La santidad de la sangre

Publicado el 24 febrero 2020 por Carlosgu82

¿Se imagina usted el cuerpo sin sangre? Claro que no, es un elemento vital para llevar los alimentos y el oxígeno hasta la última célula del cuerpo. Es cierto que no hay que ser absoluto, todos los órganos, los tejidos, los músculos, hasta el cabello tiene funciones esenciales para el organismo. Pero el propósito de este artículo es hacer énfasis en el uso santo que dios le ha otorgado a la sangre.

Para comprenderlo mejor ubiquemos en cuando fue la primera vez que el dios permitió al hombre consumir algún alimento que no fuera vegetal, es decir carne. Pues producto de este mandato, es que comienza la observación de qué hacer con este órgano.  Es cierto que el régimen original del hombre era vegetariano. Pero Jehová lo amplió después e incluyó la carne animal. Hace cuatro milenios, en tiempos del justo Noé, Jehová envió un diluvio universal. Cuando salieron del arca, Jehová declaró por primera vez: “Todo animal moviente que está vivo puede servirles de alimento. Como en el caso de la vegetación verde, de veras lo doy todo a ustedes”. (Génesis 9:3.) “Solo carne con su alma —su sangre— no deben comer”, dice su decreto en Génesis 9:4.

¿Por qué se prohíbe comer sangre? Porque Dios previa por medio de este preciado líquido algo que fue especialmente así con relación al pacto que Dios hizo con Israel, el pacto de la Ley se sacrificó animales y la sangre de éstos se empleó en la ratificación del pacto. (Éxo. 24:3-8; Heb. 9:17-21) Y entre las estipulaciones del pacto hubo leyes que tenían que ver con las ofrendas por el pecado; en esos sacrificios se derramaba sangre, en representación de la vida que se ofrecía a Dios para cubrir los pecados. (Lev. 4:4-7, 13-18, 22-30) Debido al poder de expiar pecados que la sangre de los sacrificios animales tenía a la vista de Dios, esta sangre se usaba en el Día de Expiación anual. Como ofrendas por el pecado se sacrificaban: primero, un toro, y después, una cabra. El sumo sacerdote llevaba alguna de la sangre de cada animal al Santísimo del tabernáculo (más tarde, del templo) y la rociaba delante del Arca, o caja, que representaba la presencia de Dios. (Núm. 7:89; Éxo. 25:22; Lev. 16:2) Después de eso, también ponía alguna sangre sobre el altar de sacrificio.—Lev. 16:11-19.

En el capítulo 17 de Levítico, Jehová Dios mismo explicó los principios implícitos en aquellos requisitos conectados con los sacrificios; lo que él declara allí tiene importante significado para nosotros. Dios dijo: “El alma [o vida] de la carne está en la sangre, y yo mismo la he puesto sobre el altar para ustedes para hacer expiación por sus almas, porque la sangre es lo que hace expiación por el alma en ella. Es por eso que he dicho a los hijos de Israel: ‘Ninguna alma de ustedes debe comer sangre.’” (Lev. 17:11, 12) Sí, nuestro Creador y Dador de Vida expresó claramente su decisión: La sangre (que representa la vida procedente de él) había de usarse de una sola manera… en sacrificio.

Así, Dios puso un valor en la sangre, la apartó como sagrada. Bajo la Ley, la sangre no se había de comer ni beber, ni usarse de ninguna otra manera en que los hombres pensaran. Cuando se mataba a un animal solo para usarlo como alimento y no para sacrificio, la sangre había de derramarse en el suelo; así, en cierto sentido la vida del animal se devolvía a Dios, y el cazador israelita se quedaba solo con la carne del animal. (Lev. 17:13, 14)

Como explicó por inspiración el apóstol Pablo en el libro de Hebreos, los sacrificios animales del pacto de la Ley no podían cubrir completamente el pecado, pues, si lo cubrieran, no hubieran tenido que ofrecerse año tras año. Aquellos sacrificios, especialmente los que se ofrecían en el Día de Expiación, eran solo una “sombra de las buenas cosas por venir.” (Heb. 10:1-4; 8:5, 6; 9:9, 10) La realidad que fue prefigurada fue el sacrificio de rescate que Cristo ofreció, que podía expiar plenamente todos nuestros pecados. Comentando sobre esto, Pablo escribió:

“Cuando Cristo vino como sumo sacerdote de las cosas buenas que han venido a realizarse, . . . él entró, no, no con la sangre de machos cabríos y de torillos, sino con su propia sangre, una vez para siempre en el lugar santo [el cielo mismo] y obtuvo liberación eterna para nosotros. Porque si la sangre de machos cabríos y de toros . . . santifica al grado de limpieza de la carne, ¿cuánto más la sangre del Cristo, que por un espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, limpiará nuestra conciencia de obras muertas para que rindamos servicio sagrado al Dios vivo? Por eso es que él es mediador de un nuevo pacto, para que, habiendo ocurrido una muerte para la liberación de ellos por rescate de las transgresiones bajo el pacto anterior, los que han sido llamados reciban la promesa de la herencia eterna. . . . A menos que se derrame sangre, no se efectúa ningún perdón.”—Heb. 9:11-15, 22.

¿Que pensaron los primeros discípulos de esto?

En 49 E.C. se le presentó al concilio cristiano gobernante reunido en Jerusalén una pregunta acerca de la circuncisión. Algunos judíos cristianos habían insistido en que los gentiles tenían que ‘circuncidarse conforme a la costumbre de Moisés.’ Pero la cuestión básica era si los conversos no judíos tenían que guardar toda “la ley de Moisés.”—Hech. 15:1, 5. En la reunión del concilio, Pedro, Pablo y Bernabé informaron lo que Dios hizo por medio de ellos. Los conversos gentiles habían sido aceptados sobre la base de fe sin conformarse primero al reglamento de la ley mosaica. Pedro razonó que no había necesidad de tratar de insistir en que los gentiles guardaran un código de leyes que ni siquiera los judíos podían guardar.

“Es mi decisión el no perturbar a los de las naciones que están volviéndose a Dios, sino escribirles que se abstengan de las cosas contaminadas por los ídolos y de la fornicación y de lo estrangulado y de la sangre. Porque desde tiempos antiguos Moisés ha tenido en ciudad tras ciudad quienes lo prediquen, porque es leído en voz alta en las sinagogas todos los sábados.” (Hech. 15:19-21) El concilio estuvo de acuerdo, y su decisión escrita decía: “Al espíritu santo y a nosotros mismos nos ha parecido bien no añadirles [a los gentiles] ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias: que sigan absteniéndose de cosas sacrificadas a ídolos y de sangre y de cosas estranguladas y de fornicación.”—Hech. 15:28, 29.

¿Y nosotros, que debemos hacer? Estudiar a fondo todas las enseñanzas bíblicas para recibir el mensaje de Dios desde el inicio de los tiempos. Si lo hacemos orando, meditando, escudriñando entonces podremos reconocernos entre las personas a quienes Dios aprueba y guía. (Hech. 20:28) que compro con la sangre de su Hijo.