¿Alguna vez has perdido una silla?- le preguntó el viejo.
No abuelo, creo que siempre estarán en la casa ¿no?- respondió la niña.
Mira mi pequeña, tienes razón. Puede que la silla, tu silla favorita, aquella en la que te sientes más cómoda, acurrucada y segura; sufra de pequeños rasguños de esos que duelen en el corazón. Y se aleje.
¿Y le duele a la silla abuelo?- preguntó.
Claro que sí, las sillas tienen sentimientos al igual que los humanos y cobran vida por las noches tal cual los candelabros, ¿a poco no has visto sus danzas en las madrugadas? Yo una vez me enamore de una silla, de esas que te hacen sentir cómodo, acurrucado y seguro. Leímos mas de 300 libros juntos, y releímos otros 10 más de amor, nuestras horas favoritas eran las del café, aunque a ella no le hacía tanta gracia eso de las tardes dulces. Su color piel era como el azúcar, de esa morenita recién salida; con uno que otro rasguño y cuatro de a veinte clavos salidos. Era la silla mas bonita del lugar.
¿Y porque extrañas a la silla abuelo? Si todas las silla son iguales en la sala, y la abuela siempre las pule- preguntó de nuevo.
Recuerdas cuando te dije que las sillas eran como los humanos, no todos son iguales. Rasguñe el corazón de esta silla, la silla con la que tanto amor vi atardeceres en el corredor. La misma silla que vi llorar de amor, a la que falle en uno de mis arrebatos. Jamás podré reemplazar a esa silla, aunque tu abuela pula mi corazón y la casa de empeño me haga la rebaja más grande por una nueva silla de amor.
Estoy confundida- replicó su nieta rascándose la panza.
Yo también mi niña, yo también...