Gianni e le donne es el título original de esta comedia por momentos amarga sobre la recuperación de la líbido a una edad avanzada. Una (ex) esposa y una hija resignadas a una convivencia obligada, la mamma que interfiere a cada rato y con especial tino en los intentos de conquista (qué gusto reencontrar a la nonagenaria Valeria De Franciscis), las jovencitas que tientan a pesar suyo o en forma deliberada, las señoras contemporáneas que disfrutan de la libertad recuperada conforman el entorno femenino del protagonista.
Italia es la otra gran mujer presente en la película. La reconocemos en el color ocre de los exteriores capturados en el barrio Trastevere, en los planos detalle dedicados a la comida y a la bebida, en el grupete de turistas que Gianni cruza mientras pasea a su perro, en el idioma hecho de palabras y gestos exorbitantes, en el tránsito de locos cuyo sonido ambiente incluye el inconfundible ulular de sirenas de patrulleros y/o ambulancias.
Lejos de las postales turísticas, las imágenes de Di Gregorio proponen un retrato de la cotidianeidad romana que incluye algunas pinceladas de realidad post-berlusconiana. Las encontramos en el comentario del joven yerno sobre el fenómeno de desempleo, y en el reiterado reclamo -en boca del protagonista y de su madre- de (más) euros para mantener una estabilidad económica que a esta altura parece haber sido ficticia.
En este contexto de crisis nacional (por no escribir continental), el alter ego del realizador transita una segunda adolescencia que por momentos le recuerda su condición de jubilado. La escena de los ejercicios de elongación en la terraza de su casa es una de las más ilustrativas y graciosas del film.
“Sobre la necesidad de sentirse deseable en una sociedad hostil a la vejez y además acorralada por un presente acuciante”. He aquí otra posible síntesis para La sal de la vida, segunda “comedia a medias” -valga el juego de palabras- del a esta altura querido Gianni Di Gregorio.