Escuché este libro cuando me lo regaló su autor. Vuelvo ahora —han pasado unos meses desde enero— a envolverme con su sonido mientras acabo de escribir mis notas de aquel primer momento. Lo bueno que tiene es que va mucho más allá del libro-disco que incluye fotografías, las letras de sus canciones e incluso algunos textos ajenos que lo comentan o adornan. No, La semilla es un «compendio de saberes poéticos y musicales ilustrados», y una prueba de cómo han cambiado los modos de la expresión artística y poética en estos lares en los que antes no había más posibilidad que el libro de poemas o el disco a secas. De libros de poemas ya sabe José Manuel Díez (Zafra, 1978), que cuenta con varias entregas: 42 (2004), La caja vacía (2006), Baile de máscaras (2013) o Estudio del enigma (2015). Y de discos también, después de su trayectoria en el grupo «El desván del duende», Eres buena gente (2007) o Besos de cabra (2012). Ahora nos regala con este compendio que está dividido en cinco partes. Un prólogo firmado en Zafra-2015 en el que el autor nos dice que se siente más vivo que nunca y explica que la aventura musical de esta nueva creación se inició en un chozo de Los Cantos, en Alburquerque (Badajoz) en 2013 y se prolongó hasta Lanzarote, donde Díez reside desde el verano de 2014. La segunda parte es un «Cuaderno de ideas» que está compuesto por poemas y prosas, por pensamientos y notas que concluyen en un «último aprendizaje»: «Éxito ≠ Felicidad. Felicidad = Éxito». La tercera parte es una galería de fotografías en la que hay familiares, amigos, sonrisas y música. Y finalmente, las dos últimas secciones son las más convencionales, las que incluyen, respectivamente, las letras de las canciones —¿convencionales unas canciones con notas al pie y con marcas de variantes?— y los créditos y agradecimientos; pero vestidas de una forma tan atractiva que hace del conjunto una prueba más de cómo se muestra José Manuel Díez con todo lo que crea, sea en el escenario o en el escritorio. Es verdad; él transmite un especial sentido de la vida, unida siempre a la creación y a cómo compartirla. La semilla es la mejor expresión de esta forma de ser. Véase lo que escribe en este texto titulado «Cuando yo muera»: «Cuando yo muera, alguien, en un remoto lugar, recibirá la noticia de que ha muerto un poeta. Y aunque nunca me hubiera conocido ni jamás hubiera leído ni uno solo de mis versos, se sentirá súbitamente triste porque ha muerto un poeta. Esta es una de las muchas fuerzas inexplicables de la poesía: que nos vuelve humanos, que nos forma uno, que nos hace amar o morir en lo mismo; tal como fuimos originalmente. Cuando yo muera, ese mismo día, en ese mismo instante, estarán naciendo cientos, miles de niños y niñas en todo el mundo. Y sé que uno o una, al menos uno o una, será también poeta. Y en él o en ella yo seguiré viviendo». Además —perdón—, está la música. Duende Josele. Es un disco que se escucha con mucho gusto. Hay temas necesarios, como el «Tango Hop», y uno imprescindible, la «Balada del rebaño», que vale el disco, el libro, todo. Recuerdo haber preguntado hace tiempo a José Manuel sobre sus poemas y sobre sus canciones y que me respondió que llevaban caminos separados. Después de leer y escuchar La semilla, creo que su autor ha empezado a sembrar canciones y poemas en el mismo huerto.