La tasca española es el último reducto de la democracia, ya que allí se reunen tanto el doctor como el obrero, e incluso un banquero y un vulgar carterista. A pesar de la figura de un santo en la pared, la del equipo de fútbol favorito y el ambiente de mercadillo, en estos bares de tapas se ventilan todos los temas de actualidad. Aquí no se ve la diferencia entre ricos y pobres, no se nota que el pais está dividido porque aquí simplemente se viene a convivir y a tolerar aunque a veces se escuchen cosas que no gustan a unos o a otros. Es cierto que la
democracia real ya no existe, pero en estos lugares se vive una especie de democracia que se aproxima a la que debería reinar en el resto de lugares. Se te atiende sin preguntar por tus ingresos o tus propiedades; si llevas un traje comprado en el corte inglés o en el mercadillo igual te sirven la caña con su tapita; si tu lenguaje es culto o se nota que no has sido muy ferviente en el estudio, igual tienes un sitio o una mesa en la que sentarte con tu familia o amigos. A pesar de las servilletas apretujadas que se ven por todos los rincones, la gente sólo quiere que su vaso esté limpio y la cerveza fría. Ni siquiera molesta a los demás el borracho que a estas horas ya ha bebido más de la cuenta, al fin y al cabo ese lleva tanto años viniendo a este sitio que forma parte del mobiliario. No estoy más a gusto en el bar que en mi casa, por supuesto, pero muchas veces en el bar de la esquina, me doy cuenta de que no todo está perdido, y por eso es una parada obligada antes de llegar al hogar, con la mente más despejada y con la certeza de que el día que cierre el último de los bares, ese día desaparecerá el último tastro de ese famoso
ESTADO DE BIENESTAR del que tanto se habla, pero del que -día a día me convenzo más- son pocos los que conocen su verdadero valor.