La samba, el Mundial y la (geo)economía

Publicado el 30 junio 2014 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Ya ha comenzado la fiesta del fútbol. Y la samba, el género musical de raíces africanas surgido en Brasil, está siendo acompañada de un cantico muy recurrente y descriptivo del sentir de una parte de los brasileiros: «No quiero Copa, quiero salud y educación». Esta fue una de las frases más entonadas por los brasileños durante las protestas vividas en 2013 en el país más grande del hemisferio sur. La celebración del Mundial provoca indignación entre aquellos ciudadanos desconfiados de que genere beneficios que repercutan en la población. Pero el presente artículo no versará sobre las protestas en Brasil, que se remontan a junio del año pasado, y se prevé que sean protagonistas a lo largo del mundial.

Los aficionados al fútbol se concentrarán en Brasil por la celebración de la Copa Mundial, pero los inversionistas –el capital– han prestado atención al mercado accionarial de esa nación durante meses. Brasil tiene compañía. De Sao Paulo a Mumbai, los inversionistas están recuperando la «fe» en los mercados emergentes, y todo ello a pesar de que los BRICS ya no son las estrellas del rock.

La actual sociedad mundial se caracteriza principalmente por ser un sistema internacional en profunda mutación, cargado a su vez de incertidumbre, en medio de contradicciones, singularidades y también limitaciones. Un cambio en el orden mundial actual, el cual, puede no ser una idea tan alocada. El envejecimiento de los países desarrollados y las continuas crisis económicas del mundo occidental son realidades incuestionables. Pero a parte del caso de China, que ya es una realidad en la actualidad, encontramos una serie de países que se posicionan como serios candidatos a liderar el mundo en un futuro quizás no muy lejano. Países como Brasil, India, Rusia, México o Indonesia ya están adelantando puestos en el ranking mundial de países más ricos (por PIB nominal), dejando atrás a otros como Italia, Suecia, Noruega, Canadá, Países Bajos… etc.

En el mundo del siglo XX, dominado por la Guerra Fría, las capacidades militares constituían la principal vara de medir del poder de los Estados, por encima del poder económico. De hecho, el componente militar tenía un papel tan central que con un gasto en defensa suficientemente elevado, algunos Estados podían disfrutar de un gran poder internacional, sin contar necesariamente con una base económica conmensurable. En ese mundo, descrito como una mesa de billar en la que los Estados chocaban frecuentemente unos con otros, los Estados competían por la supremacía o la supervivencia de acuerdo con una lógica de suma-cero en la que las ganancias de uno eran vistas como las pérdidas de otro y viceversa.

Con el fin del siglo y la desaparición de la lógica de enfrentamiento entre superpotencias, nos permitimos pensar en un mundo mucho más pacífico y, a la vez más próspero, articulado en torno a los mercados y centrado en el comercio y en las inversiones. Así, la vieja mesa de billar en la que unas bolas chocaban con otras se transformaría en una red, una malla en la que los intereses económicos de los Estados se entrelazarían de acuerdo con una lógica de suma-positiva en la que todos se beneficiaran a un tiempo.

Este cambio de lógica –de la geopolítica a la geoeconomía– hoy día, se ha adelantado en el calendario, contribuyendo a la convergencia económica entre Occidente y el resto, el cual está despertando los instintos de poder y competición de los Estados. Así, la llamada pax mercatoria está siendo sustituida progresivamente, o al menos comenzando a coexistir, con una lógica de rivalidad geoeconómica en la que los Estados consideran los flujos económicos como un instrumento de poder, en concreto de soft power

El acrónimo BRIC apareció por primera vez en 2001 de la mano de Jim O’Neill, presidente de Goldman Sachs Asset Management. Este elocuente acrónimo hace referencia a Brasil, Rusia, India y China, y al mismo tiempo significa ladrillo. La idea es sencilla: estos cuatro países se presentan como los ladrillos de la economía mundial. Son los países que van a liderar la economía en las próximas décadas. De hecho, ya lo están haciendo.

En los últimos años, otros países, además de los BRICS, han cobrado una creciente importancia como destinos de inversión no solo por su peso económico y población sino también por su contribución al crecimiento mundial. Son los denominados Eagles (Emerging And Growth­-Leading Economies) o Águilas, que agruparían ­ además de a Brasil, Rusia, India y China­ a Corea del Sur, Indonesia, México, Turquía, Egipto y Taiwán. Otros países podrían añadirse en los próximos años por su tamaño y crecimiento, como Tailandia, Nigeria, Polonia, Colombia, Sudáfrica, Malasia, Vietnam, Pakistán, Bangladesh, Argentina, Perú y Filipinas.

Todas estas siglas -BRIC, N-11, NIC, MIKT, VISTA, CIVETS- hacen referencia a las nuevas economías que se están desarrollando a lo lejos, al otro lado de los océanos, y que poco a poco van llegando y desembarcando en las costas de Occidente, amenazando a la supremacía de la que habían disfrutado durante siglos las potencias tradicionales.

