Foto: Portaltaurino.com
Lo primero es percibir el sentimiento del toro, el temblor de su cuerpo y los mensajes que manda… El toreo es cuestión de corazón y de alma… Si la inspiración es cosa del instante y según qué toro, la forma en que se manifiesta y expresa es cuestión de técnica, de normas precisas y concretas. Y según calcules las distancias y delimites los terrenos, el toro embestirá de una u otra forma… Cuando se torea con sentimiento, la muleta o el capote son prolongaciones del cuerpo con el mismo temblor y la misma temperatura.
La emoción es lo principal en el toreo y puede venir por una sublime belleza en la composición plástica de la figura o por la durísima pelea entre el toro y el torero… Y no hay nada comparable a ese momento en que, suavizada la brusquedad del toro y amortiguados sus instintos, le citas de lejos, lo ves venir y te pasa rozando el cuerpo, obediente a tu llamada. La plenitud del cite, es decir, la capacidad para atraer al toro es, sobre todo, cuestión de terrenos y de distancias. Es hallar… la distancia perfecta entre las astas del toro y el pecho del torero.
La emoción del toreo nace de lo incierto del desenlace de la lucha. Y es el resultado del sentimiento y de la técnica. Ésta no produce por sí sola ni emoción ni belleza, aunque sin ella tampoco es posible el toreo. Sin el conocimiento de las reglas de la lidia, sin esa sutilísima teoría de los terrenos y las distancias, el triunfo es un albur.
A la hora de la verdad y ante el toro, el torero se halla en una completa y absoluta soledad… Lo que realmente vale ante la cara de un toro es mi propia decisión. No es verdad que desde el callejón se vea todo con más claridad, ésta la da la percepción del peligro, el gesto más leve del animal, su latido.
Con la distancia tomada, el centro del universo es el torero y su muleta, la cual acaba por fascinar al toro. Hay que ponérsela a la distancia justa y de tal manera que ya no la pueda olvidar, que quede como embrujado. De frente, plana y a su alcance, pero sin que la pueda tocar. El torero, en esos instantes… ha modificado casi las leyes de la naturaleza, porque aquella fuerza sin control venía con ganas de echársele a los lomos, de seguir su camino quitando obstáculos a diestro y siniestro. Y ocurre que ahora es la muleta la que lo desplaza a él, la que le marca el camino.
A todos los toros se les puede torear. A unos, como enemigos; a otros, como a benéficos colaboradores. A aquéllos hay que dominarlos, poderlos a base de piernas y de brazos, pero sobre todo de piernas. Hay que saber exactamente por dónde pueden enviarte la cornada, la que se tratará de evitar con torería. Las cornadas no se esquivan, se encauzan; no se evitan huyendo, sino… llevando prendidos en la muleta los derrotes, los ojos y las intenciones del toro. Eso es torear: dar forma a unos impulsos, modelar la irracionalidad de una masa de músculos.
Javier Villán. César Rincón: De Madrid al cielo. Espasa-Calpe,1992