La suma y la resta
Irene Jiménez
Páginas de Espuma 2011.
Sigo a Irene Jiménez desde sus primeros relatos a comienzos de la década del 2000, incluso tuve la suerte de presentar su anterior libro, Lugares comunes, y sólo cabe decir de ella que crece con cada propuesta. Ya me sorprendió su escritura profunda, y los temas que trataba en cada entrega, pero en este que hoy comentamos, La suma y la resta, Irene se supera a sí misma. El libro está compuesto por siete relatos que tienen nombre de mujer. En el anterior, Lugares comunes, los títulos de sus cuentos se referían al espacio. En el ajustado comentario que la editorial ha puesto en la contraportada, se califica a Irene, entre otras muchas cosas, de “certera narradora de la vida contemporánea”, y creo que es justo que así se diga. Lo que sorprende de Irene es su actualidad, le preocupan sus contemporáneos, sus pequeños y grandes asuntos biográficos, su mundo interior y sus peripecias externas. Y todos resultan cercanos, creíbles.
Los relatos de Irene me recuerdan a Alice Munro o Lorrie Moore, relatos centrados en personajes que comparten un espacio vital, una atmósfera, una relación. Aquellos se ubican en Ontario o Norteamérica, los de Irene en la Europa actual, urbana, yo diría, pos-Erasmus.
Con un estilo directo y leve, funcional, despojado de elementos líricos, pero poblado de efectos de verdad, analiza los conflictos actuales, los miniconflictos actuales si quieren que les llamemos así. El amor se despoja de su drama y se torna líquido, fluyendo de un amante a otro sin grandes gestos, sutil, como si el movimiento del desamor se aceptase con naturalidad a las nuevas subjetividades que Irene retrata.
Y es de ahí, de este carácter fluido de lo que nos acontece, de donde Irene extrae el excelente título, La suma y la resta.
“A Gloria le gustaba simplificarlo todo: le encantaba utilizar refranes en las situaciones adecuadas, y elaboraba teorías sencillas para que la gente que la rodeaba comprendiera al vuelo los secretos de la existencia. Una de sus teorías, por ejemplo, era la de la suma y la resta. A decir de Gloria, mucha gene entendía la vida como una resta, la de todo aquello que nunca iba a poder hacer. Pero la vida había que entenderla como la suma de lo que se había hecho, porque así el resultado no era equivalente, sino siempre superior”. (pag. 80)
La mayoría de los protagonistas son jóvenes contemporáneos de Irene. Hay una gran presencia de los padres en estos relatos, una presencia que orienta sobre sus conductas y sus afectos. Irene parece creer en la determinación de lo familiar, en las teorías que nos construimos sobre el origen de nuestros caracteres, y que tan ligadas están a nuestras respectivas familias. Unos padres (la actriz madre de Rebeca, los padres muertos en un accidente de Nicolás, el padre difunto de Sesi), que aparecen a lo lejos, como si fuesen futuros personajes de otros relatos por venir, construyendo así una red tupida e infinita de relaciones.
La sutileza de Irene para observar la vida humana llena el libro de aciertos. Por ejemplo, Rebeca le confiesa a Celia que no creía que su madre hubiese sido amante de un amigo muerto.
“ - Yo creo que aquello nunca llegó a suceder – le contestó Rebeca–. Porque mi
madre se ha marchado deshecha al funeral. Me parece que si hubieran sido amantes sentiría cosas más ambiguas, y no ese dolor tan nítido”. (pag. 87).
La mayoría de los personajes pertenecen a una clase social media alta, ilustrada, leída, excepto en Celia, donde la diferencia de clase está marcada intencionadamente y de la que se extraen observaciones interesantes.
La escritura de Irene Jiménez sigue a los personajes, que se dibujan nítidamente, amables y próximos, cálidos. También la estación del año es un elemento común al conjunto, todos transcurren en verano, desde junio a finales de agosto. Madrid sirve de marco a cuatro historias, Barcelona a una y Algeciras y Tarifa, un lugar que Irene conoce muy bien, a las otras dos. Pero, dirán ustedes, ¿porqué ese empeño en sacar los puntos comunes de estas siete historias? Porque el libro puede leerse como una novela. Porque la red que teje Irene, inteligente y verosímil, es la trama de una novela que tiene en cada uno de estos capítulos uno de sus protagonistas, entre algunos el hilo es poderoso, intenso, determinante, pero otros mucho más sutil, como el que relaciona el relato “Celia y Úrsula” , apenas una frase en ambos. Porque, como ya lo han adivinado, se trata de eso, de desdibujar la frontera entre los géneros, de interrogarla. Los cuentos se amplían unos a otros, se diseminan en sus vecinos, se multiplican las conexiones.
“Tana”, el primero de ellos, resulta ser un cuento de iniciación donde creíamos que se trataba de relaciones de amistad entre adultos. El incipit apenas insinúa lo que viene a continuación, que aparece sorpresivamente como un acierto.
“Sí, Tana no tenía dudas. Estaba a punto de atravesar un modesto umbral hacia el mundo de los adultos”. (pag. 20).
Atención a este modesto umbral, porque de aquí y de allá podemos ir extrayendo una poética. Cuentos que giran alrededor de acontecimientos modestos, pero decisivos, porque la vida de todos nosotros no gira alrededor de un secuestro, una pistola, un asesinato, una trama de espionaje. La vida se construye sobre nimiedades: la muerte del padre, una separación, el dolor de un amigo, una boda. Nimiedades cuya trascendencia se extiende al resto de nuestra existencia insidiosamente, sin alboroto.
El siguiente, “Carlota”, se une al primero tangencialmente. No voy a revelarles cómo porque, tratándose de la primera vez que sucede, el descubrimiento es muy grato, una pequeña serendipity de la que no voy a privar a los futuros lectores.
Irene escribe con intuición y oficio. En “Ofelia”, el relato comienza de manera aparentemente alejada del núcleo central. Pero, hay que decirlo, son cuentos que no tienen núcleo, cuentos posmodernos, que diría Lauro Zavala, sin trama y sin final, al gusto de Chéjov, en cuya línea genealógica ya situé a Irene en otra presentación.
Creo que La suma y la resta habla de la vida y de la muerte, de la suma y de la resta.
O quizás era que no podía dejar de pensar en todas las cosas que, aunque siguiera viva, habían muerto en ella. En la cantidad enorme de cosas que morían todos los días, aunque la gente se olvidara de enterrarlas. (pag. 82).
Lean este libro, no es un libro común, contiene sabiduría y verdad sobre la vida, sobre nosotros.
Lola López Mondéjar