No sé cuántas veces pude ver La Sirenita cuando era pequeña. Miles. Miles de millones. Me sabía las canciones, los diálogos; Ariel era mi amiga del alma y si hubiera tenido un cangrejo a mano, habría intentado obligarle a cantar.
Luego crecí y me leí el cuento.
Igual la idea más inteligente de mi vida no fue.
Patrick me ordenó amablemente hace tiempo que escribiera al respecto, así que nada. Suframos todos juntos.
La Sirenita (Los cuentos de Hans Christian Andersen, editorial Taschen, cuento publicado originalmente en 1837)
Tenemos un mar muy profundo. Y en el fondo tenemos al Rey de los Mares, que vive en su castillo híper lujoso con su sabia madre y con sus seis hijas. En los cuentos ya sabemos todos que las madres palman rápido, así que, efectivamente, el Rey está viudo.
De las seis hermanas, la más guapa y joven, faltaría más, es nuestra protagonista. Es reflexiva, callada y muy fan de la especie humana. De hecho en su rincón del jardín lo único que tiene, aparte de flores, es una estatua de mármol de un apuesto joven, que cayó desde un barco en un naufragio.
Con lo que me gustaba a mí la galería ésa que salía en la peli, que tenía setecientasmil historias todas mezcladas, como un bazar chino submarino, y resulta que en el cuento las que tienen un síndrome de Diógenes importante son las hermanas, no la sirenita. Decepción.
La abuela les dice a las chicas que cuando cumplan quince años podrán subir a la superficie, a ver qué se cuece por ahí fuera. Las cuatro hermanas mayores van cumpliendo la edad en cuestión, una cada año (en el mar lo de esperar entre crío y crío parece que no se estila), y todas bajan a contarles a sus hermanas cosas maravillosas de la superficie.
A veces, cuando hay tormentas, las hermanas suben a la superficie cogidas del brazo, y les cantan a los marineros cosas estupendas sobre el fondo del mar, para que se olviden de minucias como que no van a poder respirar y vayan a visitarlo sin temor. De lo que deducimos que las sirenas o no son muy listas, o bien son unas pequeñas hijas de Satanás. La cultura popular dice esto último, pero en el cuento no parece que quieran enfocarlas como malvadas, así que será simplemente que son un poco cortas.
Al fin, llega el quince cumpleaños de la sirenita, que sube súper emocionada a ver si el mundo terrestre es algo menos soporífero que el marino. Nada hasta encontrarse con un barco y, asomándose por una ventanita ve...
¡Oh!
¡Un joven y atractivo príncipe!
¡Jamás lo habría imaginado!
La sirena, feliz a más no poder con su nuevo descubrimiento, se encuentra de pronto con que una tempestad está zarandeando el barco, y se da cuenta de que los marineros están en peligro. Visualiza entonces a su príncipe cayendo al agua y hundiéndose en el mar.
¡BIEN!
¡PRÍNCIPES MACIZOS EN LA PUERTA DE MI CASTILLO!
No, espera.
ESPERA.
QUE CUANDO LLEGAN PERSONAS DE ÉSTAS CON PIERNAS A CASA SUELEN ESTAR TODOS MUERTOS.
MIERDA.
Tras su breve momento de felicidad, la sirenita nada como loca hacia su recién adquirido amado, arriesgando varias veces su propia vida para llegar hasta él. Que tiene sentido, si lo pensáis, porque estos dos ya han compartido como media hora entera de amor unidireccional basado en el voyeurismo, así que lo de jugarse la vida por el otro es normal.
Y bueno, aquí hay un poco más de descripción dramática, pero el caso es que la sirena salva al guapísimo jovenzuelo de morir ahogado. Cuando el chico se despierta, aparecen un montón de muchachas que andaban por ahí, y la sirena tiene que esconderse, entrando en una depresión profunda cuando ve que el príncipe ni siquiera sabe que ha sido ella la que le ha salvado.
En su infinita tristeza, vuelve a casa, donde encuentra como único consuelo el abrazar a la estatua de mármol, que tiene un sorprendente parecido con su amor platónico. A mí me parece que si abrazas estatuas es que igual necesitas ayuda de un profesional, pero qué sabré yo.
