Revista Ciencia

La telepresencia amenaza el orden establecido

Publicado el 15 junio 2014 por Rafael García Del Valle @erraticario

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Edward Snowden es uno de los prófugos más famosos del momento. Perseguido por las agencias de seguridad de Estados Unidos, vive oculto en algún lugar de Rusia. Y, sin embargo, Snowden ha burlado el cerco: en los últimos tres meses ha asistido a conferencias en diferentes lugares del planeta y ha charlado amistosamente con quienes se le acercaban en los descansos.

Según explica la revista Wired, Snowden se presenta ahora al mundo en la forma de un Beam Pro, un sistema básico de telepresencia que consiste en una cámara, una pantalla y un soporte con ruedas.

La telepresencia amenaza el orden establecido

La telepresencia es una actividad que se ha venido desarrollando sin pausa desde los años ochenta. Las aplicaciones más evolucionadas se hallan en los ámbitos militar y sanitario. En el primero, los drones se han convertido en un problema para las relaciones internacionales y su regulación está siendo motivo de debate en la ONU; en sanidad, ya en el año 2001 unos cirujanos ubicados en Nueva York fueron capaces de extraerle la vesícula biliar a una paciente de Estrasburgo. Hoy, los dispositivos de telepresencia con capacidad móvil permiten que los enfermos en aislamiento puedan interactuar con el resto del mundo.

A día de hoy, los “vehículos” pueden ser controlados por el pensamiento y no sólo permiten la manipulación de objetos a distancia, sino que también existe la capacidad de transmitir sensaciones táctiles a sus “pilotos”, por lo que la inmersión en la experiencia remota se convierte en un suceso prácticamente real.

Más allá, la aplicación de la telepresencia a los últimos modelos de robot permitirá que el usuario pueda desenvolverse con total naturalidad en un cuerpo artificial que sentirá como propio. Es lo que están haciendo en el Proyecto VERE (“Virtual Embodiment and Robotic RE-Embodiment”), un consorcio formado por diferentes centros europeos en el que también participan investigadores de la Universidad de Barcelona.

Este tipo de telepresencia va mucho más lejos de la simple participación a distancia: mientras manipula su cuerpo artificial, el usuario siente que realmente está en el lugar remoto y percibe al robot como si fuera su auténtico cuerpo natural. A ello contribuyen los últimos estudios en neurociencia sobre la manera en que el cerebro percibe y elabora el mapa corporal de cada individuo.

Las repercusiones sociales de este tipo de tecnología aún están por ver. Pero el asunto preocupa a investigadores, a expertos legales y a estudiosos de la ética. No sólo va a afectar a la manera de relacionarnos, sino que amenaza con dejar obsoleto el sistema legal y desorganizar el actual régimen económico.

Por ejemplo, un escenario posible es el empleo de teletrabajadores ubicados en países con sueldos mínimos en comparación con el país en el que sus avatares desarrollen su actividad laboral. Es lo que ocurre hoy en día, sólo que la tecnología permitirá realizar acciones físicas cuyas posibilidades no se contemplaban hasta ahora.

Véase, si no, lo que son capaces de hacer los últimos modelos de robot, como ATLAS, un artilugio de Boston Dynamics, recientemente comprada por Google, la cual, por cierto, también está a punto de sacar al mercado sus coches sin conductor.

Gracias a la enorme velocidad con que su cerebro electrónico procesa los datos, Atlas puede desenvolverse en un ambiente tan caótico como el de una ciudad y recorrer sus calles de manera completamente autónoma. Percibe el mundo a través de una unidad LIDAR, un artilugio parecido a un radar que usa luz láser en lugar de ondas de radio y le permite traducir el mundo, sus objetos y sus habitantes, a un mapa 3D dentro de sus circuitos cerebrales.
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