La sublime decadencia de los santos. Un relato deprimente

Publicado el 01 julio 2017 por Pipervalca

Hola a todos. Sé que es sábado y que jamás publico en estos días, pero hace mucho rato que no compartía algún relato, y cuando eso sucede empiezo a preocuparme.

Quizás tenga algo que ver el insomnio que me acecha desde hace un par de días o que esté despierto desde las dos de la madrugada (son las seis y once de la mañana). En fin, este relato me gustó muchísimo a pesar de los sentimientos que pueda generar y creo que lo usé en algún concurso, por lo que espero sea de su agrado. Además, nada como empezar el fin de semana con una buena lectura. En verdad, les gustará.

Por cierto, no pregunten sobre mis retos de escritura del 2017.

-Vienen por ti. -Soltó de golpe, con el aliento agitado, bajo el marco de la puerta. Luego, como ocurría cada vez que hacía de mensajero de desgracias, Marcos, el favorito, se acurrucó junto a la ventana, cerró sus ojos y canturreó el Salmo 31.

Diez minutos más tarde entró él, y aunque al principio pareció un tanto distraído, se decidió por Camila, tal como Marcos había predicho. Los demás niños lo observaron todo en silencio, sin respirar, sin llamar su atención.

Con la delicadeza de quien manipula una muñeca de porcelana, la tomó del cuello y besó sus labios. Después, con un gesto lleno de desconcertante parsimonia, peinó su cabello, y la vistió con un espléndido vestido rosa que él mismo comprara en la mañana.

Finalmente, tras verificar la belleza de su obra y extasiado hasta más no poder, se decidió por retirar el grillete del escuchimizado pie derecho de Camila, que a esas alturas maldecía entre dientes su propio existir y temblaba como la gelatina, aquella que comía en el desayuno junto a un trozo de pan todos los días.

Descendieron juntos, ella, asida a su mano, con la esperanza puesta en la incertidumbre de su partida; y él, perdiendo a cada paso una pequeña parte de su vida secreta.

-¡Es ella! -exclamó una pareja al verles llegar a una gran oficina-. ¡Qué hermosa es!

No hubo despidos, besos o un hasta luego entre los dos. Solo una mirada de reproche, un par de firmas y un fajo de billetes. Al terminar el protocolo, Camila abandonó su encierro estrenando unos padres que nunca deseó, pero que antes de partir se desparramaron en halagos hacia su benefactor.

-¡Es usted un santo! ¡Dios lo bendiga! Bla, bla, bla...

El reverendo permaneció en silencio en su escritorio, convencido por sí mismo de que una aureola centellaba sobre su cabello plateado, al tiempo que acariciaba su entrepierna y agradecía, sin vergüenza ni escrúpulos, que aún existieran padres desalmados que abandonaran a sus hijos.

-¡Hermana Carlina! -gritó de forma melodiosa-. ¿Puede decirle a Marcos que lo necesito con urgencia?

A pesar de que extrañaría a Camila, gracias a Dios aún quedaba Marcos, el favorito.

¿Qué te ha parecido? ¿Un poco fuerte?