Un día, la sirena ya no puede más y le cuenta su tragedia a una de sus hermanas. Como aparentemente en el mar todo el mundo es igual de cotilla que en tierra, al cabo de un rato ya lo saben todas las hermanas y un par de amigas más, y entre todas deciden ayudarla. A saber por qué, una de las chicas sabe dónde vive el príncipe, con lo que la sirenita consigue llegar hasta allí y se dedica, como la tarada acosadora que es, a observarle a escondidas.
Nuestra prota interroga a sus hermanas y sobre todo a su abuela acerca de la vida en la superficie. La abuela le cuenta que los hombres viven menos que las criaturas de los océanos, pero que tienen un alma inmortal. Los colegas marítimos, sin embargo, pueden vivir hasta trescientos años, pero cuando pasan al otro barrio se convierten en espuma de mar y ahí se acabó todo para ellos. Muy alentador.
Eso sí, según la abuela, por lo visto si un humano te quiere un montón y se casa contigo, su alma pasa a ser de los dos, o algo así, y entonces ya puedes vivir para siempre en el paraíso, o donde sea, aunque seas una sirena. Pero también le deja claro que eso no va a pasar, porque, por lo general, a los humanos eso de enrollarse con un ser que es mitad persona, mitad pez, les da bastante grimita.
Es que la gente se pone quisquillosa en seguida, ¿no? LAS BRANQUIAS TAMBIÉN SON SEXIS. Racistas.
Así, la muchacha decide que tiene que conseguir casarse con el príncipe. Porque está muy enamorada y eso, pero sobre todo porque quiere su alma inmortal. Intenciones muy puras igual no tiene esta chica, ¿eh? Pero bueno, ella lo tiene muy claro, así que se va, porque tiene muchas luces, a buscar a la bruja del mar para que le dé consejo.
Para llegar a casa de la bruja tiene que atravesar un jardín enorme de criaturas que son un combo animal-planta -pólipos, se llaman-, cuyos dedos se retuercen como gusanos y atrapan lo que aparezca en su camino para no soltarlo jamás. Así encontramos en el paisaje diversos esqueletos de náufragos, una sirena estrangulada, y una casa hecha de huesos humanos. Acogedor y súper fácil de limpiar a partes iguales. Todo ventajas.
La bruja le dice que ya sabe lo que quiere y que le parece bien todo, aunque sea una estupidez y no vaya a funcionar. Le explica que si se bebe el brebaje que le ha preparado, podrá nadar hasta la orilla, donde su cola se dividirá en dos y se transformará en dos piernas; todo ello, claro está, acompañado por un dolor atroz, similar al de ser rajado en dos por una espada. Es más, cada paso que dé le proporcionará la sensación de estar caminando sobre cuchillos afilados, y sangrará por los pies todo el tiempo.
Mira que estábamos avanzados en el cuento, no habían mutilado a nadie todavía y ya me estaba yo preocupando.
En cualquier caso ¿se plantea la sirenita que sufrir amputaciones por un tipo con el que ni siquiera ha llegado a hablar igual no es la idea del año? ¿Se cuestiona aunque sólo sea por un momento que tal vez eso del alma compartida a través de los votos matrimoniales pueda ser una chorrada del tamaño del palacio de su padre?
¡Claro que no! Le dice a la bruja que corte sin problema, que el trato le parece genial.
La bruja le dice una vez más que se lo piense bien, porque una vez convertida en humana ya no podrá volver a ser sirena nunca. No volverá a ver a sus hermanas, y a menos que consiga ligarse de verdad al príncipe, tampoco conseguirá el alma inmortal ésa que tanto quiere. Es más, si el chico se casa con otra, la sirenita morirá. Se le romperá el corazón, se convertirá en espuma de mar y una menos.
La gente normal no tendría suficiente mar para nadar huyendo de este percal, pero las princesas de cuento de toda la vida son tontas como una piedra, así que, aunque muerta de miedo, la muchacha dice que sí.
Bien. Tal vez recordéis que en la peli la bruja le pide a Ariel su voz como pago. Agradezco en el alma que Disney me edulcorara el asunto, porque aquí la señora bruja le corta la lengua.
Un amor, éste Andersen. Seguro que de pequeño tenía un montón de amigos.
Total, nuestra muda princesita se presenta en el castillo del mozo en cuestión, se bebe la pócima y se desmaya, digo yo, por el dolor horroroso de que su cola se parta en dos.
