El 14 de abril de 1931 una mujer cuidaba de dos de sus hijos que estaban muy enfermos, mientras su marido hacía las maletas y huía. La dejaba así, sola y a expensas de una multitud que vitoreaba una II República que había nacido de la voluntad del pueblo expresada en unas elecciones. Parte de esa muchedumbre acumulaba la ira de soportar que los llamaran inferiores por tener la sangre roja y no azul, como aquellos que nacían en determinadas familias y que, por ello, recibían educación y riquezas, así que la mujer y sus hijos, cuando al día siguiente se dispusieron a huir del país en un tren, acompañados del director de la Guardia Civil, sufrieron insultos y más de un intento de alcanzar sus personas sin buenas intenciones. Pero también hubo republicanos que los defendieron, conscientes de que nada se arregla con la violencia. Ese fue el exilio de Alfonso XIII primero y luego de su mujer, la reina Victoria Eugenia. Esta huida en dos fases, en la que se vio la esposa sola y con algunos de sus hijos a cuestas, podría ser una prueba del desprecio de su marido, que la acusaba de portar la hemofilia y haberla transmitido a sus hijos varones. Ni que decir tiene que Alfonso XIII la engañó en multitud de ocasiones, pero, en aquellos años 30, y ya fuera de España, la Reina tuvo la oportunidad de liberarse mediante el divorcio.
89 años después hay quien pretende comparar esta situación con la huida del rey Juan Carlos I, emérito todavía, como el senador del PP, Rafael Hernando, en su twitter, en el que dice, textualmente: "Respetando la decisión del Emérito, resulta muy triste q 89 años después, un ex Rey tenga q volver a partir camino del exilio Su legado por la democracia española es inmenso y me quedo con eso. El acoso de la extrema izquierda miserable Viva la Corona y viva el Rey Felipe VI".
Bien, Juan Carlos I no parte al exilio, ha decidido tener otra residencia más propicia, en la que disfrutar con comodidad de los beneficios que le da esa supuesta sangre azul que posee. Se ha ido, además, inmerso su nombre en procesos judiciales, y no, no hay ningún acoso de la extrema izquierda, sino una petición de explicaciones a quien todavía representa a España como Rey Emérito. A Alfonso XIII, en cambio, se le retiraron sus cargos en representación del país antes de que se exiliara.
Es cierto que algunas similitudes podemos encontrar en la relación de Juan Carlos I con su esposa y en la de los monarcas anteriores. Tampoco creo que la reina Sofía acompañe en su nueva vida al emérito, como no lo hizo Victoria Eugenia. Porque si algo demuestran estos dos capítulos de la historia española es que la sangre de todos es roja, que ningún color especial dota a las personas de elegancia, saber estar, predisposición a trabajar por los pueblos o capacidad para tratar a sus mujeres con el respeto que se merecen.
Así que, estimado Rafael Hernando, lo que es muy triste es que un rey se marche sin dar explicaciones, sin devolver a su pueblo lo que supuestamente adquirió durante el desempeño de su labor en representación del país, en uno de los momentos en los que se necesitan todos los recursos económicos ante la crisis generada por la covid-19. Y no, a Juan Carlos I nadie lo ha exiliado más que sus propios actos.