Uno de los mayores problemas de los Kirchner es la comunicación. Expresar sus proyectos de gobiernos a la sociedad no es sencillo para ellos. ¿Problemas de interlocutores?, tal vez. El posicionamiento del sector monopolico de la comunicación, es decir, el Grupo Clarín y sus allegados como La Nación o el grupo Vila - Manzano - De Narváez, es claro. A partir del conflicto con el sector agropecuario, la virulencia en el lenguaje de ambos lados ha sido terrible. Pero un gobierno nacional no puede o no debe dedicarle tanto tiempo, sudor y lágrimas a lo que diga el periodismo, por más mala intención que exista.
En este sentido, la televisión pública se ha convertido en ese problema comunicacional que padece el gobierno. Como anuncia el título, Canal 7 tendría que ser un canal estatal, no gubernamental. Es decir, la grilla del antiguo ATC no puede responder a lo que manden desde Casa Rosada, mucho menos tener un discurso panfletista del gobierno central. Un canal estatal, a diferencia de uno gubernamental, debería de recepcionar a todas las opiniones que sientan necesario transmitir su voz. Tanto opositores como oficialistas tendrían que tener su espacio en la televisión pública, precisamente por ello, por ser de todos. Hoy, Canal 7 no es de todos. Es de un puñado de personas o, mejor dicho, de un gobierno y del partido al que pertenece. Entonces, constantemente vemos discursos, marchas y actos netamente partidiarios con simbología y cánticos alusivos a la historia de un partido: el peronista.
Todo lo contrario, la televisión pública tendría que o bien no tener partidismo o bien incluir a todos los movimientos políticos posibles. Nada de eso pasa. Peor aún, el exitoso 678 es el fiel reflejo de este análisis. A los traidores ni justicia, rezaba una consigna peronista y parece que la producción de la estrella del 7 lo tomó como propio. No se escuchan voces que disientan con el pensar y accionar del gobierno nacional. Pocos fueron los invitados que presentaron una opinión diferente, Ricardo Alfonsín es un ejemplo.
Lo más gracioso y, al mismo tiempo paradójico, es que al criticar a la hegemonía comunicacional de Clarín, no hacen otra cosa que imitarlos o, con otras palabras, jugar a su mismo juego. Critican, y con buen tino, la monopolización de la palabra y el constante embate de Clarín para con el gobierno. Sin embargo, en vez de buscar alternativas de reflexiones y análisis para forjar un pensamiento más abarcativo, se la pasan atacando.
Volviendo al principio, la televisión es pública, no del gobierno. Algún periodista prestigioso, como Víctor Hugo Morales (que parece estar en el paraíso del periodismo dando clases a sus colegas, tema para abordar más adelante) tendría que levantar su voz y decir una vez por todas "Canal 7 es de todos y no de un gobierno".
Desde otro punto de vista, lo público tendría que ser subsidiado por el Estado. Por ejemplo, la BBC de Londres es un canal público y que, además, tiene una postura crítica con sus mandatarios. En Argentina pasa todo lo contrario. Se buscan apoyos del sector privado y, lo peor de todo, los programas miden su rating. En un canal público y no comercial el rating no importa, como si interesa la calidad de la programación que, como si dijo anteriormente, debe de ser lo más amplia posibile y contemplar a la mayor cantidad de voces.
La televisión pública debería ser pública, es decir de todos. Presupuestada dentro de los egresos del Estado. Como una inversión; ya que si se logra este cometido, además de informar y entretener la televisión puede educar al soberano.