Representación de La taberna fantástica, de Alfonso Sastre, en Falces (Navarra).
Percutían los dedos sobre el barril del tabernucho con un ritmo tan perfecto y alegre que todo aquel decrépito escenario se transfiguraba, e incluso las personas, unos pobres desechos de humanidad dejada al margen, alcanzaban un aura de elegancia tan excepcional que parecían estar diciendo: «¡Píntame!». Y siempre había un Velázquez, un Kafka, un Grosz o un Valle que se aprestaba a hacerlo. Y muchos sastres, claro.
(LUN, 997)