La Segunda Transición es una operación concebida en secreto por los mismos que forzaron la dimisión del rey Juan Carlos, a quien consideraban un personaje caducado y sin prestigio que dificultaba el cambio. Es una renovación de puro diseño, controlada desde el mismo sistema, ya presidido por el nuevo rey Felipe VI y con los partidos Podemos y Ciudadanos como protagonistas, arrebatándole grandes cuotas de poder al PSOE y al PP, dos partidos en proceso de caída y pérdida de poder e influencia.
Los principales objetivos de la nueva Transición son retocar los grandes errores cometidos por el bipartidismo, que han provocado el rechazo ciudadano y la crisis ética y democrática de España, con reformas mas o menos convincentes en la ley electoral, la separación de poderes, en especial una Justicia mas independiente y fuerte, un Estado aligerado de peso, incremento de los castigos a la corrupción, limitación de los poderes de los partidos políticos, refuerzo del papel de la sociedad civil, incremento de la cohesión, freno al independentismo y al soberanismo y, por encima de todo, una campaña de atracción hacia el ciudadano, hoy peligrosa y escandalosamente divorciado de la política y de los políticos.
Alguien con mucho poder ha debido pensar con cordura que la actual deriva de España conduce al caos, a la parálisis del país o, en el peor de los casos, a la confrontación, lo que ha hecho de la reforma del sistema algo urgente y prioritario.
El deterioro de la relación entre ciudadanos y política ha sido tan elevado y peligroso que ha hecho necesario este cambio. Los militantes y votos de Podemos y de Ciudadanos son votos de fe y esperanza, de adhesión sincera a un modelo y a unas ideas que incluyen cambios hacia una sociedad mejor, mientras que los votos del PP y del PSOE son adhesiones débiles o interesadas, ya sea porque se reciben beneficios de esos partidos o porque se está acostumbrado a darles el voto. Con los viejos partidos, la democracia languidece, mientras que los votos a Ciudadanos, Podemos y a otras formaciones emergentes conllevan ilusión y reconciliación con la democracia y la nación.
El gran problema de esta Segunda Transición, ya en marcha, es que, al igual que la primera, es una operación diseñada y desarrollada al margen de la ciudadanía y de la sociedad civil. A los ciudadanos ni siquiera se les espera y asistirán como meros espectadores a una reforma del sistema, que, aunque va a afectar a asuntos de gran importancia, amenaza con ser mas cosmética y superficial que auténtica.
Realizar reformas sin la participación de los ciudadanos entraña siempre graves riesgos porque eso significa elitismo en la raíz, ignorar que la democracia es el gobierno "del pueblo, para el pueblo y por el pueblo" y que, sin ciudadanos, toda democracia termina en la falsedad y la degeneración.