La sucia traición a la democracia

Publicado el 20 febrero 2013 por Franky
La democracia fue ideada como una fábrica de ciudadanos virtuosos y responsables, pero hoy fabrica, sobre todo, mediocres y aprovechados. Sus líderes debían surgir del corazón de la sociedad como los mejores y más preparados, pero los que llegan al poder suelen ser mediocres, sin capacidad de liderazgo y muchas veces ya corrompidos. Fue concebida para que la convivencia en armonía generara valores cívicos y para propiciar la confianza y la felicidad de los ciudadanos, pero no sabe garantizar la convivencia pacífica y se ha hecho experta en destruir valores y envilecer la vida diaria.

Es el gran fracaso de la actual democracia, prostituida y transformada en una factoría productora de malos gobernantes, súbditos aborregados, sociedades conflictivas, desconfianza y corrupción a gran escala.

El verdadero ciudadano, al ser libre, responsable, pensador y celoso de sus derechos y deberes, es un ser avanzado y molesto para aquellos políticos interesados en la manipulación y el dominio. El ciudadano, por su sofisticación y por los valores humanos y cívicos que posee y cultiva, es, probablemente el culmen de la especie humana. A lo largo de la historia, los gobiernos y partidos políticos que controlaban la democracia han intentado eliminar al ciudadano y sustituirlo por gente acobardada y sometida, más fácil de manipular y de ser gobernada desde el abuso y el despotismo.

La historia ha demostrado hasta la saciedad que los grandes culpables de la degeneración de la democracia son los partidos políticos, que fueron ideados como instrumentos de participación ciudadana en el poder político, pero que se han convertido en aparatos mafiosos expertos en fabricar mediocres y líderes incapaces. Es cierto que los ciudadanos no han sabido resistir el asalto de los políticos a la democracia, pero no es menos cierto que desde su aislamiento y escaso poder, los ciudadanos tenían las de perder frente a partidos y políticos profesionales que previamente se habían apoderado del Estado y de sus recursos.

Es difícil concebir una escuela más alejada de la democracia que un partido político, en cuyo interior se practica todo lo que es incompatible con una democracia verdadera: sometimiento en lugar de libertad, silencio cómplice en lugar de rebeldía, adhesión al pensamiento dominante en lugar de debate libre y lucha por el poder en lugar de esfuerzo por servir al ciudadano.

Los partidos políticos, en lugar de fabricar ciudadanos y dirigentes democráticos, fabrican mediocres egoístas que anteponen los intereses propios y los del partido a los del ciudadano y la comunidad. En las agrupaciones y congresos, el egoísmo ha sustituido al altruismo y el interés a la generosidad, un comportamiento que abre las puertas al totalitarismo y a la corrupción.

El miedo a los partidos políticos que demostraron los primeros demócratas modernos, tanto en la Revolución Francesa, donde fueron prohibidos, como en la creación de los Estados Unidos de América, donde fueron cuestionados y relegados, era razonable y premonitorio porque al final han sido los partidos los que han destruido la democracia, sustituyéndola por una partitocracia que no es otra cosa que una dictadura de partidos políticos, controlados por políticos profesionales.

La auténtica democracia, que es una cultura de igualdad, convivencia armónica y respeto mutuo, en la que el gobierno debe ser controlado y el ciudadano debe ejercer siempre de soberano, ha sido desvirtuada y pervertida por unos partidos, controlados por una despreciable casta política profesional, que han antepuesto sus intereses a los del ciudadano y que no ha dudado en someter y explotar a aquellos a los que debía servir.

Esa y no otra es la gran tragedia de nuestro tiempo, el núcleo del problema político y social a comienzos del siglo XXI, el origen y causa de la crisis económica, de la degradación de los valores, del mal gobierno que arrasa el mundo y del envilecimiento colectivo.