"Otra vez measte la tabla del inodoro".Cuántas veces en nuestra vida masculina tuvimos que escuchar esta queja. Cuántas malditas veces ustedes tuvieron razón, pero permítanme explicarles la causa, señoras, porque los acontecimientos siempre tienen una lógica, un principio, que -en este caso- excede el mero capricho de ensuciar un artefacto del hogar, o de dejar nuestra impronta viril sobre el mismo como si fuésemos animales salvajes marcando su espacio, obedeciendo así a la más simple y -a su vez- compleja ley del instinto territorial. Me propuse desvelar un secreto que los hombres hemos ocultado por mucho tiempo. Apelo a la madurez de las lectoras para poder exponer de manera objetiva y detallada, con las palabras más acordes -sin ser en exceso técnicas-, la causa, el principio básico que hace que -efectivamente- meemos la tabla. Ante todo es bueno aclarar: tener pene no es fácil. Si en estos tiempos que corren hay tantos sujetos que desean quitárselo, debe existir un fundamento serio para ello, pues no basta con la justificación simplista de llamar “marica” al que no quiere cargar más con ese lastre, porque tener pene no es nada fácil, no es algo con los que todos puedan lidiar. Freud dio una interesante explicación al respecto con su Complejo de Edipo (no el de él, me refiero al concepto), pero la gente se encargó muy bien de achatar la idea y reducirla a un popular “El niño lo tiene, pero teme que el padre se lo corte porque quiere usarlo con su mamá, entonces abandona a su mamá y sale por allí a buscar alguna (zorra) que se le parezca”. ¿Y la niña? En la niña es al revés -dicen-, como la madre es una bruja y no quiere darle un pitito, la nena se siente defraudada y sale a buscar uno que no sea el del padre. Asunto terminado: Todos buscamos lo que no tenemos. El varoncito busca una (zorra) con quien pueda usar su pene sin mayores riesgos, y la nena busca el preciado miembro ya no en su propio cuerpo, sino en alguien que lo posea para usufructuarlo a gusto y placer. En un caso, lo que se pretende es el continente donde depositarlo, en el otro, el objeto en sí, pero todos buscamos lo que no tenemos… Bueno, en fin, algunos buscan lo que ya tienen, porque -después de todo- siempre es bueno tener uno de repuesto, aunque allí surge la gran pregunta: “Si el mío lo tengo aquí delante, este otro, ¿dónde lo pongo?” Hasta aquí llego yo. No voy a explicar el Edipo freudiano ni voy a responder a semejante pregunta inconveniente. Ya sé, van a decir que arrojé la piedra y que ahora escondo la mano, pero viéndome dentro de tan fangoso terreno, preferiría salir lo antes posible para no verme hundido en la ciénaga de mi propia inconfidencia. En definitiva, lo que trato de hacer entender es por qué meamos la tabla del inodoro. Repito hasta el fastidio: tener pene no es algo simple. Se le parece, pero no es un dedo. Con un dedo uno puede apuntar, rascar, dirigir, hurgar, doblar o apretar… y a voluntad del poseedor. Sin embargo, el pene tiene un funcionamiento polarizado: o no sirve para nada, o se convierte en la estrella. El tema es que la mayoría de las veces que vamos a orinar, está en su momento de no sirve para nada. Digámoslo más apropiadamente, está en el momento en el cual sirve como canal, conducto, vía de escape de nuestros residuos líquidos. Pero nada más. No tiene esa vida propia de dragón rampante que le asignamos en ciertas ocasiones; está dormido, flácido, desganado, caído como un gorrión muerto. Entonces, la dificultad inicial se presenta al querer tomarlo, pues hay que sacarlo de su nido -valga la analogía del gorrión-, que para él es el calzoncillo. No es tarea fácil, porque en general, y por circunstancias un tanto indelicadas aunque del todo normales, suele estar adherido a la ropa interior, entonces tenemos que agacharnos un poco, meter la mano por debajo de todo el conjunto y hacer unas rápidas y cortas flexiones de piernas -una especie de Haka Maorí- para que se produzca el desprendimiento. Ya con el miembro en la mano, en una actitud inconsciente, procedemos a palparlo, a evaluarlo, como queriendo confirmar que es -en efecto- el nuestro, o como deseando constatar que no se han