Como suele suceder en esta parte de los cuentos, el príncipe la ve, detecta lo buena que está y se la lleva con él. Le dan vestidos bonitos, le ponen esclavas a su servicio; lo habitual. El chico está súper emocionado y la llama "mi precioso hallazgo". Tan contento está, que le pide que se quede para siempre a su lado y le permite dormir a su puerta sobre un almohadón de terciopelo. COMO UN GATO. Vaya guantazo se tiene el chaval éste.
El príncipe la quiere mucho, aunque "la ama como se puede amar a una niña buena y cariñosa, pero sin la menor intención de convertirla en reina". Esto pinta mal. La chica se empieza a poner nerviosa, porque si no consigue casarse, no va a conseguir un alma inmortal. Y esa parece ser la única razón; a estas alturas del cuento a la chica el amor verdadero le resbala completamente, ella quiere el alma ésa que le han prometido.
Aquí hay un confuso pasaje en el que explican que al príncipe le gusta otra chica, que es una de las muchachas que estaban presentes cuando se despertó. La sirenita se parece mucho a ella, además. Aparentemente no tiene relevancia ninguna, porque a continuación se explica que el príncipe va a conocer a la hija del rey del país vecino, para, probablemente, casarse con ella. Me he saltado algún otro trozo que repetía información y decía cosas contradictorias, porque no tenía relevancia argumental, pero este cuento es incoherente y un jaleo.
El príncipe le explica a la prota que va a ir a conocer a la hija del rey porque se empeñan sus padres, pero que si él tuviera que casarse con alguien, la elegiría a ella. MENTIRAS. En cualquier caso, se suben los dos a un barco y se van en busca de la otra princesa.
Y aquí llega la sorpresa, porque, por primera vez en todos los cuentos que recuerdo haber leído, la otra chica es más guapa que la protagonista. No pensé que tal cosa fuera posible, pero resulta que sí. O bueno, no sé si más guapa, pero sí muy muy guapa. Y no sólo eso, sino que resulta ser...
¡Oh no!
¡La misma que conoció cuando se despertó después del naufragio!
¡Qué suerte! ¡El príncipe ha encontrado a su amor verdadero! Que no es nuestra sirena. Qué mal rollo, ¿no? Igual pensáis que va a resultar que la nueva novia en el fondo es malísima o algo, pero que no. Es un amor de chica y se casa con el príncipe encantada de la vida.
Para más humillación, la Sirena le sujeta la cola del vestido en la boda.
Entonces, cuando va a salir el sol y la sirena sabe que va se va a ir a criar malvas, aparecen sus hermanas en la superficie del agua. Se han cortado el pelo, y se lo han dado a la bruja a cambio de un puñal. Si su pringadísima hermana se lo clava en el corazón al príncipe, la sangre que caiga sobre sus pies hará que vuelva a tener cola y por tanto podrá volver al mar y olvidar todo este desagradable incidente.
Pero, vaya por Dios, cuando la chica se mete en la habitación de los recién casados, los ve tan felices y enamorados que no se ve capaz de asesinar a su amor platónico, con lo que el sol sale y su cuerpo se deshace en espuma.
¡Pero!
¡No muere! O no exactamente. Empieza a elevarse y elevarse, y toda desorientada pregunta al resto de cosas etéreas que aparecen de pronto a su alrededor que a dónde puñetas van. Por lo visto, ojo a la invención sacada de la manga, como la sirena lo ha pasado tan mal, le está permitido unirse a algo llamado "las hijas del aire". Eso le permite estar trescientos años haciendo buenas obras, y a su vez eso le proporcionará un alma inmortal.
Y ya está. Cuentan un poco las cláusulas de un contrato que tienen con Dios, que les acorta los trescientos años si encuentran niños buenos y se lo alarga si encuentran niños malos, y la cosa queda en que la sirena, que en ningún momento estuvo interesada realmente en el amor del príncipe, queda más contenta que unas castañuelas porque va a poder tener un alma.
FIN.
Así que mi peli favorita de la infancia nunca fue una historia de amor, sino propaganda religiosa.
Qué maravilla.
Está claro que esta historia sin Flounder y Sebastián no va a ninguna parte.
Voy a comprarme un cangrejo y a olvidar que he leído este cuento.