La sentencia.

Publicado el 20 febrero 2017 por Salva Colecha @salcofa

El viernes por la tarde vi pasar a gente diciendo que ya era hora de acercarse a ese viejo baúl que guardan lleno de cosas del abuelo. Se les veía cabreados, mosqueados y a punto de prender en llamas. Y casi que estuve a punto de unirme a ellos. La verdad es que yo que no me considero nada amigo de la violencia también pensé en unirme a ellos en la idea de ir a pegarle fuego al mundo. Se me pasó por la cabeza aquello de que por bastante menos los vecinos del norte sacaron a pasear la guillotina y empezaron a afeitar a la gente al raso. Por suerte la ira se me pasó pronto. “Calmaaaa, total, ¿qué más te da unos siglos más de feudalismo?” Y eso, conseguí calmarme un poco y ponerme a escribir esto.

Lo ocurrido el viernes habrá sorprendido a pocos. Es la evidencia de aquello que te rompe los esquemas para siempre cuando descubres que los sueños no son más que eso, sueños y que aquello de que todos somos iguales ante la ley no es más que un cuento para entretenernos porque, al final, Orwell tiene razón cuando en “Rebelión en la granja” dice aquello de “todos los animales son iguales, pero algunos más iguales que otros”. Pero eso ya nos lo sabíamos, ¿verdad?.

Lo del viernes no es más que el desenlace de algo que empezó, a pesar del sistema judicial, con “#LoDeLaRampa”. En realidad esta película va más allá del trinque del marido de una infanta que nos dicen que no era mucho más que un jarrón chino en todo esto. El asunto (aunque lo hayan enterrado entre almohadones perfumados para que no oigamos los gritos ni olamos la peste) afecta directamente a la monarquía, una institución que actualmente sólo se puede sustentar a partir de la ejemplaridad, si es que a estas alturas del baile todavía quedan ganas de buscar algun motivo para sostenerla. La ejemplaridad, justo eso que sigue en caída libre desde aquello de los elefantes (preguntáselo al anterior Rey). Sólo faltaba ver como los allegados a la Casa Real se dedican a “meter la zarpa” enorme de un jugador de balonmano en la caja de todos. En esa caja en la que falta el dinero para poder pagar las medicinas para curar el cáncer de nuestros hijos o mantener a nuestros dependientes ¿asqueroso, verdad? Pues todavía lo es más si ves como en este juego entran políticos serviles, que hacen buena la frase de “por ser vos quien sois” y se entregan al peloteo y de paso al pelotazo. Todo con una apariencia de impunidad que después de leerme la sentencia (un resumen, no vayáis a pensar) queda más que constatada en algunos casos.

Creo que todos esperábamos más sangre (puede que en el fondo nuestro subconsciente la pedía como si estuviésemos en un circo romano) y eso tampoco es la solución porque sería tan injusto como lo otro porque el Derecho Penal ha de ser riguroso (ilusión tadavía me queda) y no puede entregarse a la venganza, No hemos de olvidar que las magistradas, en este caso, han de basarse en los hechos probados que encajan en los tipos del código y sólo si encajan se sentencia y eso, os aseguro que no es nada fácil. Para entendernos, es como si montases un puzzle, sólo puedes poner las piezas que encajan entre sí, no vale a limar y recortar las piezas porque si las encajas a martillazos la cosa no es la misma.

Pero lo que resulta inevitable es que nos de por comparar a aquellos que robaron 80 euros y les cayó “la del pulpo” y lo que ha pasado este viernes. No somos expertos juristas pero si somos capaces de pensar que algo no parece oler bien si en una misma sentencia el que no tenía “sangre azul” ha cargado con más años de cárcel. No hablamos de la inocencia o culpabilidad. Es la apariencia, las formas, lo que nos hacen pensar que esto no funciona y nos hacen ver con mejores ojos hasta a la mismísima Pantoja. Así no vamos bien, de verdad.

El sentimiento de frustración, de pertenecer a la plebe en pleno siglo XXI ha alcanzado a demasiados como para que ahora los medios de comunicación al servicio del pensamiento dirigido nos intenten convencer de que somos iguales ante la ley. Hay demasiada gente convencida de que la Infanta llegó a sentarse “contra viento y marea”, porque no pudieron evitarlo. Se sentó con su marido a pesar de las leyes pero claro, al final se cumplió lo que ya se veía venir, una sentencia muy blandita, un cachete que queda lejos de la gran colleja que nos hubiésemos llevado nosotros. Hace falta mayor transparencia, los ánimos están muy alterados y la verdad, me parece que ya mucha gente está buscando en los cajones con la furia del que se siente defraudado, engañado y desesperado, veremos que encuentran pero puede que si llevan al tinte las banderas del abuelo no nos guste el resultado.