“La soberbia es nuestra pasión nacional, nuestro pecado capital” (1).
Y considera que de ese vicio antisocial son los más cualificados portadores, entre nosotros, los vascos. Estima, en fin, queel que haya llegado a comprobar la existencia de esa soberbia vasca y peninsular, “puede abrir la poterna que cierra los sótanos de la historia de España” (2)
Entre los ingredientes de nuestra personalidad, este sentimiento que nos lleva a sentirnos situados a una u otra altura es uno de los más decisivos. Y ese sentimiento de nivel personal llega, efectivamente, a configurarse de dos posibles maneras: “Hay hombres que se atribuyen un determinado valor —más alto o más bajo— mirándose a sí mismos, juzgando por su propio sentir sobre sí mismos. Llamemos a esto valoración espontánea. Hay otros que se valoran a sí mismos mirando antes a los demás y viendo el juicio que a éstos merecen. Llamemos a esto valoración refleja” (5). El primer tipo de hombres, en el extremo, deriva en soberbia; el segundo, en vanidad. Cuando el centro de gravedad estimativo radica en uno mismo, no se recibe influencia que proceda de los demás, uno se abastece de criterios valorativos propios. Mientras tanto, el que cuando exagera propende a la vanidad, vive de cara a su periferia social, se deja influir por los demás, atiende y escucha lo que le dice el prójimo. No necesariamente esos balances estimativos devienen soberbia o vanidad. El hombre que se valora espontáneamente, sin esperar a lo que digan los demás, puede muy bien ser una persona humilde o también acertar y ser justo en su propia valoración. “Al llegar a esta altura del análisis divisamos con perfecta claridad lo que es la soberbia: un error por exceso en el sentimiento de nivel” (6). Es cuando ese error se hace persistente y general cuando estamos ante una persona cabalmente soberbia. Y no es tanto que yerre en su apreciación de sí mismo, que también, sino que está ofuscado a la hora de emitir valoraciones sobre el prójimo, en el que no es capaz de descubrir excelencias; solo está atento a las propias. La valoración espontánea, la que para realizarse no espera a tener referencias de los demás, puede también llevar a decidirse por una desestimación general de uno mismo. Entonces no se trata propiamente de humildad, como ocurriría en el caso contrapuesto a la vanidad, sino de abyección, autodesprecio.
La soberbia “supone una psicología en que se da exagerada la tendencia a gravitar el alma hacia dentro de sí misma, a bastarse a sí misma. Con agudo diagnóstico, se llama vulgarmente a la soberbia “suficiencia”. El puro soberbio se basta a sí mismo, claro es que porque ignora lo ajeno. De aquí que las almas soberbias suelan ser herméticas, cerradas a lo exterior, sin curiosidad, que es una especie de activa porosidad mental”(7). Esa autosuficiencia hace al soberbio inapto para la vida en sociedad. Y llegados hasta aquí es como podemos ver ya que lo que hemos ido haciendo es analizar esa peculiar manera de ser que caracteriza a buena parte de los españoles, y que podríamos sintetizar diciendo: “El español fino no necesita de nada, y menos que de nada, de nadie” (8)
Esa falta de atención, de curiosidad, de comprensión y emulación hacia lo que de valioso pueda haber en el entorno resulta ser una muralla que bloquea el paso hacia lo que aún queda por aprender y por perfeccionarse. Porque, por si fuera poco, podría fundarse la soberbia en la seguridad de creerse uno el más inteligente, el más valiente o el más sensible a la belleza y al arte, pero si además de la ceguera para las virtudes del prójimo uno se afirma en valores mínimos, la soberbia desciende también a sus escalones más bajos. Detengámonos aquí e imaginemos este caso en que se “estima exclusivamente las calidades elementales adscritas genéricamente a todo hombre. ¿Se advierte la curiosa inversión de la perspectiva moral y social que esto trae consigo? Pues ésta es la soberbia vasca. El vasco cree que por el mero hecho de haber nacido y ser individuo humano vale ya cuanto es posible valer en el mundo. Ser listo o tonto, sabio o ignorante, hermoso o feo, artista o torpe, son diferencias de escasísima importancia, apenas dignas de atención si se las compara con lo que significa ser individuo, ser hombre viviente” (9). Todas las excelencias y virtudes posibles resultan ser secundarias y prescindibles ante el mero hecho de ser vasco. En tal caso, “lo grande, lo valioso del hombre es lo ínfimo y aborigen, lo subterráneo, lo que le pone en pie sobre la tierra” (10). Y esto se extiende, quizás a veces de manera enmascarada, a una gran parte delos españoles, que tienden a aceptar que “lo mejor del hombre es lo ínfimo” (11), que los pobres de espíritu reinarán sobre la tierra, que el que ha logrado enriquecerse, como Amancio Ortega, no tiene más mérito que el okupa, ni el que se esfuerza por ser mejor merece estar más arriba en el escalafón laboral o educativoDe ahí que, a los efectos de la relación con los demás “se (acepte) rencorosamente como el mal menor un “¡todos iguales!”, ese terrible, negativo, destructor “¡todos iguales!” que se oye de punta a punta en la historia de España si se tiene fino oído sociológico” (12)(se puede constatar la actualidad de estas apreciaciones de Ortega comparándolas con los resultadosdel Estudio Internacional Values and Worldviews, publicado por la Fundación BBVA hace unos años: https://www.libremercado.com/2013-04-07/gritar-mucho-y-mojarse-poco-una-foto-poco-agradable-del-espanol-medio-1276486814/).[1] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 459.[2] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 459.[3] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 460.[4] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 461.[5] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 462.[6] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 462.[7] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 463.[8] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 463.[9] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 464.[10] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 465.[11] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 465.[12] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, pp. 465-66.