La ausencia de espectativas condiciona la vida del hombre moderno y lo sujeta a la ley del mercado y el Estado. La dependencia es casi total, no hay vida más allá del Capitalismo.
La sacralización de la imagen que ha implementado el sistema a través de los medios de comunicación de masas responde a un reforzamiento constante del Estado y el Capital como garantes de la seguridad de las sociedades. La imagen define, crea y transforma el pensamiento del individuo para adaptarlo a las circunstancias que va creando el sistema que lo domina.
A medida que el individuo es absorbido por el sistema, éste va retroalimentando la máquina que lo sujeta. En estas condiciones no existe ya un verdugo y una víctima. Tanto el dominador como el dominado precisan de una imagen que les dé una cierta seguridad en el plano material y espiritual de manera que tanto uno como el otro puedan sobrevivir. Hay una dependencia mútua que también les da un sentido a su existencia.
El vacio espiritual que le provoca al hombre medio una vida independiente no puede ser asimilado como tal y debe confrontarlo con relaciones basadas en la jerarquía y la autoridad. La imagen de la autoridad también se sacraliza en nombre de la seguridad. La obediencia y por lo tanto la sumisión al sistema conforman el leitmotiv de la vida de las sociedades modernas que se resignan a una existencia banal y mezquina con ciertas dosis de espectáculo para su entretenimiento.