El vía libre del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial al procesamiento del juez Baltasar Garzón, máximo símbolo, junto con el Fiscal General del Estado, de la sumisión de la Justicia española al poder político, junto con el visible impulso dado por los jueces a casos anticorrupción como el de Jaume Matas y otros muchos que afectan a los dos grandes partidos españoles, son claros síntomas de que algo se está moviendo en los ámbitos judiciales y que el movimiento apunta hacia la rebeldía y la recuperación de la independencia del sometido Poder Judicial.
Para los demócratas españoles, la vía de la rebelión judicial es la más corta y menos traumática para acabar con la degradación de la política y de la democracia en España. Las otras dos vías, que son la regeneración de los partidos políticos, convertidos en el corazón del sistema, y la de la rebelión de los ciudadanos contra sus dirigentes, son hoy poco practicables y traumáticas, la primera porque el sistema de partidos (partitocracia) está tan corrompido que ya es incapaz de percibir su propia indignidad y ni siquiera puede regenerarse, mientras que la segunda no es viable porque el gobierno y los grandes partidos han fanatizado, manipulado, comprado, confundido y hasta envilecido a gran parte de la ciudadanía española.
La Justicia española ha vivido en los últimos años, bajo el mandato de Zapatero, momentos de una desvergüenza insoportable. Basta recordar algunos episodios como cuando el ministro de Justicia Bermejo dijo que en España la ley se aplica "según convenga a la jugada", el pro-etarra Alnaldo Otegui, al ser detenido, preguntó si el Fiscal General del Estado estaba al corriente de su detención, o cuando la propia policía alertó a los terroristas de que iban a ser detenidos, desde el bar Faisán, o aquella nauseabunda cacería compartida por el ministro Bermejo, el juez Garzón y el jefe de la policía que investigaba el Caso Gürtel contra el PP.
Sin embargo, la degradación de la Justicia no es obra exclusiva de los socialistas. El PP tuvo un protagonismo especial cuando Aznar, ayudado por su ministro Michavila, impulsó el "Pacto por la Justicia", al que el PSOE se sumó de manera entusiasta, todo un atentado contra la democracia, gracias al cual los partidos políticos pueden nombrar jueces y magistrados.
Pero el símbolo supremo de la degradación de la Justicia y de su vil sometimiento al poder político es el Tribunal Constitucional, minado por la politización y transformado por los partidos políticos en una palanca de poder sometida a los partidos, un tribunal que es incapaz de pronunciarse sobre un Estatuto de Cataluña, impulsado por el propio Zapatero, que, según los sondeos demoscópicos, es considerado anticonstitucional por tres de cada cuatro españoles.
El la Italia de los años 80 y 90 del pasado siglo, los jueces fueron los principales artífices de la regeneración del sistema, convertido por los partidos políticos en una mezcla nauseabunda de coprocracia y cleptocracia. En España, donde la situación ya se paree mucho a la de Italia en sus peores tiempos, debería reproducirse la reacción digna y valiente de una Justicia que, desde el principio de los tiempos, sintió la llamada de la defensa de los débiles frente a los poderosos, de limitar y controlar el poder totalitario, y de frenar la corrupción y el abuso en las entrañas del Estado.
El escritor y filósofo de Jaén Antonio García Fuentes publicó recientemente un artículo titulado ¿SE REBELAN LOS JUECES?, en el que destaca que uno de los más evidentes síntomas de la reacción de la Justicia española puede verse en la edición del diario ABC del 19-02-2010, donde, bajo el título "DESPOLITIZACIÓN JUDICIAL", podía leerse: “Mil magistrados han firmado un nuevo manifiesto: Los jueces contraatacan con una plataforma por la independencia: El movimiento, un año después de la huelga, surgió en Granada”. Y también: “Denuncian la progresiva merma de la independencia judicial que no solo ha repercutido negativamente en la confianzas de los ciudadanos en la Justicia, sino que ha llevado a jueces y magistrados a un estado insostenible de “desaliento, impotencia y frustración personal”