Un día, a la edad de siete años, Egil estaba jugando con unos niños, cuando uno de ellos hizo trampa. Egil abadonó el juego, fue a su casa, cogió un hacha, volvió y le partió la cabeza hasta los dientes al tramposo. Pues bien, el pequeño Egilito llegó a ser el más grande poeta medieval escandinavo, el fundador, dicen, de la poesía lírica nórdica, y uno de los más grandes escaldos de la época. Los escaldos eran poetas y guerreros de las cortes noruega e islandesa que alcanzaron su mayor esplendor durante la época vikinga. Y vikingo, poeta y guerrero son las palabras que definen a nuestro héroe.
La verdad es que, tras unas pocas epopeyas y otras obras clásicas, pensaba que estaría algo más preparado para enfrentarme a las sagas islandesas, pero nada más lejos de la realidad. La lectura de esta saga, así como la de Eirik el Rojo, me han sorprendido no sólo por su carácter completamente diferente de la literatura que se estilaba más algo más al sur, sino, sobre todo, por la engañosa apariencia de sencillez que las cubre.
Esta aparente sencillez se encuentra, en primer lugar, en su falta de retórica y su carácter directo y prosaico. Los capítulos empiezan con frases del tipo "había un guerrero llamado Kveldulfr que tuvo tres hijos", y pasan a referírsenos las respectivas genealogías, ocupaciones, bodas y milagros. No hay misterios ni sutileza estilística. Todo sucede en estricto orden cronológico, pero la constante aparición de nuevos personajes y la interrupción de historias que no se reanudan hasta diez capítulos más adelante empiezan a complicarle la vida al lector.
Otra de las dificultades es de orden cultural, o, podríamos decir, onomástico: no sólo tenemos multitud de personajes, sino que éstos tienen nombres como Thorir, Throlf, Thorfinn, Thord, Thordis, Thorgerd, Thorstein, por mencionar sólo los que empiezan por Thor. Decidme cuáles son nombres de hombre y cuáles de mujer.
Esto, acompañado de numerosos paralelismos entre las vidas de personajes del mismo nombre, sin duda representa un festival para el lector enamorado de elaborar esquemas, diagramas y árboles genealógicos al tiempo que va leyendo, pero para el lector conformista y gandul resulta un tanto abrumador. En consecuencia, lo mejor, por lo menos en mi caso, es admitir que no somos Borges y que aun así, o precisamente por eso, la mejor manera de disfrutar de esta lectura es dando rienda suelta a nuestra ingenuidad y superficialidad lectora. Concentrémonos en la anécdota, el detalle, el episodio concreto, y dejemos para más adelante, o para nunca, la visión de conjunto. Perdámonos de vez en cuando en la enciclopedia, recreémonos en la Historia, en este rey, en aquella batalla, en la refinada barbarie de Egil, y gozaremos, una vez más, de un clásico que nos rejuvenece como lectores. Qué me decís, por ejemplo, de esta escena:
"Egil se dio cuenta de que no podía continuar [bebiendo]; se levantó entonces y cruzó el pasillo hasta donde estaba Armód; le puso las manos sobre los hombros y le empujó hacia atrás, contra la pared. Egil descargó entonces un gran vómito, que cayó sobre la cara de Armód, en los ojos, la nariz y la boca; le cayó por el pecho, y Armód quedó sin respiración; y cuando recuperó el aliento, vomitó también."
A mí, la verdad, lo que me desarmó fue la reacción de los presentes:
"Y todos los hombres de Armód que estaban allí dijeron que Egil era un miserable, y que era un malvado por lo que había hecho, que debería haber salido afuera si quería vomitar, en vez de dar el espectáculo en la sala."
Naturalmente, alguien de la exquisita sensibilidad poética de Egil no podía dejar pasar la ocasión, así que, aún tambaleante, y quitándose de los labios los restos de vómito con el dorso de la mano, se sentó y recitó un poema sobre el episodio:
.... hay testigosde que caminar aún puedo,por tu asilo, con mi esputo;(...) a Armód, de cervezavómito cayó en las barbas.
