La televisión es una grotesca vacuna que nos hace inmunes a los impulsos que alientan la conmiseración. A diario y a raudales se nos presenta la desgracia ajena en los informativos. Miles de muertes, todas injustas, pero no todas iguales ante nuestros ojos. Un asesinato en nuestro país tiene el mismo peso mediático que cien en Oriente Medio. La vida de un europeo parece valer más que la de cientos de africanos. Así se nos muestra a través de los medios de comunicación y así nos lo queremos creer, arrellanados en nuestro confortable asiento. ¿Acaso tuvo el genocidio de Ruanda trascendencia en la vida de los países occidentales? ¿Cuántos conocen que fueron asesinadas un millón de personas? Recalco: ¡un millón de personas! Aquella hecatombe quedó atrás con la llegada de 1.995, un año que no fue precisamente fácil para muchos, como tampoco lo fueron los siguientes, ni los siguientes de los siguientes ni ningún otro, porque la vida, al fin y al cabo, no es fácil para aquellos que reciben la indeseada visita de la desgracia.
El eterno olvido. Enrique Osuna Vega