La fuga de médicos españoles al extranjero, donde encuentran la valoración y la retribución que les corresponde por su valor y que los políticos españoles le niegan, y el derrumbe de la calidad sanitaria en España no son problemas que vayan a afectar solamente a la comunidad de Madrid, como pretende el gobierno de Sánchez y las tribus de la izquierda, que están estimulando la huelga sanitaria madrileña. El problema es de España entera y afecta al sistema sanitario completo, donde los políticos también han fracasado y han demostrado ser incapaces de conservar la "joya de la corona" española, que era una sanidad ejemplar y envidiada por todo el mundo.
Los políticos no han adoptado las medidas que necesitaba el sistema sanitario por miedo a perder votos, que es lo único que temen los miserables partidos políticos españoles. Han mantenido el concepto de sanidad gratuita universal sin apenas dotarla de nuevos recursos y sin introducir los cambios que demandaba la masificación, y han contemplado sin reaccionar que las urgencias y los hospitales se llenen de extranjeros, de inadaptados y de gente parásita que se aprovecha del sistema sin integrarse en la vida española y que ni trabajan, ni pretenden hacerlo y que ordeñan la sanidad pública sin haber cotizado ni aportado nunca nada en cotizaciones.
Ir a una urgencia pública los fines de semana es una tortura y una fuente dramática de indignación por la saturación, por la inundación de inmigrantes ilegales, tribus de gitanos e inadaptados de toda índole, incluyendo a delincuentes que generan miedo en las salas de espera. Los médicos de fin de semana suelen ser aprendices que no tienen más remedio que soportar ese maldito destino. Muchos usuarios españoles que necesitan ayuda sanitaria real llegan a ese infierno y huyen aterrados, convencidos que es mejor morirse en la propia casa.
La medicina privada, que también es víctima de deterioro y de masificación, vive y crece gracias al drama de la pública. Es un fenómeno que se conoce desde hace muchos años y al que nunca se le ha prestado atención desde la insensata y miserable política española.
Los políticos han preferido seguir exhibiendo una sanidad abierta a todos y gratuita a mantenerla saludable y vigorosa para que sirva a los españoles, que son los que la pagan y tienen derecho prioritario a disfrutarla.
La sanidad pública española, con sus sueldos bajos, horarios insoportables, escasa valoración de los profesionales y divisiones internas estimuladas sin escrúpulos desde los partidos políticos, es la última víctima del poder político español, que es el peor de Europa y uno de los más degradados e ineficientes del mundo.
Estamos cerca de perder nuestra valiosa sanidad pública, orgullo de los españoles hasta que llegaron para destruirla los gobiernos miserables del PSOE y del PP, ambos unidos por la torpeza, el egoísmo, la ineficacia y la corrupción. Hacia esa tropa de ineptos corruptos debe dirigirse el dedo acusador de los españoles y la rebelión ciudadana cuando el edificio sanitario, ya resquebrajado, se derrumbe.
Francisco Rubiales