Y este pringao, nunca mejor dicho, de Armód tuvo el privilegio de inspirar todavía otro poema a nuestro héroe, quien, cuando estaba a punto de rebanarle el pescuezo, se enternece ante los ruegos de su mujer e hija y accede a perdonarle la vida:
Se aprovecha el rufiándel ruego de la esposa,al que al combate acudeno temo, y también de su hija;no pensaréis que debepagar por el convitede mejor modo el vate,partiré en largo viaje.
Entonces, Egil le cortó la barba desde el mentón; luego le arrancó el ojo con el dedo, de forma que lo dejó colgando sobre la mejilla; luego, Egil y sus compañeros se marcharon.
Tras estas reveladoras pinceladas sobre el carácter de Egil, pasemos a su descripción física:
"Frente ancha, cejas espesas, nariz corta pero extremadamente ancha, barbilla ancha y larga, mentón muy ancho al igual que la mandíbula, cuello macizo y hombros más anchos que los de cualquier hombre, pelo gris como de lobo, y espeso, aunque se había quedado pronto calvo; mientras estaba allí entado como arriba se escribió, bajaba una ceja hasta la barbilla, y la otra subía hasta la raíz de los cabellos; Egil era cetrino, con ojos negros".
Me diréis que no es el arquetipo del guaperas nórdico. Cierto. Y es que, por decirlo de una manera clara, los personajes de La saga de Egil Skallagrimsson se pueden dividir entre feos y guapos. Los feos son Kveld-Ulf, su hijo Skalla-Grim, y el hijo de éste, Egil. Éstos son, y cito de la introducción, "feos, morenos, con tendencia a la calvicie, violentos y valerosos". Asimismo, tanto Skallagrim como Egil ponen constantemente de manifiesto su tacañería y su apego a las riquezas.
En el lado de los guapos están los dos Thórolf, el hermano de Skallagrim y el hermano de Egil. Ambos comparten el nombre, pero también muchas características personales. Los dos son, y sigo citando, "extremadamente apuestos, nobles y valerosísimos guerreros, pero no exageradamente violentos; no desdeñan las riquezas -un vikingo no podría hacerlo- pero tampoco son avariciosos ni mezquinos."
Como nos dice Enrique Bernárdez en su completísima y fascinante introducción, en todo esto puede verse una doble rama familiar: unos descendientes de noruegos de pura cepa, y otros de origen probablemente lapón. Propio de éstos es el ser morenos y, para los cánones noruegos de belleza, feos. Pero también, y mucho más importante, los lapones son los brujos. Y la brujería de Egil es muy oportuna para arreglar las chapuzas que hacen otros:
"El hijo del campesino intentó seducirla, pero ella no accedió; entonces decidió grabar runas de amor, pero no sabía, y las que grabó fueron las que causaron la enfermedad"
La curación de Helga por parte de Egil revela una influencia directa del Nuevo Testamento. No sólo eso, sino que además tanto Kveld-Ulf como Skalla-Grim o su hijo Egil son capaces de hacer predicciones que se cumplen fatalmente. Sin embargo, en un rasgo más propio de la brujería que de los evangelios, los tres tienen mucho de berserkir.
Existe en inglés la expresión "go berserk", que significa algo así como desquiciarse, volverse loco y agresivo. Descubro, pues, en la saga, que dicha expresión procede del islandés, donde literalmente quiere decir "(portador de) una camisa de piel de oso". Los berserkers eran una especie de cuerpo especial de luchadores, una casta guerrera que se caracterizaba por la incontrolable furia y violencia con la que luchaban, así como por su resistencia, cuando no invulnerabilidad, al hierro y al fuego. Hoy en día se especula con que estos guerreros entraban en estado de trance mediante la ingestión de hongos alucinógenos, grandes cantidades de alcohol, o quizá la violencia era consecuencia de una enfermedad, como alguna forma de epilepsia. En cualquier caso, con los berserkers uno no se metía. Y cuidadito con distraerse siquiera un segundo:
Thrand dice: "Ahora verás, Thorstein, si tengo miedo a tus amenazas."Entonces, Thrand se sentó para atarse los zapatos, y Thorstein alzó el hacha y golpeó con fuerza sobre el cuello de Thrand, de tal forma que la cabeza quedó colgando sobre el pecho..."
