La Semana Santa de Miguel Ángel

Por Raquelcascales @rcascales
La Semana Santa, más que para ver es para vivir. Una semana que dura una eternidad, puesto que como decía una amiga sabia, en el mundo Cristo siempre está siendo crucificado. Una crucifixión que no puede separarse de la Resurrección, como plasmó con tanto acierto William Congdon en Ego sum.
Sin embargo, ahora me gustaría fijarme en unas representaciones más antiguas. No hay nada comparable con entrar al Vaticano, marearse ante la inmensidad de la basílica y encontrar un apoyo en la pietá de Migue Ángel. Si no fuera de mármol podríamos acercarnos a ayudar a María a recoger el cuerpo ya inerte de su Hijo. Con tanta perfección la hizo que tuvo que plasmar una gran firma en el centro de la obra. Con ella quedó asegurada la autoría y la propensión a la vanidad de los que comienzan. En esta Piedad lo vemos todo... y sin embargo, ¿qué vemos?



Sin embargo, no fue la única piedad que hizo. Otra Piedad posterior es la florentina. Sosteniendo el conjunto de figuras encontramos la figura de un hombre que representa a Nicodemo, pero que en realidad no es más que él mismo. Se ha colado, como quien dice, en la obra. Si no podía hacer vivir a sus figuras, al menos sí podía él convertirse en piedra. Pero se mantiene a la espalda, a una distancia prudente. Ahora vemos al autor, nos metemos en la escena y estamos más cerca de participar en la Pasión.
Es una obra diferente, que si se mira sin conocimiento podría decirse que es inacabada, pero sabemos que Miguel Ángel las acababa. Contemplamos el rostro de María y no nos lo creemos. Pero más difícil de comprender es la ausencia de la pierna izquierda.


¿Por qué no está? Sencillamente porque Miguel Ángel la cortó. Quitó la pierna que sobraba y alargó ese brazo de manera desmesurada. Porque esto, no lo olvidemos, sigue siendo arte. Y, de esta manera, todo resulta más natural que si la pierna hubiera estado. También en la Piedad Rondanini aparece algo asombroso: un tercer brazo flota a la derecha de madre e Hijo. ¿Un brazo de una obra anterior, quizás? ¿El brazo de Dios pintado en la Capilla Sixtina con el que comienza todo? Danto se pregunta en un momento dado por qué no lo quitó y se dice: 
"Desde luego algo tan trabajoso como un brazo tiene que haber sido introducido por algo. Porque es trabajoso convertirlo en una imagen de la Mater Dolorosa con su hijo de piedra que se desvanece en la roca de la que procede, igual que ella y su hijo se funden el uno en el otro, que es lo que -sin lugar a dudad- ve la mayoría de la gente". Arthur Danto, La transfiguración del lugar común, 2002, p. 172.