La simplicidad de Georges Simenon

Publicado el 22 septiembre 2017 por Kim Nguyen

¿Cómo y sobre qué escribe Simenon? A menudo los autores, y no sólo los de la novela negra, utilizan dos formas diferentes de escritura: una cuando escriben sus novelas más elaboradas, con un registro de escritura alto, por así decirlo, donde dan lo mejor de sí; y la otra la utilizan cuando escriben novelas policíacas con un registro medio-bajo, es decir, como sino considerasen este tipo de obras como un género literario. En Italia esto jamás ha ocurrido. Si tomamos como ejemplo a Gadda y su obra El zafarrancho aquel de vía Merulana, vemos que no hay diferencia entre la escritura de L’Adalgisa y El zafarrancho. Lo mismo ocurre con Sciascia y con Simenon. Su escritura es simple, lineal, directa. Llega de manera inmediata al lector porque no hay ninguna floritura literaria, no existe en Simenon esa búsqueda del efecto estilístico.
Sin embargo, esta simplicidad se obtiene a través de una elección precisa de la palabra. La palabra que Simenon escoge es la única que se puede usar en ese momento para expresar aquello que quiere decir: tiene casi valor de la palabra poética. Son palabras de uso cotidiano, pero yuxtapuestas de un modo en el que permanecen siempre simples creando un efecto de comunicación que va un poco más allá de su simplicidad. Tiene adjetivación escasísima, pero esos pocos adjetivos que usa no son sólo para rellenar un hueco, sino sirven para definir de la mejor manera posible la palabra que están adjetivando en ese momento. No son adjetivos intercambiables; tal adjetivo es el único que se puede usar con esa palabra y en ese lugar.

Andrea Camilleri
Georges Simenon y la potencia creadora

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Es obvio que existen notables diferencias de calidad entre las diversas editoriales, pero en el seno de un abanico que presenta en un extremo lo demasiado comercial (asociado a la vulgaridad) y en el otro extremo lo demasiado literario (asociado a la somnolencia). Lo que queda en medio es una serie de gamas en las que se sitúan las diversas marcas. Así, Farrar, Straus and Giroux quedará más cerca del extremo «literario» y St. Martin del extremo «comercial», pero sin que ello implique consideraciones ulteriores, y sobre todo sin que queden excluidas las invasiones de campo: el editor literario podrá ocasionalmente ser tentado por un título comercial, en la esperanza de que sus cuentas florezcan; y el editor comercial podría en ocasiones verse tentado por un título literario, dado que la aspiración al prestigio es una maleza que crece en todas partes.
Lo penoso de esta subdivisión —que corresponde además a un determinado orden mental— es ante todo el hecho de que resulta falsa. En el abanico que acabo de describir queda claro que Simenon o su hipotética reencarnación actual, para dar un ejemplo, debería estar incluido en la zona altamente comercial —y por eso no susceptible de valoración literaria; está claro que muchos miembros de la funesta categoría de los «escritores para escritores» deberían quedar automáticamente asignados al extremo literario. Lo cual va en detrimento tanto del entretenimiento como de la literatura. El verdadero editor —dado que esos seres extraños todavía existen — no razona nunca en términos de «literario» o «comercial». En todo caso, en los viejos términos de «bueno» y «malo» (y se sabe que con frecuencia lo «bueno» puede ser descuidado y no reconocido). Verdadero editor es, ante todo, el que tiene la insolencia de pretender que, como principio general, ninguno de sus libros se le caiga de las manos al lector, ya sea por tedio o por un invencible sentimiento de extrañeza.

Roberto Calasso
La marca del editor

Película: Jean Gabin
Maigret tend un piège, Jean Delannoy, 1958