¿Qué mente no se ve tentada por los milenarios secretos del Antiguo Egipto? Desde pequeña, mi mente infantil e inquisitiva soñaba con pisar la candente piedra de un templo en los tiempos faraónicos y la única forma en que una mente logra ese sueño es mediante los libros. Aún recuerdo con pasión una vieja lectura que hablaba de la misteriosa reina Hatshepsut, tan pionera ella. Un mito que servía muy bien de modelo a aspirar por un espíritu joven que se abre paso por el desconocido mundo de los adultos. En cuanto oí hablar de LA HIJA DE RA, de Santiago Morata, supe que Egipto acabaría por tentar mis manos y mi mente una vez más.
He disfrutado con la relación entre padre e hija. La constancia de Tutmosis, los consejos y su dulzura siempre prestos, hacen del faraón un hombre digno. Al menos, mientras los rigores del cargo no apremian en exceso. La protagonista indiscutible, Hatshepsut, es un maremoto de arrebatos en el que brota una corriente de innegable inteligencia. Ostenta la autoridad real con la fuerza de una cobra. Es contundente, feral, pero también tiene una faceta que incluye amor en todo su esplendor: padre, madre, amante, hijos.Tanto sus ambiciones como sus emociones tienen consecuencia en el devenir de su tierra, aunque todo se muestra desde dentro. Vemos los cambios, los riesgos y las relaciones desde un punto de vista interno, desde la familia, desde los nexos que unen a las personas, por lo que la historia adquiere un tono realista y próximo con el que identificarse.A pesar de la ampulosidad del Antiguo Egipto, el relato resulta actual, carente de artificios. Remetidas hábilmente en el relato, aparecen algunas historias, grabadas en la piedra que ha sobrevivido hasta nuestros días para deleite de traductores y aficionados, que narran anécdotas del pasado de un pueblo muy especial.No puedo poner grandes pegas a este libro. A título personal, hubiera reformado algunos intercambios entre personajes. Ciertos diálogos pecan de ser casi monólogos de un personaje, pues el otro sólo tartamudea alguna palabra. Falta alguna descripción extra de los gestos y sentimientos de los participantes de la charla, ya que el efecto producido es algo brusco, sin reflexión ni capacidad de discernir las fases por las que pasa el pensamiento del personaje para argumentar lo que dice o hace a continuación. En cualquier caso, sólo ocurre en dos o tres de los abundantes diálogos.¿Sexo en el libro? Pues sí, hay tanto amor que conmueve, tanta pasión que arde. ¿El sentido de la inmortalidad? Nos encontramos con profusión de datos sobre las creencias divinas en Egipto, su visión de la divinidad y la vida más allá de la muerte física. Si en la balanza de Osiris, pesamos en un platillo la ración de historia y misticismo, y en el otro platillo, el gran romance entre los amantes, ¿qué sucedería?. El resultado dependerá, siempre, de dónde sitúe el lector la pluma de su juicio.
Y no descarto la lectura de una de sus novelas anteriores, El constructor de pirámides. ¿Alguien la ha leído?
en busca de su templo de los millones de años.