producido cambios significativos desde la última vez que lo tomamos. Por lo general, esto se realiza con unos pequeños golpeteos sobre la cara inferior, sobre el pecho -digamos- del miembro. Una vez hecho esto, se procede a retirar hacia atrás la piel que protege el… cráneo, para que el chorro no salga disparado en cualquier dirección, salpicando de esta forma el ambiente en su totalidad, incluso nuestro propio cuerpo. Sólo aquel que nunca haya tenido pene puede obviar las tareas simples hasta ahora mencionadas. Continúo. Es en este momento donde se produce una divisoria de… aguas entre los hombres. Se constituyen dos categorías bien diferenciadas, llamémoslas la clase de los cuidadosos y la de los indelicados. El cuidadoso antes de orinar procederá a quitar pelusas, vellos púbicos, arenilla y otras partículas indeterminadas que suelen adornar el glande en su estado larvario; mientras que el indelicado orinará sin mayores contemplaciones para con su herramienta. Creo que hasta aquí queda claro que el 100% de los sujetos que no realiza correctamente estas labores elementales, será el que meará la tabla del inodoro. Pero el procedimiento es más complejo, porque aún con los máximos cuidados prodigados por el delicado, nada lo exime de que, por causas fisiológicas normales, se le haya unido el orificio, la boquita de su miembro, produciendo un lanzamiento alocado, o el conocido disparo a dos voces, que aun habiendo tomado las precauciones de apuntar el instrumento hacia el centro del inodoro, producirá el efecto fuente de plaza o chorro múltiple que irá a dar sobre ambos bordes del aro del sanitario, adyacencias del artefacto, o mismo sobre pantalón y zapatos del usuario. Han sido registrados casos extremos de micción, pero mi intención es reflejar la generalidad, por lo que dejaré de lado estos hechos inusuales. Prosigo. Si la suerte estuvo de nuestro lado y el reguero salió dirigido hacia el lugar elegido del inodoro (ya que hay diferentes gustos: apuntar directo hacia el agua produciendo el famoso meo equino, bordear la loza, tratar de borrar la marca del sanitario, golpetear con la orina alternadamente sobre la loza y el agua ejecutando así una música rítmica y jovial), todavía debemos tener en cuenta la caída de la presión del líquido, la pérdida del volumen mingitorio, pues cualquier mal cálculo en este momento de tan sutil coordinación visomotora, producirá un goteado final que provocará la suciedad de la tabla. Con lo dicho, ya se puede emparentar el acto masculino de mear con la construcción de las pirámides egipcias. No obstante, aún falta hablar de las sacudidas higiénicas finales. Estos movimientos tónico-clónicos -movimientos similares a los del azote de un látigo- deberán ser efectuados con la máxima precisión y concentración, pues es muy difícil evitar que unas gotas traidoras caigan sobre la tabla, el piso, o queden depositadas infamemente sobre nuestra ropa interior. Son más las materias que dejo de lado que las que abordo, pues dar rienda suelta a la explicación de las innumerables variables que entran en juego en el acto de micción masculina, excedería el marco y objetivo que me impuse, por ejemplo, la incidencia de los dos hermanitos sobre los cuales reposa el pene, el tamaño del miembro, la consistencia del mismo a la hora de la evacuación de aguas, el infortunio de pellizcarse la piel con el cierre del pantalón, etcétera. Aun ponderando las falencias de mi exposición, considero que toda mujer que haya seguido atentamente este relato explicativo, podrá visualizar hacia que… meandros nos vemos arrastrados cada vez que queremos orinar, sabrá entender que no es una fácil labor como la de sentarse y dejar que las aguas fluyan cada vez que la Naturaleza nos llama, admitirá que los hombres debemos poner en práctica todas nuestras habilidades cognitivas y pragmáticas para no provocar la -para todos indeseable- micción de la tabla.
Por lo tanto, queda en ustedes, señoras, saber entender cuánto hay en juego en esta simple pero titánica actividad. Y es de ustedes la decisión de perdonarnos y no seguir torturándonos con el cruel y ofensivo: "Otra vez measte la tabla del inodoro".