La socialdemocracia, una plaga que destruye el mundo

Publicado el 19 noviembre 2016 por Franky
Uno de los grandes líderes y revolucionarios de la historia, Lenin, definía la socialdemocracia como el partido de los oportunistas y liquidadores. El socialchovinismo del que hablaba el político ruso era descrito como una “adaptación vil y lacayuna de los jefes del socialismo, no sólo a los intereses de su burguesía nacional, sino, precisamente, a los intereses de su Estado”.

Dentro de nuestras fronteras, la esencia de esta corriente ideológica y política fué inicialmente defendida por el PSOE, tras la muerte del dictador Francisco Franco, pero posteriormente y debido fundamentalmente al éxito práctico de sus postulados carentes de criterio alguno, ha ido siendo adoptada y asumida por la totalidad de las facciones que componen el poder del estado. El pensamiento rousseauniano y su hombre bueno, unidos a un postmodernismo convertido en ideología en nuestro país, han derivado en una situación que bordea peligrosamente el infantilismo y la demagogia continua, en la aplicación de las medidas de gobierno. Sus defensores, personas practicantes del pensamiento plagado de deseos o ilusorio y que evitan a toda costa el posicionamiento ideológico; militantes de una tolerancia paternalista que sólo admite lo políticamente correcto, dictado desde el poder hegemónico del establishment.

La no-ideología socialdemócrata es fruto de una selección artificial a lo largo de varios siglos y su imposición se realiza a golpe de encuesta. Es perfectamente adaptable a cualquier situación económica y social, ya que sus directrices se basan en ‘lo que quiere la gente’ (por usar una frase hecha muy del agrado de nuestra casta política) y por tanto, abocan continuamente hacia el pensamiento único, el consenso y lo políticamente correcto. Tratar de escapar de su influjo y de sus dogmas convierten a cualquiera, inmediatamente, en un enemigo del bien común y de las normas básicas de convivencia impuestas desde los medios masivos de comunicación.

Es por tanto una herramienta de poder ideal para unas oligarquías que, preocupadas únicamente por su enriquecimiento personal y el saqueo de las arcas públicas, necesitan una sociedad sometida, consentida y apática. Se trata del modelo ideológico perfecto para la creación de un país consumidor como el nuestro y sin iniciativa alguna, más allá de un hedonismo animal y una autocomplacencia sometida a los designios del mercado.

El gran problema y el talón de Aquiles de esta forma de practicar la política y corriente no-ideológica es que es inaplicable dentro de un ecosistema demócrata y que además supone el exterminio sistemático de cualquier iniciativa, de cualquier proyecto social o del disenso individual y original alejado de normas y paradigma dominante. La genialidad misma es incompatible con esta forma de sociedad.

Por otra parte el caos forma parte consustancial de la democracia misma ya que, mediante los procesos representativos que existen en una democracia formal, se producen ideas espontáneas desde la sociedad civil que, atendiendo a la casi infinita variedad de intereses de las personas que lo componen, hace surgir conceptos que de otra forma y en los sistemas de gobierno que no son democráticos como el español, no son posibles. Cuando no existe representación, el debate sólo se produce dentro del estado y por lo tanto su diversidad y calidad se ven enormemente mermadas. La capacidad combinatoria de los elementos que lo componen es baja y, por lo tanto, produce una menor variedad de resultados. Esto produce que la clase política esté compuesta por lo más mediocre, endogámico, gris e ineficaz de la sociedad, puesto que se impide que sea el elector el que con su voto, escoja de entre la sociedad civil a sus miembros más brillantes y válidos para desempeñar su labor representativa, regenerando así la composición de las clases dirigentes y produciendo una alternancia de criterios e intereses particulares.

El caos, entendido de esta forma, no supone un concepto destructor y que lleva a la miseria y la desigualdad social sino, muy al contrario, es el camino que permite alcanzar la singularidad de una sociedad.

Es apoyando la abstención como elemento favorecedor del caos en el sistema social , como este mismo caos en la democracia es el caldo de cultivo que produce la inteligencia colectiva.

El género humano necesita de puntos de referencia, de otras personas que acaudillen las iniciativas y propongan las diferentes luchas y batallas en las que participar; independientemente del nivel de fortuna personal con el que uno cuente, independientemente de si a unos u otros les ha sonreído mas o menos la vida, se hace necesaria la presencia de elementos que agiten el sistema y que provoquen el avance y el bienestar colectivo. Un aspecto éste, que no comprenden ni comparten los que buscan cobijo en el consenso político de nuestro país y que ocultan su cobardía al abrigo y el calor de sus compañeros oligarcas. Los oportunistas y liquidadores de los que hablaba Lenin. Los tiranos de lo mediocre, como los defino yo.

SOLO EN ESE SENTIDO TRUMP NO ERA UNA ALTERNATIVA A CLINTON , ERA UNA NECESIDAD .

POR ESO HA GANADO EN EEUU. EN OTRO PAÍS NO HUBIERA SIDO POSIBLE.

Salvador