Sólo recuerdo haber visto terminar Entourage. Así, casi online. Las otras series de largo recorrido que he visto en su integridad siempre las he visto tiempo después de su final. Pero con The Office no aguanté. Ayer vi su último capítulo, más de 200 han quedado atrás después de nueve temporadas y he de decir que los últimos capítulos me han parecido excepcionalmente brillantes. Así como la octava temporada estaba bajo el terrorífico orfanato de la ausencia de Steve Carell, a la que los guionistas supieron que la serie se cancelaba y se despojaron de la presión de intentar sustituir su figura, la novena temporada se convirtió en una especie de traca final donde había que vaciar hasta el último de los gags por mucho que se estuviera al borde de lo bizarro. Daba igual: la suerte estaba echada y también la seguridad de que muchos fans acudirían en masa a presenciar su colofón.Lo vi, con cierta expectativa emocional. Pensé que si apelaban a cierto toque nostálgico hasta se me escaparía una lagrimilla. Vamos. Mucho antes de decidirme a investigar otras series, ya estaba enganchado a The Office. Porque he trabajado muchos años en oficinas y he convivido con muchos personajes que veo reflejados en el estereotipo. Porque he tenido muchos años delante de mi a una gorda inútil con la vida solucionada que trabajaba porque de lo contrario debía cuidar de su casa. Trabajar por vagancia. Curioso. Porque he experimentado la mala sensación de quienes se acercan a ti para aprovecharse de tu influencia o de tus conocimientos. Y he vivido fusiones, absorciones, operaciones acordeón y directivos sin más flujo profesional que el de la bilis que les insuflaba su ansia de poder. Ver eso en una pantalla durante nueve años me ha endurecido, o me ha hecho tomar perspectiva, o me ha aportado una pátina de daigualismo. The Office, que ya es, desde ayer, pasado en mi vida, me ha hecho mejor. Ver a Jim, especie de reducto del sentido común, enunciar esas últimas frases que se podrían interpretar como un ensalzamiento del capitalismo pero que también lo son de la adaptación al entorno como método de supervivencia me hubiera hecho aplaudir, pero eran deshoras. Y ver a Carell aparecer en el último episodio, comedido y canoso, ha sido un regalo de despedida, una especie de agridulce constatación de que las cosas van quedando, demasiadas veces ya, atrás.