ARTÍCULO RELACIONADO: Los países emergentes (Juan Pérez Ventura, Septiembre 2012)

En el ámbito regional, el liderazgo de Brasil, papel que empezó a desempeñar a principios del siglo XXI, y que se consolidó a mediados del decenio de 2000, de ha debido fundamentalmente a su crecimiento económico y por consiguiente mayor presencia global –en foros e instancias de toma de decisiones-. Esto le ha llevado a aumentar su peso dentro y fuera de la región, posicionándose como el enlace latinoamericano con el grupo de los BRICS, además de ser el principal promotor de la cooperación Sur-Sur y la integración sudamericana –cuyo ejemplo más claro es UNASUR–.

Un país de una importancia geopolítica y geoeconómica decisiva, no sólo regional sino mundial. Tal cual ocurre con su protagonismo en el Mundial de fútbol cada 4 años. Brasil posee enormes recursos naturales, la reserva más importante del Amazonas, los descubrimientos de petróleo en la zona del Presal, en las costas de Recife, que catapultan a este país al rango de octava reserva mundial de crudo. Su población y el enorme mercado que representa le convierten en un país con potencialidades económicas enormes, y, por si fuera poco, constituye el quinto país más industrializado del mundo. La mayor parte de las empresas multinacionales de la región son de origen brasileño, y varios de sus bancos se encuentran ya entre los 10 más poderosos del mundo, lo cual da una idea de su músculo geoeconómico.

Su enorme territorio y sus zonas costeras le permiten, igualmente, importantes potencialidades en el comercio regional y en las exportaciones hacia Europa. Brasil ha logrado desarrollar una potentísima industria, es potencia mundial en la producción alimentaria, posee un capital humano muy cualificado y una situación de excedente fiscal que le permite construir más y mejor, e incluso, aportar 11.000 millones  de dólares a la capitalización del Fondo Monetario Internacional, tras su colapso económico con la crisis global de 2008.

Por todas esas potencialidades y riquezas, Brasil se halla en una etapa de fortalecimiento militar acelerado, buscando desarrollar un complejo militar-industrial que le permita poseer un aparato de defensa lo suficientemente fuerte como para asegurar la soberanía sobre su territorio.  La idea de un Brasil como jugador del tablero global es, hoy día, no un sueño sino una realidad, ya sea porque negocia de forma exitosa con Irán sobre su programa nuclear pacífico, sea porque logró los Juegos Olímpicos de 2016, sea porque recapitalizó el FMI, o porque lidera triunfantemente la integración sudamericana a través de la UNASUR.

La hegemonía brasileña en los mundiales de fútbol se conecta con esta ascendente carrera protagónica en el entramado geopolítico y geoeconómico mundial, en la que como ocurre con su fútbol, Brasil dará mucho de qué hablar, de tú a tú, en las decisiones más apremiantes de líderes mundiales sobre el curso que tomarán las relaciones internacionales.

Ahora bien, desde un punto de vista socioeconómico, son varios los puntos negros que rodean al Mundial de Brasil 2014: inversiones públicas desmesuradas –se calcula que ha costado el doble que el mundial celebrado hace cuatro años en Sudáfrica–, condiciones de explotación laboral para la construcción de estadios (incluida la muerte de ocho obreros), aumento de precios o  desalojos forzosos a miles de brasileños de sus viviendas, etc. Por ello, los incentivos fiscales –rebajas en definitiva– se constituyen como una razón más que empuja a muchos brasileños y a varias organizaciones de la sociedad civil a oponerse a dicha fiesta –no solo futbolística–.

La auditora KPMG ha elaborado un documento en el que recoge todos los incentivos fiscales de los que la FIFA y las empresas se beneficiarán en Brasil. Las compañías estarán exentas en la importación de todo tipo de productos, desde alimentos y combustibles a trofeos, medallas y materiales de construcción. Tampoco pagarán impuestos por la celebración de seminarios, banquetes, ceremonias de inauguración y clausura, además de por «otras actividades que se consideren relevantes para la realización, organización, preparación, comercialización, distribución, promoción y clausura de las competiciones».

Retomando de nuevo el tema principal del presente artículo, si consideramos que la geoeconomía implica el uso de habilidades políticas para fines económicos, las relaciones entre el poder económico, el espacio y el mundo, la celebración del Mundial de fútbol en Brasil, así como los próximos  juegos Olímpicos de 2016, son síntomas claros de lo que algunos autores han denominado la «decadencia de Occidente».

Pero como se pregunta el premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa: ¿Decadencia en qué sentido? «Ante todo, en el papel director, de avanzada, que tuvieron Europa y Estados Unidos en el pasado mediato e inmediato, para muchas cosas buenas y algunas malas». El mundo ha cambiado ya mucho más de lo que creíamos, y esta decadencia, o pérdida de protagonismo en los asuntos de carácter o ámbito global, tantas veces pronosticada en la historia por intelectuales, ha pasado por fin a ser una realidad palpable.