Como veis, es todo un gustazo perderse uno a su antojo por los senderos antropo-etimológicos que nos muestra este libro. Y todavía no he hablado de la Historia. En líneas muy generales, esta saga nos habla de la colonización de Islandia por parte del clan familiar de Kveld-Ulf, que huía de las injusticias cometidas hacia él por parte del Rey Harald de Noruega. Una vez ahí, el viejo se retira a una granja, mientras sus hijos crecen, se reproducen y "salen a vikingo" (maravillosa expresión). Se nos narra, entre muchas otras historias, la invasión vikinga de Inglaterra, el regreso de Egil a Noruega, su relación con el rey Eric Hacha Sangrienta y el modo en que la esposa de éste, Gunnhild, instiga a su marido a matar a Egil. La historia de esta señora, envuelta en misterio, no tiene desperdicio, desde su controvertido parentesco hasta su muerte asesinada en una turbera, pasando por su reputación de bruja o el falso hallazgo de su momia en 1835.
Uno de los momentos álgidos de la obra es, sin lugar a dudas, la lectura del poema elegiaco "La irreparable pérdida de los hijos", que compone Egil tras la muerte de su hijo Bödvar. El poema se extiende a lo largo de casi cinco páginas, y es bellísimo, tanto por la originalidad de sus imágenes como por la sencillez del tema o la altísima complejidad formal de la lengua (irremediablemente perdida en la traducción).
La lengua se resistea alzarse en mi boca,no puedo levantarla balanza del verso,no encuentro placeren el néctar de Odín,no es fácil que surjade su hogar en mi pecho
... Mi linaje ya se hundeen la decadencia,es un bosque repletode árboles caídos;hondo dolor sufrequien saca del lechoal pariente queridoy lo lleva a su tumba
... Compensación, dicenque nunca se lograpor el hijo muerto;queda engendrar sólootro hijo másque diga la genteque era igual de buenoque el hermano perdido...
En fin, una vez más me encuentro con un clásico cuya lectura me confunde un poco, y que hay que dejar madurar unas semanas. Y ahora que me pongo a escribir la entrada, me faltan teclas para contaros todo lo que esta obra tiene que ofrecer. ¡Pero si ni siquiera he dicho nada del autor! Bueno, al que le interese, que lo busque aquí, o aún mejor, acá, que los ingleses siempre son más generosos al dar información.
Uno de los aspectos más interesantes (y son muchos) de esta saga es la llegada del cristianismo a tierras islandesas, el modo en que durante un tiempo convivió con la mitología nórdica, y la forma en que adoptó algunos de los ritos paganos. Uno de éstos era la festividad de Jol (o Yule), que coincide con el solsticio de invierno, es decir nuestra Navidad, y en la que era ya costumbre hacer regalos.
Por otra parte, cuando Egil y su hermano van a Inglaterra a ofrecerse como mercenarios, el rey Ethelstan el Creyente les pide que acepten el bautismo preliminar, una especie de trámite rapidito que permitía a los cristianos hacer tratos con los paganos. Este bautismo preliminar (o prima signatio) consistía en hacer la señal de la cruz sobre el pagano que la recibía, para así limpiarlo de los malos espíritus. Ofrecía la ventaja de que no suponía ningún compromiso por parte del pagano para adoptar el cristianismo.
En conclusión, una vez uno se hace al estilo, La saga de Egil Skallagrimsson es una lectura apasionante, como lo es el carácter ambivalente de Egil, exquisito poeta y salvaje vikingo, y lo que su personaje representa como conflicto y síntesis de dos mundos. Estos dos mundos serían, por una parte, uno de nobles guerreros, y por otra, uno de campesinos tacaños y apegados a la tierra; uno, el mundo de Odín, dios del guerrero vikingo, y otro, el de Thor, dios del campesino; dios aristocrático frente a dios popular. Así, mientras Egil, al mismo tiempo campesino y vikingo, parece representar la unión ( o la ruptura) de estos dos mundos, su hijo Thorstein será solamente campesino, cristiano y buen creyente. Y además guapo.