En la vacuidad de los días mundanos, la resaca nos impide hacer la mágica lista de propósitos, los mexicanos hemos convertido cosas que otras sociedades hacen en serio, en burlescas actuaciones de carpa. La verdad es que en este país no tenemos algo como que se le pueda llamar “propósito”, tenemos intenciones (sin saber si son buenas o malas) que es muy distinto, dejar de comer comida chatarra y beber refresco, conseguir un empleo, ponerse a leer, terminar su estudios, aprender de los demás y de los propios errores, colocarse en el lugar del otro, no nada más juzgar, entender al otro. Los procesos de introspección están vedados en la sociedad absurda que construimos los que aquí habitamos este mosaico cultural llamado Estados Unidos Mexicanos.
Porque además, las sociedades no cambian por decreto, o por el buen ejemplo de un presidente que todos los días pontifica desde un atril y se victimiza, y se rasga las vestiduras, y se burla del adversario, y se flagela golpeándose los nudillos contra la pared por su incapacidad para contener los ímpetus de sus correligionarios. Las personas cambian cuando se reconocen en el espejo como un ser imperfecto, con su sonrisa fútil y su ignorancia inmanente, permanente y adherente. Como cualquier alcohólico que quiere dejar de serlo, si quiere salvar su miserable vida, (o lo que quede de ella) lo primero es reconocer que se tiene un problema. El resto será resultado de un acto de contrición.
El 2022 termina con un país profundamente dividido en clases sociales, los herederos de la tecnocracia y los promotores de la meritocracia. El presidente puede hacer un programa entero dedicado a los eventos del pasado, pero igual no considerar tan grave las conductas lascivas de los funcionarios actuales. ¿Por qué negar lo evidente?
Somos seres humanos y nos equivocamos y eso no es responsabilidad de Andrés Manuel López Obrador y su cuarta transformación, al menos no en la comisión de un delito o una falta administrativa, pero sí en la omisión de no perseguir y sancionar a lo corruptos de hoy, por lo menos “tantito” como censuramos a “los corruptos del ayer”. A veces la visión es obtusa, cuando vemos los colores de nuestro partido en el banquillo de los acusados, un tipo de daltonismo político que solo pasa en México.
Que escandaloso hubiera sido si en tiempos de Enrique Peña Nieto se hubiera expuesto en la escena pública que su magistrado favorito de la suprema corte de justicia le descubrieron y evidenciaron un plagio en su tesis de licenciatura, el acabóse. El empeño de la prensa conservadora y la estupidez de quien se encargó de llevar la crisis, obligaron al rector de la Universidad Autónoma de México Enrique Graue Wiechers a definir una postura personal e institucional sobre el escándalo de la ministra Yasmin Esquivel. “En mi calidad de Rector, no aceptó que derivado de disputas ajenas se vulnere el prestigio y la honorabilidad de la universidad”.
Graue Wiechers refirió que recibió correspondencia de una supuesta confesión de parte ante notario público del supuesto plagiario de la tesis de la ministra de marras. El tipo no es un ladrón cualquiera porque fue capaz de viajar en el tiempo un año a 1987 para robar las notas de la entonces pasante Yasmin y volver a 1986 para concluir su texto final y ser consagrado con honores. La ministra Esquivel alega que comenzó hacer su tesis desde 1985 y que seguramente, aprovechando algún imperdonable descuido, le fueron robadas algunas notas que debieron haber sido transcritas de forma literal. Hasta para eso son pendejos.
En esta trama rocambolesca hasta la mentada confesión enviada al rector en descargo de la ministra resultó apócrifa. El abogado Edgar Ulises Báez Gutiérrez desmiente y advierte que no acepta responsabilidad alguna con respecto del plagio, por el contrario, el agraviado es él y resultan absurdos los argumentos de la ministra Esquivel. “Como lo dije, la lógica lo explica todo: una persona que se titula después no puede alegar plagio de una obra publicada previamente, no querer asimilarlo y comprenderlo es hacerse pato”, agregó el abogado quien convalece de una cirugía de cataratas.
Sin embargo, no se puede negar que si toda esta intriga se hizo del conocimiento público es porque la ministra de la corte iba enfilada para ser presidenta del poder judicial con la venia de Andrés Manuel López Obrador. Quizás si revisamos todas las tesis publicadas, nos encontraremos con evidentes deficiencias que solo tomarán relevancia si el estudiante en proceso se convierte en el futuro en alguien importante, ya sea por el favor de un marido poderoso o las relaciones personales obtenidas con el paso del tiempo en las lides políticas.
López Obrador le mandó decir (vía medios) al Rector de la UNAM Graue Wiechers que aclare si “Bernabé le pegó a Burundanga”, pero que de preferencia antes del día 2 de enero, que no le cuesta nada y este asunto urge porque pues la elección ya está próxima. El presidente Andrés dice conocer desde hace seis años a la abogada Esquivel Mossa y que le parece una persona honesta, capaz y muy comprometida con el proyecto de la cuarta transformación y es la opción más viable frente al otro aspirante a quien llamó, “el ministro más rico”. Ya saben, otra batalla más en nuestra eterna lucha de los pobres contra los ricos privilegiados que añoran el poder.
Tan sencillo que resultaría hacerles un examen a la ministra Esquivel Mossa y al abogado Báez Gutiérrez, a ver quién tiene mejores referencias y conoce el texto con mayor precisión, sólo quien lo escribió podría explicarlo. Igual también sería ocioso, ya que se dijo que de un proceso de revisión no podría derivar la pérdida del título de la ministra, pero si estaría curioso al menos para el breviario cultural, porque sin tesis no hay título, y sin licenciatura no hay magistratura. Requisito sine qua non para ser ministro presidente de la corte.
Para gran fortuna de la ministra Esquivel el abogado Báez no se encuentra en el mejor momento de su vida y seguramente estará abierto a escuchar propuestas indecorosas, nada más es cosa de no ser gandallas y tener un mínimo de escrúpulos. En esta historia el menos culpable es ese personaje que podría resolver el dilema, sin embargo, la solución implica forzosamente la pérdida del prestigio. Puede que para la ministra sea muy poco, pero es la diferencia entre la gloria o el infierno.
Ese es el país que tenemos, alguna vez Benito Juárez García (a quien tanto venera el presidente Andrés Manuel López obrador) presidió la suprema corte y sería su catapulta para ser jefe del ejecutivo cuando Ignacio Comonfort le entregó el cargo antes de fugarse a EEUU y dar paso a la etapa convulsa de la guerra de Reforma. Si después de esta escaramuza la ministra Yasmin Esquivel Mossa es electa presidenta de la corte, el país se sumirá un centímetro más en el pantano de la ignominia. Por el contrario, si Yasmin no ve consumadas sus ambiciones personales, este será quizás el primer golpe certero y contundente de los neoliberales y conservadores que sueñan con desbarrancar el proyecto transformador del presidente Andrés.