En San Luis Potosí hay una enfermedad debajo de la piel, algo que se está pudriendo. La ciudad apesta, un ejército de zombies rabiosos buscan con desesperación saciar su ansia. Todos hemos pretendido que nada pasa, las madres justifican a sus hijos, las autoridades falsean estadísticas. Los jóvenes, en su muy limitada comprensión del universo, encontrarán lo necesario para crear una egoísta pero efectiva visión del mundo, donde lo único que importa son sus necesidades, sus emociones siempre insatisfechas, las oportunidades que nunca llegan, a pesar (incluso) del poco esfuerzo que están dispuestos hacer para alcanzar sus sueños.
Aunque la mayoría de los sueños tienen que ver con dinero raspado de la palma de la mano, carros “tuneados” (aunque sean vochitos) o motocicletas modificadas, (de preferencia italikas) traseros haciendo una danza rústica y reverberante, lentes oscuros, uñas largas, cejas impecables y teléfonos, redes sociales, secuencias de video más efímeras que un suspiro,15 segundos de gloria que serán opacados por algún idiota escupiendo cerveza por la nariz o azotandose contra el pavimento después de fallar una pirueta en patines. La generación de cristal le llaman, no son delicados, más bien, despiadados y miserables, sin remordimientos. Algún día aceptarán desconectar a sus padres porque: ya les costaba (o se cansaban) mucho cuidar de ellos, “ya estaba sufriendo mucho” -se repetirán hasta convencerse.
En esta ciudad han cambiado las cosas, ahora hay linchamientos casi a diario, ladrones de ocasión que son pateados por inocentes vecinos rabiosos que no saciarán su sed de justicia, al menos hasta no ver que el cuerpo inerte de algún gazapo, que ya no se mueve. ¿Quién soy yo para juzgarlos?, los ciudadanos viven con miedo y muchos de ellos ya no estarán tranquilos después de haber visto vulnerada la parsimonia de su hogar por algún malandro. Si, los robos a casa-habitación es uno de los delitos que más daña el tejido social, porque se roba la tranquilidad del ciudadano que había construido un santuario en su sacrosanto hogar. El daño psicológico será difícil de superar.
Ya nadie se sorprende (ni siquiera las autoridades) de que jóvenes en motocicleta sean los sicarios de las distintas organizaciones criminales que operan en la capital del estado y en las regiones del interior. A veces, su propia progenitora sabrá a qué se dedica el muchacho, una madre sabe. Trae dinero para vicios pero desertó de los estudios y no se le conoce empleo formal, solo va y viene a cada rato con brittany montada en ancas. Las cámaras de vigilancia del C3, C4 y hasta el C5 no son capaces de evitar un delito, y tampoco ayudan a resolver crímenes, solo están ahí porque la gente necesita sentir que alguien observa.
Hace algunos días el gobernador Ricardo Gallardo Cardona reconoció que hay 40 mil adictos en San Luis Potosí, la mayoría asiduos consumidores de metanfetamina, el setenta por ciento serían (según el gobernador) de clase media alta y el resto, de clase media baja. Al parecer los pobres no están en el mundo de las drogas o si acaso, son alcohólicos. Hasta hizo las cuentas el jefe del ejecutivo, tres dosis diarias promedio representan (aseguró el jefe del ejecutivo) un negocio de dos millones de pesos anuales. Al parecer el mandatario está muy preocupado por el tema y aspira a dejar al próximo gobernador un universo de 20 mil adictos y que quien le siga, reduzca la mitad y así sucesivamente. Parece que lo tiene todo calculado.
Alguien debe informarle al gobernador qué hay cerca de 280 “anexos” (centros de reclusión voluntaria para adictos) en San Luis Potosí y difícilmente alguien puede escapar de la adicción al cristal y menos al fentanilo. Y aunque la actitud del jefe del ejecutivo es optimista necesita estadísticas reales y un área especializada para diseñar políticas públicas eficaces y evaluables. Deben compartirse experiencias con entidades que ya están sufriendo los estragos de no haber dimensionado correctamente el problema hace años, cuando se comenzaba a popularizar el abuso de estas sustancias.
La ciudad está sembrada de cadáveres, comienzan aparecer fosas clandestinas, cuerpos desmembrados, “levantones” a plena luz del día, ataques a centros sociales o antros de mala muerte. Las acusaciones contra jefes policiacos de complicidad con tal o cuál cartel son típicas. La sociedad, inerme, sin representación en este debate. Por lo general las organizaciones no gubernamentales que se involucran en los temas de gestión para establecer mecanismos de atención al problema del consumo de drogas, son acusadas de recibir financiamiento del crimen organizado como ha sucedido en el estado de Tamaulipas. Luego hay andan haciendo manifestaciones contra la Marina o algún otro cuerpo de élite que le hizo mella a los criminales locales.
Y aunque el gobernador no dice cómo obtuvo los datos que da por certeros y tampoco explicó cómo piensa lograr reducir a la mitad el número de adictos, al menos se le debe creer que tiene voluntad y una preocupación sincera por atajar el grave problema, me bastaría si el gobernador mantuviera la cifra de consumidores en esa cantidad que menciona, sin embargo, tengo mis dudas, no sólo en la cantidad de enfermos, sino además en su optimismo, la lógica me dice que irá a la alza a menos que se tomen medidas drásticas. Y eso será doloroso.
Si se dedicara la mitad del presupuesto que se invertirá en traer artistas a la feria nacional potosina (FENAPO) en atender el tema de las adicciones en San Luis Potosí, si acaso tendríamos estadísticas confiables y el diagnóstico. Para el siguiente año podríamos pasar a invertir el doble de recursos y comenzar a atender las causas del predicamento y entonces habrá el doble de adictos a la meta y las calles estarán tapizadas de siluetas esculpidas con tiza.
El ayuntamiento de la capital también debe participar y de forma decidida, si bien su alcance es limitado, la prevención del delito. Lo cierto es que un ejército de adictos al cristal se traducirán en el triple de eventos violentos en la ciudad, es fácil que se metan en aprietos, pronto no se darán abasto y el teléfono no dejará de sonar. Lo primero que hace un vicioso cuando se le termina el dinero y necesita una dosis, es robarle a la familia, cuando es expulsado del núcleo familiar o simplemente ya no hay de que disponer, él (o ella) robaran en las inmediaciones del lugar donde han crecido, por último, la desesperación los obligará a intentar eventos cada vez más audaces.
Este tipo de drogas sintéticas fueron diseñadas para crear al soldado perfecto, uno que no sintiera miedo o remordimiento, perfectos asesinos, sin hambre, siempre en estado de alerta y sobreexcitación. Las familias potosinas, por lo general ignorantes del tema, primero, intentan lidiar con un adicto en la familia recurriendo a las formas tradicionales, el chantaje, la censura, el castigo, el rechazo, la conmiseración y las amenazas. Nada de eso funcionará.
El cristal es potencialmente más adictivo que ninguna otra droga del mercado y su precio lo vuelve totalmente accesible, en San Luis Potosí ya hay niños de diez años siendo tratados por consumir metanfetamina. El daño que provoca a la red neuronal de un humano el consumo de la sustancia, es irreversible y puede dejar secuelas emocionales y físicas.
El tema es que el consumo de cristal ya es un asunto de salud pública. es urgente que todos nos involucremos para contener la gravedad de la situación. El consumo de estas sustancias crea un estado alterado de conciencia. Solo se evade de la realidad alguien que no está conforme con lo que pasa en su vida. A veces es tanta la mísera que las personas quisieran morir, y tal vez esa sería la solución final menos dolorosa, lo otro es una larga, costosa y terrible agonía.